Las 400 páginas del libro colectivo La universidad. Una historia ilustrada (edición de Fernando Tejerina, 2010, Turner/Banco Santander) son un repaso didáctico de la institución. Comienza en el año 124 a. C., con la fundación de la Universidad Imperial China. De la primera parte, la universidad hasta el siglo XIX, rescato tres ideas: el valor estético de las universidades, de los campus, de sus jardines, sobre todo, las bibliotecas.
Por otro lado, el valor que se atribuye a los símbolos, a tradiciones que se conservan en grandes universidades, por ejemplo, inglesas o estadounidenses. La tercera, es que la universidad constituyó la casa de los más conspicuos: no fue lugar para la charlatanería o la superficialidad. Así fue como se erigió el sistema de educación superior más prestigiado, atrayendo a los mejores estudiantes y profesores del mundo a Estados Unidos.
Las universidades en América Latina tienen en su ADN el gen de las contradicciones: las de México y Lima, primeras después de Santo Domingo, fueron creadas por el monarca español y dependían de él, pero se organizaron con el sistema de claustros adoptado de la católica Universidad de Salamanca, de la cual habían egresado muchos de sus primeros catedráticos.
Los años posteriores a la Segunda Guerra son la cuna de la universidad como hoy la conocemos en Latinoamérica, con notable influencia de la Reforma de 1918 en Córdoba, Argentina, pero que al arribar al siglo XXI tiene desafíos inusitados.
La universidad es una institución palpitante, aunque a veces pareciera moverse lentamente, y ha sido así en la historia, aunque hoy las circunstancias podrían superarla. Las universidades van a cambiar en el siglo XXI; están cambiando ya, porque el tablero donde se asienta está reconfigurándose, pero hay interrogantes viejas: ¿conducirán su cambio, lo planearán, serán inducidas u obligadas a su transformación?
La pandemia desnudó la capacidad de respuesta de las autoridades universitarias. Es verdad, nadie estaba preparado, nadie podía preverlo en su crudeza ni almacenaba alternativas, pero la evolución de las respuestas registra señales de debilidad en los signos vitales.
Emilio Tenti Fanfani (2020) analiza probables escenarios pospandemia para los sistemas educativos y esboza tres caminos. El primero es el restaurador: cuando pase la pandemia se buscaría restituir a la vida en el 2019; no hay diseño ni modernización. Así funcionaron los reacios sistemas educativos en el siglo XX, afirma, a pesar de las guerras mundiales, epidemias y crisis económicas globales. En esencia, se mantuvieron inalterados.
Define otro escenario probable como tecnocrático mercantilista, que buscaría romper la educación predominantemente presencial con auxilio de las tecnologías, en la búsqueda de formas más eficientes y baratas: menos profesores y más software. Es la visión de la educación como mercancía y del sistema escolar como mercado, que profundizaría las diferencias mediante la competencia y la evaluación meritocrática.
El tercero se ubica en las antípodas. La educación es un bien público. Las tecnologías son herramientas puestas al servicio de los profesores, no se sirven de ellos. Replantea el currículum y le introduce un alto contenido social para la revisión crítica de las desigualdades. Apuesta a un rediseño pedagógico e institucional.
Pensar otra universidad es impensable sin considerar la sociedad resultante de este trance pandémico: ¿a qué sociedades aspiramos, para que la universidad contribuya a ellas? ¿Qué sociedad surgirá cuando pasen las olas pandémicas? ¿Qué papel le corresponderá a la universidad en esas nuevas sociedades?
La universidad se transformó muy lentamente en sus primeros cientos de años, pero hoy el cambio y la inestabilidad son signos que podrían acicatearla. Ella se ha movido en busca de la uniformidad, pero la pretensión es obsoleta. En ese escenario convulso, donde existen incertidumbres, reducciones presupuestarias y déficit de imaginación para concebir y gestionarlas, el valor de las facultades de Pedagogía y los institutos o centros dedicados a la investigación educativa crece. En un momento donde las preguntas sobre el sentido y rumbo de la universidad abruman, es de esas facultades y centros, donde se hospedan los expertos en campos pedagógicos, de donde convendría abrevar, de sus reflexiones, de sus preguntas y propuestas. De sus agendas intelectuales.
Pablo Bereciartua afirma: la universidad tendría que ser el mejor lugar para innovar. ¿Por qué no ha sido así? ¿Por qué camina lento en su transformación? ¿Por qué, si en ella son centrales el pensamiento, el rigor, la libertad, la ciencia y el conocimiento, las universidades no son el modelo de la innovación? Incluso, podríamos suponer que no sólo no avanzan, sino que retroceden, porque las instituciones del entorno se mueven a otra velocidad y, entonces, se van alejando y la universidad rezagando. ¿Es así o nada más ilusión óptica?
¿Cuál será el tiempo de respuesta de la universidad ante esas nuevas circunstancias? ¿Cuáles y cómo serán los liderazgos que asuman estos retos? ¿Y mientras, la sociedad, en qué direcciones se mueve? ¿Los saldos de la pandemia qué facturas cobrarán a las universidades?
La universidad tiene un compromiso con el futuro sin desechar el pasado, conservándolo, por su función cultural. ¿Dónde estamos parados? ¿Estamos oteando el horizonte desde un presente revisado críticamente o seguimos atados a la creencia de que no precisamos cambiar porque siempre funcionamos así, y creemos haberlo hecho bien?
Las universidades no pueden fracasar, nos alerta António Nóvoa. Eso también es nuestra responsabilidad, la de sus comunidades académica y estudiantil, sus trabajadores, sus autoridades, en los ámbitos de responsabilidad de cada uno. Tenemos, además, la fuerza del verbo y la voluntad de la acción.