Vivo y sufro las desacertadas medidas educativas que toman los gobiernos autonómicos de la Comunidad de Madrid. Desde el curso escolar 2020-21 los móviles están prohibidos en los centros educativos de mi Comunidad pero, sin embargo, los docentes tienen con ellos los mismos problemas o más que el resto del profesorado de otros territorios, a juzgar por sus propias manifestaciones públicas. Y las familias madrileñas siguen teniendo las mismas preocupaciones que las de otras zonas, porque sobre ellas no se actúa. Es decir, que la prohibición no ha tenido el efecto milagroso que se vendía como consecuencia teóricamente inevitable de la desaparición de los teléfonos móviles en los centros educativos.
Me gustaría recordar dos afirmaciones. La primera es “ya no aprendemos para la vida, aprendemos para la escuela”, y la segunda “los jóvenes en nuestras escuelas se vuelven necios del todo, porque ni ven ni oyen hablar de nuestros problemas cotidianos”. Seguramente las personas que las acaben de leer estarán intentando ubicar ambas en el tiempo al que pertenecen, pensando en si son actuales o tienen algunas décadas; si las esgrimen quienes defienden un modelo educativo como el impulsado por la LOE, una vez recuperada su esencia con la Lomloe, o si forma parte del pensamiento de quienes defienden modelos como el de Madrid, que niegan la LOE y la combaten para insistir en las ideas demostradas como erróneas que se incorporaban en la Lomce, y que están llevando a nuestra comunidad autónoma a los últimos lugares de todos los indicadores que deberíamos liderar; o si, ya que estoy escribiendo sobre la prohibición de los teléfonos móviles, son argumentos de quienes la promocionan o de quienes estamos en contra.
Pues debo decir que no a todo lo anterior. La primera pertenece a Séneca [Cartas a Lucilio, 106.] y la segunda a Petronio [Satiricón, 1,3.], es decir, que dentro de unas décadas cumplirán dos milenios de existencia. ¿Qué pretendo al recordar estas dos afirmaciones? En estos casi 2.000 años hemos avanzado como sociedad, pero las excusas para explicar los problemas sociales siguen siendo muy similares. Y las medidas que se toman para, supuestamente, proteger la escuela y la familia, en el fondo siguen siendo parecidas. Se intentan poner puertas al campo, como decía la ministra de Educación en noviembre, lo que nos augura otro más que seguro fracaso en el despropósito de intentar prohibir la vida diaria. Fíjense cómo será la cosa que el actual consejero de Educación de la Comunidad de Madrid se acaba de descolgar afirmando que la prohibición no ha servido para nada en nuestra región. Los primeros que los prohibieron reconocen el fracaso del sitio hacia donde otros parecen querer ir ahora buscando un efecto distinto de la misma medida. ¡Ver para creer!
Medidas educativas que se toman por tener miedo y no saber enfrentarlo
El miedo es uno de los sentimientos básicos más potentes y, cuando aparece, se puede reaccionar de formas muy distintas. Una de las respuestas más habituales, por parecer la más lógica, es rechazar aquello que nos causa ese miedo. A madres y padres, como a docentes, rechazar el miedo a los peligros que están vinculados a los teléfonos móviles los lleva con facilidad a pensar en prohibirlos. Pero esto es como matar al mensajero para evitar que el mensaje llegue. No es efectivo, el mensaje llegará, al igual que los peligros que aparecen con el móvil seguirán presentes y se manifestarán. No van a desaparecer, porque no se actúa frente al mensaje sino contra el mensajero, el móvil. Y, además, con ello se insiste en un error que está demostrado: prohibir a un adolescente algo, cuando precisamente se encuentra en una etapa vital de reafirmación personal y cuestionamiento de las normas establecidas, solo provoca un deseo añadido hacia aquello que es objeto de prohibición. Se prohíbe por miedo, se prohíbe por incapacidad para dominar ese miedo.
Ejemplos nos sobran: cuando la información pone en peligro al poder, se limita la libertad de expresión y se censura; cuando las manifestaciones públicas cuestionan las políticas que desarrollan gobiernos autoritarios, aparecen leyes prohibitivas y punitivas, como la conocida por Ley Mordaza; cuando se desconoce el ambiente en el que se relacionan nuestros hijos e hijas, se les prohíben actos sociales que no lleguen a ser controlados previamente; cuando se pierde el control sobre las tecnologías, se prohíben las herramientas para su uso, como el móvil.
