Miles de familias en cientos de grupos de WhatsApp o Telegram llevan meses organizándose para poner freno, en cierta medida, a los móviles entre sus hijas e hijos. La cosa nació a finales de curso pasado en Cataluña cuando un grupo de familias se puso de acuerdo para no comprar móviles a sus criaturas y evitar la presión social sobre sus espaldas.
Con el paso de los meses y algunos escándalos que saltaron a los medios de comunicación, amén de la amenaza continua de ciberbullying, las autoridades públicas, principalmente las educativas, comenzaron a movilizarse. Y a los pocos días de que el secretario de Estado de Educación dijera que no se iban a desterrar los móviles de la educación por los resultados en PISA, la ministra del ramo, Pilar Alegría, anunciaba una reunión para finales de 2023 para tratar, junto a las comunidades autónomas, la prohibición del uso del móvil en los centros educativos.
Más allá de que este uso ya estaba regulado, básicamente, por las direcciones de colegios e institutos, el miedo a las consecuencias del uso de teléfonos inteligentes por parte de adolescentes ha ido creciendo cual bola de nieve que todo lo aplana.
Expertos en educación digital como Jordi Adell (profesor jubilado de la Univeridad Jaume I de Castellón) o María del Mar Sánchez (de la Universidad de Murcia) hablan de estallido de pánico moral como ha habido en otras épocas e intentan calmar los ánimos hablando de una educación digital cada vez más necesaria en un universo, el de Internet, dominado por una serie de algoritmos que, cual horizontes de sucesos, todo lo atrapan y lo atraen hacia sí.
Qué dicen las familias
Se ha escuchado mucho en las últimas semanas y meses a expertos de todo tipo hablar de los pros y los contras de las pantallas y de internet en la educación, dentro de las escuelas, pero el fenómeno va mucho más allá de las cuatro pareces del instituto, puesto que entre ellas es donde menos tiempo pasan niñas, niños y adolescentes a lo largo del día.
Las madres con las consultadas para este reportaje tienen visiones más o menos divergentes en relación al teléfono móviles. Unas buscan, como es el caso de Maria del Mont Llosas, portavoz de familias del movimiento de adolescencia sin móviles, «un pacto entre familias» que retrase lo más posible la llegada de los móviles a la vida de chicas y chicos. Su deseo es que, al menos, esta entrada no se produzca antes de los 16 y lo que intentan es plantear una defensa, casi numantina, ante la tan manida frase: «Es que Juan ya tiene móvil» que utilizan sus hijos para presionar.
Laura Baena, fundadora del Club de la Malasmadres asegura que hay que «poner límites a los contenidos abusivos, pero establecer una prohibición antes de los 16 no es la solución». Asegura, eso sí, que «la prohibición en los centros no me parece mal», pero hay que «ser conscientes, continúa, de las realidades de las familias».
Para Llosas, las medidas que se han ido conociendo con la prohibición en colegios y una fuerte regulación en secundaria, no son suficientes. «Debería haber la misma restricción en secundaria que en primaria, los estudios son claseos», asegura. Y lo dice en relación a la madurez del cerebro infantil antes de los 16 años, «es un tema de neurodesarrollo».
«Como familias tenemos la responsabilidad porque compramos los móviles», señala Marina Jiménez, presidenta de Codapa (la confederación de asociaciones de familias de la pública andaluza) quien, eso sí, puntualiza que «hasta ahora no éramos conscientes de la responsabilidad social» en este asunto de los móviles. Y apunta hacia uno de los puntos en los que todas las madres consultadas coinciden: «Podemos hacer un esfuerzo por no dar móvil, retrasarlo lo más posible a pesar de que la presión social no es tan sencilla de evitar. Pero en cuanto al acceso a redes sociales hay una responsabilidad social: necesitamos regulación desde las administraciones. Aquí hay que poner el foco también».
El papel de las tecnológicas
«Las tecnológicas tienen el target en la infancia», asegura Llosas y recuerda las diferentes demandas que en los Estados Unidos se están presentando contra algunas redes sociales como Facebook, Instagram o TikTok y sus algoritmos.
