«La educación salva vidas», asegura Cobas al teléfono. Se trata de una aseveración tajante que, además, tiene diferentes aristas desde la que enfrentarla. La educación es importante en las situaciones de conflicto o de crisis por muy diversas razones. Lo es para intentar dar un lugar y un tiempo seguros a la infancia; lo es para intentar asegurar que no se desenganchan del todo del proceso educativo; lo es porque puede suponer un antes y un después a la hora de alcanzar un trabajo más o menos cualificado…
Unicef ha estimado que unos 222 millones de niñas y niños, de menores de edad, tendrán necesidades relacionadas con la educación el próximo 2023 y para cubrirlas les hacen falta 2.000 millones de euros. Esa cifra es la que necesitan alcanzar para hacerlo posible. La mayor parte de estos menores afectados por crisis, unos 198 millones, están desescolarizados o no aprenden lo suficiente, es decir, el 89 %. 78,2 millones están fuera de la escuela.
Que la infancia no vaya a la escuela en entornos de emergencia puede ser por una enorme cantidad de casuísticas. Desde un conflicto armado que les haya obligado a desplazarse o a huir a otros países o, incluso, a combatir en algún grupo armado, hasta que hayan tenido que dejar sus hogares, solos o con sus familias, por algún desastre natural, una sequía prolongada, etc.
Entre los casos positivos, según va desvelando Cobas, está el de niñas y niñas que acaban en campos de refugiados. Y lo es porque en un campo de refugiados la organización sabe, al menos, quiénes son los niños y niñas que hay y pueden hacer algo por su escolarización.
«Cuando niñas y niños están en la escuela, primero, pueden salir un poco del estrés que se vive en una situación de crisis. Hablamos de niños y niñas que igual están esquivando bombas», explica la experta de Unicef. Las escuelas son lugares en los que están más o menos protegidos «jugando con otros niños y con unos profesores que les están observando. Esto es salud mental».
En estos casos, asegura Cobas, la idea es que niñas y niños estén integrados en las escuelas ordinarias del país de acogida. No quita para que haya un centro educativo en los campos en donde, por ejemplo, se enseña a estos críos el idioma del país en el que se encuentran, como un paso previos a su integración. También se organizan, según explica la experta, actividades de educación no formal con la intención de que niñas y niños de diferentes orígenes puedan conocerse.
Para evitar conflictividad, de hecho, Unicef intenta apoyar a los países de acogida. Recuerda, por ejemplo, que en Líbano, uno de los receptores de población de Siria están viviendo una improtante crisis económica y que se empieza a plantear la idea de que las y los menores sirios no reciban educación. La agencia de la ONU está haciendo cuanto pueda para evitar que esto suceda. Pero hay que recordar la compleja situación en la que se encuentran muchos de los países receptores, no solo Líbano. Jordania, país vecino de Siria, es el país que más población refugiada tiene en el mundo. Uno de los campos más grandes con los que cuentan es Za’atari, en el que residen a día de hoy decenas de miles de personas. Muchas de ellas niños y niñas.
Pero los campos, como decíamos, son, casi, uno de los mejores escenarios posibles. Recuerda Cobas que en países como Nigeria, República Centroafricana o Sudán del Sur muchas niñas y niños han tenido que huir, han tenido que abandonar la escuela y no hay visos de que vayan a volver nunca. Muchos, lógico, nisiquiera han ido nunca desde que nacieron.
En otros lugares del mundo en los que actúa Unicef, más allá de los campos, se intenta salvaguardar la insfraestructura. Lorena Cobas explica que en muchs conflictos, los centros educativos son objetivos militares por difertentes razones. Una de ellas es que se trata de inafraestructuras que tienen electricidad y agua potable, lo que las hace edificaciones valiosas en las que las fuerzas armadas pueden instalarse.
Otras veces, sin embargo, se trata de destruir la moral de la población civil. «Cuando atacas una escuela, atacas lo más importante de una población. ¿Cómo puedes hacer más daño a una población que atacando a sus niños y niñas?», comenta Cobas.