Resulta curioso que a los 14 años todas las personas pasen a tener responsabilidades penales sobre sus actos, pero se les quiera prohibir hasta los 16 que puedan tener un teléfono móvil
Por supuesto que se puede entender el tener miedo a todos los peligros que llegan a través de las tecnologías de la información y la comunicación. Soy padre hace más de un cuarto de siglo y nadie me lo tiene que contar porque lo he sentido y lo vivo. Pero jamás se me ocurrió pensar que podría hacer desaparecer la realidad. No soy un ignorante atrevido, pero muchas personas se empeñan en demostrar que lo son cuando plantean soluciones simplistas a problemas complejos. Siempre ha resultado, sobre el papel, más fácil prohibir que educar, pero en la práctica tiene consecuencias tan indeseables que, al final, siempre se demuestra más efectivo educar. Recuerden que amueblar bien la cabeza es la mejor de las estrategias.
Pacto de Estado para prohibir los móviles
En los últimos meses se ha conocido la iniciativa de un grupo de madres y padres, posiblemente en parte docentes también, aunque esto es lo de menos porque ello no invalida su papel de madres y padres, que promocionan la prohibición de tener teléfono móvil hasta cumplir los dieciséis años. ¿Qué estudio riguroso respalda este momento concreto? No pierdan tiempo buscando algo que no existe. ¿Por qué 16 años debe ser la barrera? No se ha dicho claramente, pero parece obvio que se ha debido pensar que esa edad, en la que está previsto terminar los estudios obligatorios, debe ser un momento mágico en el que desaparece la adolescencia -no es cierto- y donde se adquiere la madurez suficiente para poder manejar un dispositivo tecnológico como el teléfono móvil -tampoco es verdad-; aunque también podemos pensar en que, siendo el momento en el que se sale de la enseñanza obligatoria, esto marca una diferencia importante respecto de la responsabilidad de la educación por parte de las Administraciones públicas. En todo caso, resulta curioso que a los 14 años todas las personas pasen a tener responsabilidades penales sobre sus actos, pero se les quiera prohibir hasta los 16 que puedan tener un teléfono móvil.
Más curioso resulta escuchar a quienes promocionan esta prohibición desde la sociedad civil, y a quienes se aprestan a dar respuesta rápida y simplista a esa demanda, que la solución pasa por educar a los menores en el uso de estos dispositivos antes de que puedan tenerlos. Pues ya me explicarán cómo se puede hacer eso. ¿Se puede aprender a conducir un coche sin subirse a uno? ¿Se puede aprender a cocinar sin tocar los útiles de una cocina? ¿Se puede aprender a jugar al fútbol sin manejar un balón? ¿Se puede aprender a nadar sin meterse en el agua? Podría seguir. ¿Cómo se va a aprender a manejar los móviles antes de permitir que se toque uno? Es un sinsentido. Enseñar a usar adecuadamente las tecnologías sin tener contacto con ellas, es tan absurdo como imposible.
Claro, no faltará quien diga que para aprender a usar adecuadamente los móviles podrán usarse otras herramientas que no sean estos, pero es que ¿acaso se pretende decir que los peligros están en los móviles, pero no fuera de ellos? No, por supuesto. Lo que se querrá decir es que esos otros espacios se piensan controlables -falso- para evitar esos peligros, pero los móviles no. Pero, entonces asumamos la realidad: no se quieren prohibir porque eso nos libere de los riesgos, sino porque no sabemos cómo enfrentar la herramienta que nos los hace más visibles. Y el propósito es invisibilizarlos como si no existieran. Eso debe tranquilizar; no a mí, desde luego. En los centros educativos es como si los problemas se quedaran fuera de la valla que los rodea, y en las casas como si la prohibición en los centros fuera a retrasar la aparición de los móviles y, con ello, de los problemas que nos muestran.
Pues siento decir que no será así. Entre otras cosas porque los problemas, en esencia, no son distintos a los que han pasado generaciones anteriores. La diferencia es que ahora intervienen otros elementos y que, en una sociedad globalizada como la nuestra, parece que las repercusiones tienen un eco que antes podía no producirse. En muchos casos esto último es solo algo aparente. Y no, no es cierto que las familias y los docentes de antes lo tuvieran más fácil. La realidad es que era diferente, pero no más fácil, porque todas las épocas tienen sus dificultades y sus retos aparentemente insuperables, tanto en las casas como en los centros educativos.
Eso sí, se responsabiliza a los menores de no tener la suficiente fuerza de voluntad para escapar de las garras de los móviles. Fuerza de voluntad que tampoco tienen los mayores con carácter general. Y se pretende que las familias resistan la presión de comprarlos cuando toda la sociedad que les rodea les aplastará si pretenden resistirse de verdad. ¿Prohibir a las compañías telefónicas la venta desorbitada de teléfonos móviles sin edad y sin control? ¿Prohibir a las generadoras de contenido que puedan difundirlos sin control y que lleguen a los menores sin barrera alguna de edad? ¿Prohibir que los dispositivos móviles tengan controles parentales que pueden eludirse con facilidad pasmosa? ¿Prohibir a las redes sociales que puedan admitir perfiles falsos de menores y adultos? No, nada de todo eso. Sí, ya conozco lo del libre mercado y demás respuestas habituales. En la vida hay excusas y argumentos. Negarse a intentarlo es una excusa, y prohibir los móviles es una respuesta inútil en un mundo de continuas excusas inaceptables. El negocio ahora está en comerciar con lo que hacemos en las redes, porque las personas somos mercancía en el mercado diario. El resto de los argumentos que tratan de vendernos son paparruchas.
