Las cifras de muertes por suicidio en España nos hablan de un problema grave. Cada día más de 10 personas se quitan la vida en nuestro país. De ellas, la mayoría son hombres. De todo el conjunto, un número significativo son menores entre los 15 y los 18 años. Se trata del último paso no solo para personas con problemas de salud mental, sino para aquellas que tienen sufrimiento emocional.
«El confinamiento, más que la pandemia, ha supuesto un duro revés a la quebradiza salud mental de los niños, las niñas y los adolescentes». José Antonio Luengo, decano del Colegio de Psocólogos de Madrid y uno de los mayores expertos en salud mental infanto-juvenil y en suicidio en estas edades lo tiene muy claro. Aquellos casi cuatro meses de encierro en casa fueron un problema grave para una salud mental no patológica, explica, pero sí «fácil de romper, que se rasgula con facilidad».
Es el caso de Clara, una chavala de Madrid que vive buena parte del tiempo bajo una estrecha vigilancia tanto en el instituto como en casa con el objetivo de evitar que su estado emocional vaya a mayores. En su centro son unas «privilegiadas»; la dirección apostó en su momento por la atención a la diversidad en sentido amplio y, del cupo docente, guardó sendas plazas para dos orientadoras a tiempo completo. Son 800 chicos y chicas. Casi cumplen con las recomendaciones de la Unesco de 1/250.
En el centro, el IES Rafael Frühbeck de Burgos trabaja Clara González, es la jefa del departamento de Orientación. Asegura que desde el inicio de la pandemia tienen más casos de autolesiones, pánico nocturno, ansiedad… «estamos desbordadas», asegura. Relata, no solo lo complicado del confinamiento, sino la situación de semipresencialidad. En el Rafael Frühbeck de Burgos obtaron porque el alumnado fuera todos los días a clase. La mitad, en las primeras horas. El resto, las demás horas. El cambio se hacía durante el recreo. «Lo mejor del horario», comenta, el único momento que tenían para compartir con los compañeros.
Detección
Saber si un alumno tiene problemas graves de ideación suicida, de autolesiones o similares no es fácil. Luengo habla de la necesidad de formación del personal docente, así como de la información que puede encontrarse en la red: guías y documentos elaborados por su equipo, así como por otros por todo el país, en los que pueden encontrar pautas de todo tipo.
Clara González asegura que, en el día a día, a los equipos docentes y no docentes no les resulta nada sencillo. Detectan una minoría de casos y el grueso aparecen gracias a que chicas y chicos sí detectan situaciones complicadas. Asegura que, además, en los últimos tiempos, seguramente porque los temas de salud mental han saltado a la palestra, hay menos miedo oentre el alumnado en acercarse al equipo o a algún docente para relatar alguna situación concreta.
Esta rientadora habla también del papel importantísimo que están cumpliendo en el instituto quienes participan en el programa de alumnos mediadores. Chicos y chicas elegidas por sus compañeros que se convierten en punto de referencia ante cualquier posible conflicto y que están siendo parte de la clave de la detección y la voz de alarma para que el centro tome cartas en el asunto.
Para González, quitando los casos graves de autolesiones que pueden verse a simple vista, otras pistas como cambios de humor o bajadas de rendimiento pueden ser llamadas de atención sobre cualquier otra cuestión. A lo que se suma que en no pocos casos, el centro educativo se convierte en una burbuja en la que se encuentran bien frente a una situación en el exterior muy complicada.
«Tenemos que hablar de sufrimiento»
Para Luengo aquí está una de las claves importantes. En general, socialmente, hablar de suicidio no está «bien visto». La mayoría de los medios de comunicación no contemplan hablar de este tema bajo la premisa de que hablar de suicidio puede incitar a otras personas a quitarse la vida. Pero para Luengo la clave está en que se hable no tanto de quién se suicidó y cómo; la piedra de toque está en hablar de «sufrimiento emocional y la desesperanza que lleva a las personas a esta terrible situación”.
Este psicólogo habla con el máximo respeto del trabajo que realizan los equipos docentes en los centros para evitar o atajar las situaciones de ideación suicida, autolesiones o suicidios. Aunque defiende la necesidad de que estos temas estén en la «cultura del sistema», como un asunto transversal y no meramente reactivo.
La pandemia ha hecho aflorar situaciones nuevas que no se conocían, así como ha empeorado la situación de muchas y muchos jóvenes. Para Luengo no está tan relacionado con la propia experiencia en sí de la pandemia sino que esta, y lo que ha supuesto, han generado situaciones de mayor intestabilidad emocional y más dolorosas entre la población infanto-juvenil.
