Déjame que te cuente algo mezclando mundos. Dos mundos que me apasionan, con dolor y alegría, con admiración y quejío: la universidad y el flamenco.
Por ejemplo, ¿te suena Paco de Lucía? ¿Y Camarón? No hay fundamento para dudar que eso que ambos hacían era flamenco. Pero ambos tenían la mente abierta, el corazón bien conectado y la libertad a flor de piel. Esa libertad les permitió enriquecer lo que tocaban y cantaban. Uno podía escuchar una bulería, sentir que los pelos se ponen en punta y, a la vez, darse cuenta de que algo está pasando, que no es una bulería como otras, sin dejar de serlo. Triana, los Chanclas, Smash, Pata Negra, Lole y Manué… me acompañaron décadas desde finales de los setenta.
Esa actividad no puso en peligro al flamenco, porque nadie lo sustituía, nadie lo vendió por otra cosa. No fue una huída para tomar en su lugar el heavy, por ejemplo. Así que hoy podemos disfrutar a Miguel Poveda o Estrella Morente, que siguen emocionando a millones de personas a través de un flamenco inmortal. Y, al mismo tiempo, me fascina encontrar una rumba-regetón, un fandango bereber o tropezarme con O’funk’illo, Öykü Gürman o… ¿qué es eso que hace Hamza Namira? No sé cuántas veces me he emocionado escuchándolo junto con Manuel de la Nina.
El modo en que el flamenco vive, florece, se enriquece, varía, contagia y no deja de ser flamenco, claro e indiscutible, me parece una metáfora preciosa. Está cada vez más fuerte. Y su gente lo fortalece porque no renunció a ser libre. El flamenco es dignidad.
¡Qué maravilla si la universidad hiciera lo mismo!
Pero no.
Déjame un momento aclarar esto. Voy a imaginar que no conoces el mundo de la universidad y a qué se dedica últimamente. Te lo cuento con estupefacción, a pesar de que amo y vivo dentro de esa institución imponente.
A la universidad llegó hace un tiempo la ola mundial de la rendición de cuentas, según la cual la educación y la investigación son como fábricas que producen algo tangible y de efectos rápidos, tanto que puede expresarse con números y a corto plazo. Como en alguna fábrica, la cuestión se redujo a «¿Cuánto de X has producido?» El problema era encontrar un X que se dejara contar. En el campo de la investigación ese algo escogido fue el número de publicaciones realizadas en revistas científicas. La lógica básica toma forma en tres pasos: investigar es comunicar; comunicar es publicar; la vía para publicar son las revistas científicas. Así pues, parecía resuelto: tanto publicas, tanto investigas. La cosa, no obstante, no acaba aquí. Lo que sigue es como un lamento, que podría cantar por soleás si fuera capaz de ello.
Hay dos grandes tradiciones en la dimensión de las publicaciones científicas. En el mundo anglosajón, las universidades más fuertes son privadas, y una revista suele ser una apuesta empresarial que mueve dinero. En la tradición latina, las principales universidades son públicas, y una revista suele ser una competencia más de esas universidades. Con el dinero que reciben, las publicaciones de mercado o tradición anglosajona han elaborado productos derivados. A su vez, las empresas que operan en el sector se han constituido como lobbies eficaces. Así que la ola de rendición de cuentas fue concretándose cada vez más a través de un cuarto componente del proceso de reducción: revistas científicas son las contempladas en los productos derivados del mercado anglosajón que, casualmente, se publican en inglés. La principal multinacional del sector se llama Clarivate, que surgió como gemación de Thomson & Reuters, organización que se mueve en el mundo de las finanzas y de las comunicaciones. Su producto reina para la dimensión de las revistas científicas se llama Web of Science (WoS), cuya mercancía más famosa es el Journal Citation Reports, JCR. Se trata de una lista de revistas ordenadas según el número de citas que reciben de ellas mismas. Mediante ese mecanismo endogámico de citas se pone en marcha un quinto elemento para la lógica: tanto más citas recibe una revista JCR, tanto más buena es. Y un sexto: un artículo publicado en una revista JCR situada más arriba, es un artículo mejor. Y, para terminar en algún momento la cosa, he aquí un séptimo: quienes publican ese artículo son mejores publicando, es decir, investigando. Es el momento de un martinete.
Las revistas WoS o JCR son en su mayoría anglosajonas, se publican en inglés y preferentemente en Estados Unidos. Tradicionalmente hay que pagar para leerlas en pdf. Hace unos años, ante la creciente alarma, decidieron imitar una parte del modelo latino: su gratuidad. Pero le pusieron un nombre en inglés: Open Access. Claro está que alguien tiene que pagar; no olvidemos que no es ciencia, es un mercado. Como no paga quien lee, que lo haga quien escribe… Sí, es cierto. El carpintero no solo regala la mesa que ha fabricado a la distribuidora, sino que le paga para que acepte el regalo. Lo habitual no es que pague el carpintero, sino el Estado que, a través de las agencias de evaluación que surgieron con la ola de rendición de cuentas, tiene predilección por los carpinteros que gastan más dinero, es decir, que colocan más mesas en la distribuidora. ¿Qué hizo el mundo universitario? ¿Arrancó por peteneras? No. Se plegó, con rapidez y obediencia.
La universidad me ha ayudado a amar el flamenco, por oposición. Un cante hecho desde abajo, desde la humildad, desde la calle. Ahí, en esa aparente debilidad, se gesta la fortaleza, el coraje. El flamenco me emociona no solo por lo que es, sino por lo que significa. La universidad está poblada por gente diversa. Pero las de abajo, las sin-poder, no dan el cante. Y las de arriba no pierden el tiempo cantando. En la universidad, la debilidad se queda débil. Aunque la mayoría de su gente tiene la vida ya resuelta, y no debería temer nada, teme. Teme quedarse atrás. Teme no recibir una evaluación favorable. Teme sentirse señalada por el dedo acusador de no haber dado la talla en la lógica de siete componentes. La mucha gente valiente que aun queda en la universidad, se va viendo desplazada por sus propios colegas, desde los equipos de investigación y las jerarquías de evaluación que construyen escasez.
Ojalá que la consigamos más democrática, más científica, más educadora, más comprometida con la sociedad. Siguen siendo tareas históricas pendientes. Pero lo que observo es que la vendimos y la vendemos. Cada día. La sustituimos acríticamente por un modelo que no hemos reflexionado. Si el mundo del flamenco hubiera hecho lo mismo, Camarón habría intentando confundirse con Supertramp y Paco de Lucía imitar a Eric Clapton. Qué bien que no lo hicieron. Qué bien que, gracias a su libertad, podemos seguir escuchando no solo «The Logical Song» o «Cocaine», sino también «Soy gitano» y «Entre dos aguas».
Doy gracias al flamenco por su vitalidad, su convicción, su dignidad, por darme esperanza. Ojalá que pudiéramos llegar a las chanclas de Pepe Begines en Los Palacios. Pero difícil lo veo, porque Los Palacios es un pueblo demasiado cutre para esta universidad que ha decidido rendir tributo al dios WoS, casi como para cantarle una saeta a su paso. La institución de la Educación Superior está muy lejos de las alegrías de Cádiz. En su lugar, lo que vemos son rostros agrios, almas compungidas que sufren buscando proyectos que les permitan publicar en un idioma ajeno algo que la hegemonía acepte, previo pago de los derechos por regalar el conocimiento.