El nuevo libro es breve. Se compone de dos textos; en el primero, diagnostico algunos de los problemas de las universidades públicas mexicanas y, con base en ello, propongo un decálogo. Aquí, les comparto una síntesis de las ideas de lo que llamo “la universidad que soñamos”, con la invitación a pensar el presente y futuro que queremos para las universidades, en este momento crucial en la historia de México, lastrado por problemas como la inequidad, pobreza, impunidad e incumplimiento del derecho a la educación para todos los niños y jóvenes, al mismo tiempo, sacudido por los efectos todavía incalculables que provocó la pandemia del COVID-19.
- La universidad no es una isla donde desembarcan los estudiantes para salir cuatro o cinco años después con un título, afirmó el escritor portugués José Saramago en la Universidad Complutense de Madrid. La universidad es un espacio de confrontación con otras personas, otras culturas, otras formas del pensamiento y la inteligencia, incluso consigo mismo. No es una fábrica expedidora de títulos. Es un espacio formativo para el ejercicio responsable de la libertad en contextos de incertidumbre.
- La universidad es una atmósfera, una cultura, una forma de vivir. Es un proyecto cultural, no una empresa. Es derecho y bien públicos; la afirmación se reiteró y suscribió por los participantes de las Conferencias Regionales de Educación Superior para América Latina y el Caribe de La Habana (1996), Cartagena de Indias (2008) y Córdoba (2018), agregando que los Estados tienen la obligación de financiarla.
- La universidad no es un empleo: es una misión de transformación social que no puede ser epidérmica, afirmó Federico Mayor Zaragoza cuando recibió el doctorado honoris causa por la Universidad de Colima, México, a mitad de la década de 1990.
- La universidad no tiene más el monopolio del conocimiento, pero el conocimiento es la savia que la vitaliza; es una institución central en la sociedad del conocimiento, pero si sólo se asume como almacén y distribuidora, perderá vigencia y sentido.
- En las aulas universitarias, en pasillos, en oficinas de autoridades, en salas de reuniones, las palabras y la lectura tienen un sitio prominente. La tecnología es un aliado formidable, pero no sustituye a la pedagogía. Para Steve Jobs, aunque la tecnología sea muy importante, en la escuela lo más valioso es el maestro. Además, enseñar el lenguaje es enseñar a usarlo, es decir la inteligencia, uno de los atributos que mejor tendrían que potenciar los estudiantes en las universidades.
- En la universidad la educación no se concibe como engorda de pollos, sino como formación de herejes, afirmó Nuccio Ordine. Los herejes, en este sentido, son quienes trasgreden las formas, se atrevan a inventar, a buscar caminos propios, a rebelarse ante las fórmulas anquilosadas o las costumbres paralizantes.
- La universidad, sin dejar de formar profesionales, artistas, científicos, licenciados, médicos, ingenieros, forma ciudadanos, y los ciudadanos se forjan en ambientes democráticos. La universidad es crítica y autocrítica; una institución que no es capaz de transformarse a sí misma no puede contribuir a la transformación social.
- Las universidades son instituciones transparentes, en ellas no puede tolerarse la corrupción académica o financiera, y cuando ocurre, se castiga ejemplarmente, porque es una institución modélica.
- En la universidad la docencia es privilegio, opción vital y compromiso social. El trabajo colegiado es constante; la cooperación y la discrepancia también. La calidad de la enseñanza es condición primera de la relevancia y el compromiso social de la universidad. Sin calidad la universidad es irrelevante e inocua.
- La universidad clausura las oficinas de planeación que sólo conectaban con la rectoría y no con las realidades, las aulas, las personas. No es una universidad de papel, sino viva, vibrante, vigorizante.
- En su libro La evaluación, un proceso de diálogo, comprensión y mejora, Miguel Ángel Santos Guerra conceptualiza a la evaluación educativa de manera sencilla pero potente: es un proceso de diálogo, comprensión y mejora. Ahora se examina frenéticamente, se evalúa menos, se desdeña la comprensión y se cambia poco. Debe invertirse la fórmula: examinar menos, evaluar más, comprender lo necesario y transformar todo lo posible.
- Proclamamos una universidad autónoma, no autista. Los dos rasgos más característicos del autismo son las deficiencias para la comunicación y la interacción social, así como la persistencia en patrones reiterativos de comportamientos, intereses y actividades. La universidad que soñamos ejerce a plenitud su autonomía, comprometida socialmente e incluyente. Es una universidad abierta.
Los caminos para la transformación de las universidades no son fáciles. Nunca lo fueron. Antes de la pandemia había resistencias y tensiones. Con la pandemia, y después, se agudizaron, pero el tiempo para recuperarse es cada vez más valioso. Lo que está claro, creo, es que otra universidad no es posible sin crítica y autocrítica, ni la participación de los colectivos académicos y estudiantiles en la búsqueda de caminos alternativos.