Llevo más de veinte años dirigiendo la comunicación de FUHEM, una entidad educativa singular. En este tiempo, hemos comunicado cierres y aperturas de centros escolares, el día a día y lo extraordinario de nuestra actividad educativa. Y siempre lo hemos hecho con el propósito de construir comunidad, que las familias supieran lo que ocurría en las horas que no compartían con sus hijos e hijas, y también con el objetivo de que algunas de nuestras prácticas más innovadoras pudieran servir de guía y estímulo a otros docentes y otras comunidades escolares. Nuestra vocación social siempre ha querido contribuir a una educación transformadora capaz de corregir las desigualdades de nuestra sociedad, sumar energía a un motor colectivo, lanzar propuestas.
Como es fácil de imaginar, todas las rutinas informativas y comunicativas saltaron por los aires en marzo de 2020, cuando los centros escolares cerraron sus puertas mientras se abrían cientos de pantallas en miles de hogares. Los colegios demostraron una capacidad más que notable para convertir su educación tradicional en educación a distancia, con una adaptación y un esfuerzo que no se ha llegado a valorar lo suficiente. Aquel curso que acabó a trompicones fue seguido por el 2020-2021, que empezó y concluyó marcado por la pandemia. Se contaba con la experiencia telemática adquirida en el último cuatrimestre del curso anterior, pero también hubo que aprender cosas nuevas: mucha normativa y procedimientos sanitarios y mucha gestión de las emociones y de la incertidumbre cada vez que un contagio posible se convertía en caso confirmado. El profesorado, el alumnado y sus familias tenían un buen bagaje y, a pesar de las dificultades, el curso acabó bien. Se desmintieron, un mes tras otro, los malos augurios que preveían cierres masivos como si los centros escolares fueran las piezas de un dominó, azarosamente derribado por los efectos de la pandemia. Grupos más pequeños, ventanas abiertas, limpieza exhaustiva, pasillos y accesos delimitados y las omnipresentes mascarillas, que nos han quitado, sobre todo, el poder sanador de la sonrisa. Y otra vez, la comunidad escolar ha trabajado a destajo y en silencio, con pocos aplausos de reconocimiento, a pesar de los muchos que merecían.
Durante este tiempo complejo, casi todo ha sido un quebradero de cabeza. Educar, cuidar, acompañar, evaluar… y también informar y comunicar la experiencia educativa. Parece que en el lapso de un año y medio todo haya cambiado de forma drástica, dejando numerosos interrogantes abiertos, también en lo que respecta a la tarea informativa que concierne a la educación.
Echando la vista atrás al tiempo prepandémico, la memoria recupera las noticias que protagonizaban las páginas web, los boletines y las redes sociales de cada colegio. Al margen de la información reglamentaria y organizativa (calendario escolar, fechas de exámenes, reuniones con familias, procesos de matriculación…), en todos esos canales ganaba por goleada la narración de lo extraordinario, lo que se salía de la rutina de un curso escolar: la participación en eventos singulares; la celebración de actividades festivas, deportivas o reivindicativas; las excursiones y las salidas del centro que permitían el contacto con la naturaleza, con el arte, con otros lugares y personas; la visita de profesionales de distintos ámbitos que abrían la perspectiva de los libros de texto; la presencia de las familias en actividades de voluntariado y aprendizaje…
Y de pronto, toda esa actividad desapareció. Por el contrario, las familias asistían al desarrollo de las clases, se asomaban a saludar a través de la cámara, veían la vivienda del tutor o tutora de su hijo o hija, que se convertía en un lugar tan común como su propia casa. ¿Qué íbamos a contar si lo extraordinario no existía y el día a día era tan visible y compartido? Fue el momento de dar soporte, mostrar la educación transformada, reconocer el esfuerzo y, sobre todo, dar las gracias.
En el último curso, la información sanitaria fue la gran protagonista: contagios, posibles casos, contactos estrechos, grupos de convivencia estable, avisos a la autoridad sanitaria, confinamientos, altas y bajas… La comunicación con las familias ha sido constante y difícil. Hemos pecado de excesos y defectos, hemos cumplido los protocolos, hemos querido ofrecer confianza para combatir el miedo y la incertidumbre, desde la prudencia y el compromiso de hacer todo lo mejor posible. Hemos realizado encuestas, que recogen aplausos y críticas, y hemos tratado de mejorar los puntos débiles sin dejar de escuchar.
Como contexto de fondo, no ha faltado la gresca política en torno a la nueva ley, la batalla entre administraciones por los refuerzos y las medidas que se han ido adoptando, a veces, demasiado sobre la marcha. Todo ello ha dificultado mucho la tarea de los colegios, preocupados por la salud de todos sus integrantes, pero también conscientes de la necesidad de mantener su proyecto educativo, con los niveles de calidad que las familias y el alumnado merecían. Dado que no podíamos acceder a los centros escolares, su personal se ha convertido en reporteros ocasionales. Con sus móviles, han grabado las actividades que consideraban más interesantes, han fotografiado los nuevos proyectos que dinamizaban pasillos con menos visitas y han tenido una tarea añadida a su ingente labor, precisamente, para contribuir a ese relato de la normalidad y el trabajo bien hecho de su colegio.
Estamos comenzando un nuevo curso escolar. El curso 2021-2022 será el tercero que se desarrolle en el contexto de la pandemia de la Covid-19. En las páginas web de los colegios hace tiempo que se publicaron los listados del alumnado admitido, los libros que les acompañarán durante el curso. En las últimas reuniones, han quedado configurados los horarios, los equipos, las necesidades… Y mientras las salas de profesores vuelven a llenarse de bullicio y se encienden las pantallas, el personal de administración y servicios se afana, también, en cuanto les compete: listados, reparaciones, compras, consultas…
Como el resto del alumnado y del profesorado, yo acabo de estrenar agenda escolar. Aunque es una agenda que señala algunos días importantes y el natalicio de personas que nos gusta recordar, está en blanco. En sus páginas, los días que dan pie a las vacaciones están marcados con una sonrisa y el resto son una incógnita.
Yo deseo que todas esas líneas levemente perfiladas se llenen de buenos momentos. Que rebosen de normalidad educativa, la de las aulas, la de un profesorado concentrado en su tarea, la de un alumnado dispuesto a aprender. Que haya mascarillas y gel, pero también cartulinas y pinturas, instrumentos musicales, juegos en los patios, experimentos en los laboratorios, lectura dentro y fuera de las aulas, miradas de confianza. La pandemia nos ha sacudido y, en ocasiones, nos ha hecho olvidar lo más importante: que la escuela es un espacio de conocimiento de uno mismo y del entorno, y que ha de ofrecer autonomía, aprendizaje, competencias, valores y mucha empatía, para que sigamos avanzando ante todos los retos planteados sin dejar a nadie atrás, aprendiendo entre todos y, en definitiva, creciendo un poco más. Tenemos por delante un curso que merecerá la pena escribir. ¡Feliz curso 2021-2022!