I.- Las migraciones son tan antiguas como la humanidad. La búsqueda de mejores territorios, menos agrestes o más confortables obligaron siempre a moverse de un espacio a otro. También las expulsiones, los conflictos, las intolerancias. El mítico éxodo que condujo Moisés hoy sigue teniendo terribles y sangrientas consecuencias.
La caravana que comenzó su peregrinar en Honduras hacia la nueva tierra prometida, el país más maravilloso desde que lo gobierna Trump (según sus delirios), hoy convoca atención y divide opiniones en distintos países, especialmente en México. Hay otras caravanas en este momento, y más que las habrá, con mayor o menor prensa: los africanos que alcanzan las costas europeas a enfrentar muros de exclusión o desprecio, con muestras de solidaridad ciudadana que los gobiernos suelen mirar por encima del hombro; o las de venezolanos que corren de su país con destino a la vida elemental; o las de sirios y afganos.
En México hay también otras caravanas de migrantes. Más invisibles, en contingentes menos impactantes, unas que corren hacia los Estados Unidos y las personifican los “mojados” o ilegales, otras que, en mayor grado, exhiben las venas abiertas de sociedades excluyentes con los indígenas y con los más pobres, reservados con frecuencia cruel al mismo rol. Este segundo tipo es la caravana de los jornaleros migrantes, que en busca del pan diario y la subsistencia tienen que dejar sus bienes o cargar con los poquitos que acumulan, para instalarse en zonas que, con excepciones, ofrecen lo elemental. La mayor parte la conforman familias enteras, porque así la fuerza de trabajo del hombre y la mujer se multiplica por tres, cuatro, cinco.
En mi pequeño pueblo, Quesería (Colima, México), conocí los primeros rostros de migrantes. Eran hombres que llegaban después de un largo viaje para cortar caña que alimentara la fábrica azucarera; les llamaban “cochos”, no sé por qué. Con ellos venían sus mujeres, sus niños que solo iban a las escuelas cuando se volvían residentes. Algunos no se fueron en varios años, o por lo menos se quedaron más tiempo que yo.
II.- En México, el 3 de agosto de 2016 el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) emitió las “Directrices para mejorar la atención educativa de niñas, niños y adolescentes de familias de jornaleros agrícolas migrantes”. Las directrices son recomendaciones para el diseño de políticas educativas que mejoren la acción gubernamental y atiendan áreas críticas del sistema escolar. Son elaboradas a partir de los resultados de evaluaciones, investigaciones, la revisión de la acción gubernamental y la consulta a distintos actores sociales y educativos.
Los datos que revela el documento, público y de descarga gratuita, indican que 78 de cada 100 jornaleros agrícolas habitan en la pobreza multidimensional. Denuncia también que, pese a la prohibición del trabajo infantil, muchos de los hijos de los jornaleros agrícolas son también pequeños jornaleros e, incluso, lo son sin sus padres, cuando viajan solos. La condición volátil de los infantes les complica el acceso y la permanencia en la escuela; cuando lo consiguen, sus resultados reflejan la precariedad de su entorno y condiciones.
Según el INEE había en el país entre 279 y 326 mil niños y adolescentes de familias de jornaleros migrantes en edad de cursar educación básica: 1 de cada 100 niños. Sin embargo, los datos del ministerio de Educación revelan que nada más entre el 14 y 17% de esos infantes asisten a la escuela.
La atención para los más pobres es indigna y empeora. En los años previos a la emisión del documento comentado, había disminuido el presupuesto para esa población en 50%; sin planeación adecuada entre los gobiernos federal y estatal; sin información confiable sobre ellos, con docentes en malas condiciones laborales y escasa formación pedagógica.
El 19 de septiembre de 2017, un año después de emitidas y de haberse recibido las respuestas de los gobiernos federal y estatal, así obligados por la normatividad, el INEE convocó a un foro para darle seguimiento al uso y atención de las directrices. Según el documento, se recibieron 24 planes de trabajo y solo 12 reportes de acciones; con ellos, se analizó el impacto de las recomendaciones y se detectaron avances y retos.
Es poco tiempo para observar cambios, podría argumentarse, pero la urgencia de atender el problema estructural está latente, como las consecuencias que tiene la migración en los niños y adolescentes. Recordémoslo: la migración en estas poblaciones no es una opción elegida por comodidad, sino una exigencia para sobrevivir. Esta caravana invisible, la de jornaleros migrantes y sus familias es también un recordatorio crudo de las deudas del país y de los desafíos que sacuden a su sistema educativo.
Repitámoslo también: en un país democrático todos los niños deben asistir y permanecer en la escuela, aprender lo básico, con atención a su diversidad, en escuelas dignas y con maestros bien formados y mejor pagados. Pero todavía nos falta un largo camino que podríamos torpedear con torpezas gubernamentales e insensibilidad ciudadana.