Llega el verano y con él también los bañadores, los pantalones cortos, los vestidos de tirantes pegados, las camisetas que enseñan el ombligo, la falta de rutinas, la llamada ‘operación bikini’, el bronceado… todos estos factores hacen de verano uno de los períodos más difíciles para hacer frente a las inseguridades y pensamientos distorsionados y obsesivos de los pacientes con un Trastorno de Conducta Alimentaria, según señala el Doctor en Psicología y Coordinador de la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria de San Juan de Dios, Eduard Serrano, en un artículo de Salud mental 360.
El Trastorno de Conducta Alimentaria (TCA) existe en una sociedad que no prioriza el aprendizaje de la gestión de las emociones, donde se busca la productividad de forma frenética y las inseguridades y estereotipos forman parte del pan de cada día de los adolescentes. Nos encontramos ante una tendencia al alza de los TCA, que empezaron a acentuarse a raíz del aislamiento de la pandemia de la Covid. Así lo demuestran los datos de una encuesta de la Asociación contra la Anorexia y la Bulimia hecha en las escuelas catalanas a 5.135 adolescentes de entre 12 y 16 años: el 47% de las chicas encuestadas declararon estar insatisfechas con su cuerpo y que deseaban bajar de peso.
El TCA se personifica en el cerebro de todas sus víctimas adoptando la forma de una voz negativa sin freno, que va juzgando y empequeñeciendo a la persona hasta dejarla triste, perdida, enferma.
Cuando tu principal enemiga está en la otra cara del espejo
Mireia Garcia, de 21 años, explica que hoy hace casi un año que recibió el certificado de alta terapéutica del Instituto de Trastornos de Conducta Alimentaria (ITA). Entre lágrimas, todavía recuerda con detalle el proceso de tratamiento y afirma que «no ha sido fácil, ni por mí ni por la gente que me quiere».
El tratamiento terapéutico le ha permitido adquirir las herramientas necesarias para hacer frente a los pensamientos más distorsionados y enfermizos. Garcia admite que todavía tiene momentos de debilidad, ya que, como dice ella, «un TCA es una lucha constante y complicada».
La voz enferma de Mireia hablaba de la autoexigencia, de no ser suficiente, de tener que llegar siempre un paso más allá que el resto para poder ser amada. Por el contrario, hoy se toma su trabajo con otra filosofía. El tratamiento le ha enseñado a priorizar sus necesidades personales por encima de las profesionales. También ha aprendido a gestionar de forma más sana sus emociones y conectar con ellas, lejos de la utilización de la comida como vía de escape. La restricción o atracón eran los dos vértices de su vía de escape. Explica que, paulatinamente, ha ido viendo que el odio que proyectaba hacia su cuerpo era una proyección de sus problemas a partir de una mirada distorsionada por la enfermedad.
El aislamiento
Las víctimas de este trastorno acostumbran a ser mujeres pero, aunque minoría, también se da en hombres. Lucas Ávarez, de 20 años, es un ejemplo. Actualmente se encuentra en seguimiento terapéutico y, hasta ahora, ha podido identificar diferentes síntomas propios de una mala praxis con la comida, el deporte, el alcohol y otras sustancias que le hacían alejarse de la realidad.
Una de las características más peligrosas del TCA es el aislamiento de muchas de las personas que lo padecen, que favorece el desarrollo y empeoramiento de la enfermedad. Tal y como afirma la psicóloga Maria Rovira, «estar solo propicia el crecimiento interno de los pensamientos distorsionados y conductas autodestructivas». Así, Lucas confiesa que muchas veces, cuando estaba enfadado consigo mismo, se ha querido «castigar» sin comida. Vemos, pues, cómo detrás de la comida se están adoptando muchas conductas autodestructivas entre los jóvenes. Unas conductas que en muchas ocasiones pueden resultar difíciles de detectar si no se tienen los conocimientos suficientes.
Una comida, una lucha
Regina Catafal ha convivido con la enfermedad desde su infancia, como otras muchas personas. Es difícil hacerse cargo de lo que puede comportar convivir con una patología alimenticia. La acción de comer es, en nuestra cultura, un acto social. A menudo, cuando nos reunimos con los amigos y familiares, suele haber una mesa con comida de por medio. Vivir con miedo a alimentarse es un impedimento constante que tiene consecuencias en todos los ámbitos: social, familiar, físico…
Al igual que Regina, la mayoría de víctimas de TCA comienzan a incorporar a sus rutinas conductas propias de la enfermedad sin ser conscientes de ello, así como la restricción de ciertos alimentos, los atracones de comidas de forma compulsiva o la obsesión de perder peso.
Uno de los modelos de terapia que más le ha funcionado, explica Regina, se basa en la que trabaja desde un grupo de personas que padecen todas la misma enfermedad. «Allí me he sentido acompañada, comprendida y he podido intercambiar consejos que a mí me han ayudado en momentos complicados».
Es necesaria una mayor prevención
Desde el conjunto de la sociedad, es importante prevenir los Trastornos de la Conducta Alimentaria con todas las herramientas y medidas que estén en nuestras manos. Tal y como afirma el doctor Eduard Serrano en la plataforma Salud mental 360, en una situación de riesgo, puede ayudar a mantener el horario de las comidas, realizar una exposición gradual del cuerpo y procurar mantener la actividad social, entre otras. En cuanto a la población general, la psicóloga Maria Rovira remarca que debe evitarse hacer comentarios a los demás sobre su cuerpo, así como felicitar a alguien cuando ha perdido peso. Declara que «son pequeñas contribuciones que pueden ayudar a disminuir el crecimiento de los TCA».