“Mi hijo siempre ha tenido una escolaridad muy complicada. Es un chico movido, demasiado vivaz y alegre para estarse tranquilo y concentrado durante horas mientras se sienta tras una mesa en clase. Su madre y yo pasábamos muchas horas con él haciendo los deberes, intentando recuperar aquellas horas de atención perdidas, y a mí me gustaba, pero a la vez había algo de doloroso, tanto ante la angustia del posible fracaso escolar como por el regreso a mi misma niñez de estudiante disperso que detestaba la escuela y detestaba los deberes”. Lo explica el cineasta francés Ludovic Vieuille y de aquí nace La hora de los deberes, un documental íntimo y autobiográfico que está contribuyendo a que muchos maestros de este país se estén replanteando la cuestión de los deberes.
Se titula La hora de los deberes y dura exactamente una hora, porque más o menos es el tiempo que padre e hijo dedicaban diariamente a esta tarea, pero de hecho este título es una adaptación libre del original, Deux cancres, que quiere decir algo así como dos malos estudiantes. Dos trastos. El documental muestra la desesperación de ambos a la hora de hacer los deberes, sobre todo tipo de materias, a menudo con enunciados de difícil comprensión incluso para las persones adultas. La desmotivación del niño, la paciencia del padre, una hora diaria de frustración compartida. El festival Docs Barcelona lo ha seleccionado como documental del mes, el pasado jueves se estrenó en el cine Aribau Club de Barcelona y durante todo febrero se podrá ver en varias salas de toda España.
“Sin saber mucho por qué, un día me puse a filmarnos mientras hacíamos los deberes, después seguí, y así durante cuatro años, y de aquí ha surgido el film”, explica Vieuille al Diario de la Educación. El film se estrenó en febrero de 2016, y poco en poco fue pasando de visionados en sedes asociativas a salas pequeñas y de ahí a salas más grandes, hasta recibir algunos premios en festivales y, según explica el director, en breve se proyectará en un gran cine de París.
Muchas familias se ven reflejadas, comenta el director, porque hay muchos niños como su hijo Angelo. “Es un film que suscita muchas emociones, ves algunos espectadores riendo, cosa que personalmente me choca, otros llorando al final, como si este film nos devolviera al alumno que fuimos”, explica. Más de un maestro le ha expresado que revisaría sus métodos después de ver el film, pero Vieuille duda de que realmente lo lleguen a hacer. Y las proyecciones con debate incluido siguen dos años después. La semana que viene tiene un pase organizado por una escuela universitaria de formación de profesores al cual asistirán alrededor de 600 futuros docentes.
Angelo ahora cursa 3ª de ESO (3ème Collège), y comenta Vieuille que por primera vez en su vida parece que el curso le está yendo bastante bien. Y cuando lo dice cruza los dedos. Vienen de muchos años de malas experiencias. De hecho, el último curso que todavía sale en la cinta fue tan nefasto que decidieron dejar el instituto para intentar una escolaridad en casa, con enseñanza a distancia, pero aquello fue aún peor. “Un fracaso total”, explica el director. Este aislamiento, sin embargo, provocó que Angelo quisiera volver al sistema tradicional, ha repetido curso y parece que lo cogido con más ganas.
“La presión es enorme”
“En Francia se ponen demasiados deberes –comenta Vieuille–, tanto en primaria como en secundaria. En primaria en teoría son pocos, pero en realidad las maestras dan muchos, diciendo que no son obligatorios. Pero lo más paradójico es que cuando los maestros no lo hacen son los padres quienes los reclaman, porque les da miedo que sus hijos no trabajen lo suficiente. Vivimos en un mundo muy competitivo, y todo el mundo se pone una gran presión encima para trabajar al máximo; la presión de los deberes y de las notas en Francia es enorme, y todo esto deja muy poco tiempo para disfrutar de actividades culturales, o deportivas o incluso para aburrirse un poco”.
Aunque hacia el final del film el narrador, que es él, pone en entredicho que todas las horas dedicadas a hacer tantos y tantos deberes hayan servido de nada, Vieuille no echa la culpa al profesorado. “Los profesores hacen el que pueden, como los padres”, afirma. En su opinión, el problema es de cariz político: “Los currículums están tan cargados que los tiempos lectivos son insuficientes para dar todos los programas. Y el sistema educativo está más preocupado de evidenciar las debilidades del alumno que de resaltar sus progresos. La escuela no está pensada porque los niños progresen, sino para que en el futuro sean ciudadanos productivos; es triste, pero creo que es así de simple”.