Además de hablar del sufrimiento emocinal como paso inicial y necesario para evitar ideaciones suicidas, pasa por la redacción de protocolos que han de tener todos los centros docentes como marca, por ejemplo, la Ley Orgánica 8/2021, de 4 de junio, de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia. En su artículo 34 habla de la necesidad de estos protocolos para prevenir no solo situaciones de acoso o bullying, por ejemplo, sino de suicidio o autolesión.
Entre las posibles guías y documentos, este, escrito entre otras personas por José Antonio Luengo, puede resultar de ayuda para la prevención y la atención de estos casos en los centros educativos. Entre otras cosas, en él se encuentran diferentes modelos de actividades que pueden realizarse con el alumnado, las familias y el profesorado y la comunidad educativa. Según este experto, su propuesta para por el abordaje «del sufrimiento psicológico con actividades, validadas por la evidencia como que funcionan» con las que, más que entrar en el fenómeno del suicidio, sean una introducción en el sufrimiento emocional. «Un hablar de cada uno como ser humano, que explique también las salidas a estas situaciones, las claves para reconectarse», explica Luengo. «Tenemos que hablar, educar y explicar la violencia autoinfligida, cómo verla, cómo salir y cómo detectarla», resume.
Además de la necesidad de hablar de estos temas en los centros educativos, Luengo cree que para mejorar la situación de la infancia en este sentido es necesario que se visibilicen estos temas como una responsabilidad de toda la comunidad educativa; acertar con la formación del profesorado y las familias en estos asuntos; es necesario saber cómo actuar cuando las situaciones afloran, así como prevenir y detectar y, por último, es importante que las administraciones apuesten por la incorporación de psicólogas y psicólogos educativos en los centros, no clínico, educativos. Esto, como una forma de descargar a los departamentos de orientación.
No solo es que las ratios de estos departamentos en España están cuatro veces por encima de las recomendaciones de la Unesco, sino que, además, se dedican a una anorme cantidad de tareas de lo más variopinto; algo que dificula en cierta medida que su actuación siempre sea la idónea.
A esto se añade la importancia de la colaboración con servicios como los re atención primariasalitaria y los de atención psicológica especializada. Ambos, en todo el Estado, han saltado por los aires en los últimos meses ante una situación de tensión inédita que, además, ha empeorado con la disminución de la inversión en algunas comunidades autónomas.
En el centro de Clara González, en la localidad madrileña de Leganés, tienen 14 chicas y chicos bajo vigilancia más o menos discreta. La realiza su departamento, además de algunos otros docentes y personal del equipo directivo. Comenta que en Leganés, en cada instituto, la media de chavales «vigilados» está en los 10 o 12. En cada uno de ellos.
Para intentar atajar la situación, además del trabajo que ya vienen realizando de detección y atención, de coordinación con las familias o los servicios exteriores especializados, uno de los planes que tienen previstos es la realización de una campaña en el centro para poder hablar de estos temas. Para que las y los alumnos puedan verse reflejados y acompañados en situaciones que no solo están viviendos ellos. Junto a esto, también se han propuesto, en las clases de Valores éticos y de Religión, desde 1º a 4º de la ESO abordar el tema para que todo el alumnado tenga acceso, al menos, a cierta información.
Algunos datos
Las cifras nos hablan, al menos en relación al suicidio infanto juvenil, de una situación bastante estable en los últimos 25 años. Con las cifras que maneja el Instituto Nacional de Estadística, sabemos que 315 personas de hasta 29 años se quitaron las vida en 2020, mejor que los 443 que lo hicieron en 2005. Y aunque los datos han mejorado, se mantienen tozudamente estables en el tiempo.
Como puede verse fácilmente en la tabla, los chicos recurren a esta solución en mucha mayor medida que las chicas y hay importantes diferencias también por edades. El INE discrimina los datos entre mayores y menores de 15 años. Estos últimos tienen cifras muy por debajo de quienes tienen entre los 15 y los 29. Aunque no segrega entre los 15 y los 18, por ejemplo. En cualquier caso, con estos datos se sabe que el suicidio es la segunda causa no natural de muerte entre las personas jóvenes. Y hoy por hoy, mueren muchas más personas por sus propias manos que en accidentes de tráfico, a pesar de lo cual sigue habiendo importantes reticencias a la hora de hablar del suicidio o, en el mejor de los casos, del sufrimiento psicológico o emocional.