A esto se suman tras posibilidades como la de atacar dentros educativos en un intento por evitar que las niñas tengan una educación, o estén en clase mientras hay un profesor (hombre) enseñándolas. Una situación similar a la que perpetraron los extremistas islamistas de Boko Haram a principio de la década de 2010 en Nigeria cuando secuestraron a cerca de 280 niñas en una escuela.
Las escuelas, en muchos de los contextos de emergencia, se convierten, eso sí, en lugares seguros en donde estar. «Trabajamos para que las escuelas sean el lugar seguro que tienen que ser, no pueden ser objetivos de ataques». Es uno de los trabajos de la organización, intentar que las escuelas queden fuera de los conflictos militares, como objetivos de ataques.
Cuando los esfuerzos de Unicef no pueden centrarse en la reconstrucción o construcción de una escuela o las personas a las que han de atender no están en un campo de refugiados o similar, todavía les quedan alternativas para intentar que niñas, niños y adolescentes no queden descolgados de la educación.
Una de las acciones que llevan a cabo y que se pusieron en marcha con la terrible crisis del ébola en África subsahariana fue la de la radio escolar. Como todas y todos conocimos por culpa de la Covid-19, en procesos de pandemia y altos contagios (ni comparación con el ébola por sus enormes efectos destructivos), la permanencia en casa, sin acudir a la escuela, fue una de las medidas que se tomaron. Muchos de quienes entonces tuvieron que dejar la escuela, no regresaron después pero, mientras esto pasaba y no, se distribuyeton radios que funcionaban con energía solar. El objetivo era que cada día pudiera emitirse por radio la clase de alguna materia para que estas niñas y niños tuvieran, al menos, ese tiempo para reconectar con su proceso educativo.
Unicef también ha desarrollado, explica Cobas, el proyecto de una escuela en la maleta, una caja que contiene material como para que 80 niños, en dos turnos de 40, puedan acceder a la educación, aunque sea de una forma relativamente precaria.
Currículo
El contenido, ese leit motiv de la educación formal, se convierte, aunque sea en cierta manera, en uno de los problemas menores de la educación en emergencias. Por muchos motivos. Menores que no han ido a la escuela nunca; o que no conocen el idioma en el que están o van a estar escolarizados; la espada de Damocles sobre la posibilidad de volver a «casa» en más o menos tiempo; o la dura realidad circundante, son algunas de las causas que dificultan en gran medida que los contenidos que se enseñan a estos niños y niñas en conflictos sean los que deberían haber aprendido en unos sistemas educativos normalizados.
La educación en algunos lugares y circunstancias para, por ejemplo, por dar información a estas chicas y chicos sobre la importancia de lavarse las manos (con la esperanza de que la transmitan a sus familias después); o sobre cómo actuar si se encontrasen en un campo minado para poder salir de manera segura. También pasa por dar clases del idioma del país de acogida si es que niñas y niños han tenido que salir de su país. O, como en los momentos de la crisis del ébola, aprender a protegerse de la enfermedad o a qué hacer en el caso de tener algún familiar contagiado.
En cualquier caso, uno de los puntos importantes es conseguir que todas y todos alcancen el nivel que se espera que tengan por su edad. Por eso desde Unicef se facilita todo lo posible para dar clases de apoyo y repaso; o formación profesional. Es el caso, cuenta Cobas, en países africanos cuando trabajan con niños y niñas que han pasado los últimos años dentro de grupos armados. Es necesario ofrecerles, además de cierta educación básica, el acceso a estudios profesionales que les puedan ayudar a conseguir un trabajo para asegurarse una forma de vida alejada de las armas.
La formación profesional es importante, como lo es, en cualquier caso, que niñas y niños puedan acceder a la titulación que necesiten. «Es un revulsivo para que las familias manden a sus hijos a la escuela» en los países a los que llegan. «Es importante acceder a la educación de calidad porque tienen los mismos derechos y dignidad que cualquier niño del mundo».