Lo que se nos queda pendiente mientras andamos intentando prohibir la vida diaria
Me voy a centrar en la educación, aunque no me resisto a volver a exigir que cese inmediatamente el genocidio en Gaza, y que se acaben todas las guerras, empezando por la que protagoniza Rusia contra Ucrania, pero siguiendo con todas las silenciadas pero existentes. Tenemos demasiados fascistas sueltos, aunque para encontrarlos no haga falta ni salir de la Comunidad de Madrid, donde por desgracia todo indica que tenemos una ratio muy alta por metro cuadrado.
Una buena idea habría sido que nos dedicáramos a frenar los desmanes de los gobernantes regionales que se empeñan en desmontar la escuela pública y generar todo el beneficio posible para los titulares de negocios educativos. En mi comunidad llevamos demasiados años sufriendo estas políticas, y en otras también, como en Andalucía, donde han liquidado más de 2.000 aulas públicas en muy poco tiempo. Pero, más allá de algún que otro discurso público de defensa de la escuela pública, 2023 no se ha caracterizado por medidas concretas para frenar tanto desaguisado. Con el calendario electoral -que ahora seguirá con Galicia y las elecciones europeas, si no aparece alguna más-, todo se ha parado. Ya sé que no es fácil, y me conozco de sobra el discurso de las competencias transferidas, pero no me refiero solo a las actuaciones políticas, porque la política no es únicamente votar cada cuatro años -o menos- y esperar a que varios cientos de personas sean capaces de hacer solas en los parlamentos lo que el resto no es capaz de defender ni desde el sofá de su casa.
También podríamos haber trabajado unida toda la comunidad educativa en poner encima de la mesa medidas para obligar a que las comunidades autónomas como la mía pusieran más presupuesto para la educación. Nuestros objetivos de país nos obligan, si queremos cumplirlos -yo soy de los que quiere-, a superar el 5% del PIB en inversión educativa. Ya lo habríamos hecho si no fuera porque algunos territorios, en especial en el que yo vivo, tienen inversiones ridículas y, sobre todo, lesivas para los derechos de la mayoría de la sociedad. Esto sería un tema para llevar a la conferencia sectorial de educación, de cara a impulsar un acuerdo en materia de inversión, mucho más importante que el de los móviles, aunque más difícil de conseguir, desde luego. La política es el arte de llegar a acuerdos, pero conseguir los que salen solos no tiene mérito.
Otra cuestión que deberíamos abordar, por ejemplo, es el desastre de la jornada continua en los centros educativos. Europa ha emitido pronunciamientos en el sentido de que no es adecuada, y nuestro Congreso de los Diputados también -por unanimidad, rara avis-; países como Alemania vuelven aceleradamente a la partida; la Comunidad Autónoma de Navarra está en el camino de recuperar la partida en todos sus centros por considerar negativa la continua para la educación; y los conflictos no cesan en territorios como el de Madrid, donde el acoso y derribo a quienes defiendan la partida se ha convertido en uno de los deportes favoritos cada año en los centros educativos. Un pacto de Estado para desligar de una vez el calendario laboral de los docentes del escolar del alumnado no solo sería una buena idea, es imprescindible hacerlo. Los docentes tienen derecho a conseguir mejoras laborales sin que ello perjudique al alumnado; ahora ocurre como consecuencia de la deliberada intención de las Administraciones educativas, mezcla ésta de intereses en reventar la educación pública por parte de algunos gobiernos autonómicos y de falta de voluntad para acordar con la comunidad educativa un incremento de las plantillas de los centros educativos.
Podría mencionar más asuntos: conseguir una verdadera educación inclusiva, que es una tarea obligatoria, pero pendiente; acondicionar los centros públicos para que no se vuelva a sufrir con olas de calor o de frío, y hacerlos energéticamente sostenibles; aprobar el Estatuto de la Función Docente, que está costando más que saber lo que hay dentro de un agujero negro; conseguir que la Democracia penetre en la gestión y control de los centros educativos, porque hasta la fecha forma parte del mayor fracaso de la educación sin duda alguna; abordar la educación en la gestión emocional de toda la comunidad educativa, empezando de forma urgente por alumnado y docentes, pero siguiendo inmediatamente con el resto de los sectores; y tantas otras cosas que la lista es interminable. Para todo esto, que es muy importante, no hemos encontrado tiempo, pero para ponernos a prohibir móviles, sí. Como John Lennon dijo una vez “la vida es eso que pasa mientras estamos haciendo otros planes”. Feliz 2024.