Pero la escuela, en estos casos sobre todo, es mucho más que el currículo oficial. Las escuelas se convierten en lugares en los que adultos, ya sean docentes o personal formado para ello, pueden observar a niñas y niños y saber «si están o no con su familia, si se han perdido (con lo que están en mucho mayor riesgo para su vida y protección). Se puede controlar o ayudar y prevenis que niños y niñas que no vean otra opción de vida, no vean un futuro para ellos, se enrolen en grupos armados. Muchas veces, en la escuela podemos trabajar con niñas, niños y sus familias para retrasar los matrimonios tempranos. Y cosas más sencillas. En las escuelas les damos comidas, un desayuno, una comida (no Unicef directamente), con lo que se pueden minimizar o retrasar los problemas de desnutrición».
Aunque Cobas no quiere quitarle importancia a los aprendizajes curriculares porque «la educación es la única manera de romper el círculo de la pobreza», «en estos contextos, más importante que el aprendizaje de las materias concretas, es el poder sobrevivir».
Más conflictos. Más desplazados
En palabras de Cobas, Unicef necesita en 2023 tres veces más dinero para hacer frente a las diferentes crisis y conflictos que hay por todo el mundo por el hecho de que hay más conflictos y algunos de ellos se han enquistado y no parece que vayan a tener fin en el corto plazo.
Más allá de la guerra en Ucrania, conflicto que tenemos muy presente por aquello de que está en Europa, existen otras guerras como la de Siria que lleva activa una década y no parece que vaya a terminar. Pero también están Chad, Yemen, República Centroafricana, Sudán del Sur o Nigeria. Lugares con conflictos armados más o menos abiertos. Pero también hay otros territorios como Afganistán con los talibanes, o toda Centro América, en donde la conflictividad también es muy, muy alta.
Se trata de situaciones en las que, tal vez, las familias podrían aguantar más o mens los primeros años, haciendo uso de los pocos o muchos ahorros que tuvieran o del grano de la cosecha del año anterior. «Pero cada año que pasa el conflicto suele ir a peor en graves violaciones contra la infancia y las familias siempre están más empobrecidas», esplica Cobas, que asegura que «al final, aunque la educación normalmente está muy valorada por las familias, si no te lo puedes permitir eliges comer».
En no pocas ocasiones, las familias sacan a niños y niñas de las escuelas para que se pongan a trabajar y así puedan ayudar a la economía de la casa. O en el peor de los casos, casan a sus hijas: por una parte reciben una dote que les puede ayuda y, por otra, hay un miembro de la familia que ahora está al cargo de otra familia. Una preocupación menos. Este es otro de los trabajos de Unicef. Incidir de la mayor y mejor manera posible para que estas niñas y niños no tengan que dejar la escuela Lo hacen por la vía de la sensibilización con las familias, pero también a base de transferencias económicas para que las familias puedan hacer frente a los gastos educativos y no necesiten del trabajo infantil.
A todo esto, «no podemos olvidarnos, continúa Cobas, de la importancia del cambio climático en la situación de las poblaciones y la infancia. Cada vez hay más desastres, olas de calor, inundaciones, sequías cpmo la que se está viviendo en el Cuerno de África y que nos lleva a las puertas de que se declare una hambruna de nuevo». Las guerras por el agua serán, con el tiempo, más frecuentes que hoy día y, de hecho, mantienen en una calma muy tensa a países como Etiopía y Egipto. Ambos en la cuenca del Nilo y con acuerdos frágiles en relación a la construcción de presas para poder abastecer de agua potable y energía más o mens barata a sus poblaciones.
222 millones de niños y niñas son víctimas de catástrofes, persecuciones y conflictos armados. Lo seguirán siendo seguramente durante el próximo año. «La infancia es la mayor afectada, concluye Cobas, y no tienen nada que ver con el origen del conflicto. Son los que pagan el precio más alto siempre». Por eso, Unicef necesita 2.000 millones de euros para invertir en la mejor educación posible que garantice, en cierta medida, un presente tranquilo y un futuro mejor para estas criaturas.