«Han desarrollado productos sabiendo que van a dañar el desarrollo de los niños», asegura esta madre, psicóloga y doctora en Bioquímica. Asegura que pueden tener impactos muy importantes en el neurodesarrollo «y lo acarreas de por vida». Además, señala que el uso de estos dispositivos y redes sociales puede interferir «con periodos del desarrollo que se producen en momentos determinados».
Por su parte, Laura Baena asegura que «los menores no deben tener redes ni acceso a las plataformas» aunque es necesario, también, «pedir explicaciones a las plataformas y a la industria. Estamos sometidos al algoritmo que crea adicción incluso a los adultos». Y cita la ley de contenido audiovisual para criticar que, aunque existe el marco legal «no se persigue ni se controla».
Para ella, este asunto son los móviles pasa por la regulación, la responsabilidad de las empresas y la formación a las familias».
Llosas insiste en el papel de la industria: «Conocen el funcionamiento de mi cerebro», lo que hace que «muchas apps generen problemas porque están diseñadas para ser adictivas». «Usan nuestra neorofisiología para generar una respuesta: liberación de dopamina». Esta liberación de dopamina, cuando cesa, deja una «necesidad» de volver a consumir. «Como adulta soy más capaz de inhibir impulsos, tengo cierto margen que los adolescentes no tienes».
El miedo es libre
Baena insiste en la necesidad de tener en cuenta la situación de cada familia. «El debate de la prohibición es un privilegio social que no responde a la situación de la gente de la calle», asegura. Y mira a la situación que se produce en los colegios públicos cuando, con 12 años, niñas y niños han de ir a los institutos y el impacto que esta situación produce en muchas familias.
Y ante el miedo, cada quién utiliza las tácticas o las herramientas que tiene. Jiménez explica que su hijo, al entrar en el instituto, utilizó, como muchos adultos, es discurso del miedo para solicitar tener un móvil: «¿Y si me pasa algo?». A lo que ella respondió que en el centro tienen su número y podrían localizarla, al igual que en el conservatorio al que acude después, para terminar con «tú te sabes mi número». Eso sí, dice, «no es lo mismo cuando vives cerca del centro o tienes que coger varios transportes».
En este sentido, Jiménez habla de la iniciativa de los caminos escolares de Sevilla en la que, además de crear rutas para que niñas y niños puedan ir a pie a sus centros sin demasiado problema, se busca la colaboración de comercios en los que las y los chavales puedan pedir ayuda en el caso de surgir cualquier cuestión.
Llosas comenta que en Barcelona y desde el movimiento intentan hacer iniciativas parecidas para que los comerciantes de los barrios colaboren y permitan el uso de sus teléfonos en el caso de que alguna niña o algún niño necesiten hacer alguna llamada.
Baena tiene en mente que para muchas familias con miedo, la prohibición es una buena medida. Sobre todo porque «no tenemos tiempo ni conciliación laboral como para acompañar» debidamente a niñas, niños y adolescentes en esta realidad digital. Y, al mismo tiempo, otras familias, también por miedo, les dan un teléfono a sus hijos para saber en cada momento, vía GPS, en dónde se encuentran. «El miedo es libre», asegura esta madre que, además, señala el papel de los medios de comunicación en el fomento de este miedo social en muchas ocasiones.
Formación
«Formar y dar recurso a las madres», comenta Baena quien explica, además, que hay que ser consciente del uso que las personas adultas hacen de los móviles y las redes sociales delante de sus hijas e hijos. «Si a mí me cuesta desconectar, afirma, se complica educar en el buen uso» de estas herramientas.
Tanto Carmen Morillas como Marina Jiménez, desde las organizaciones que dirigen, organizan y han organizado formaciones relacionadas con las tecnologías, con las redes sociales, sobre control parental y un largo etcétera. Pero como señala Morillas, «necesitamos recursos» para hacer ese trabajo. «Movemos cielo y tierra para hacer esa formación, pero obviamente se necesitan más recursos y la administración tiene esa responsabilidad», dice Morillas.
Y se trata de una formación que no solo debe centrarse en el buen uso de las tecnologías, ese «educar en una ciudadanía digital responsable» como dice Morillas, sino que hay otros temas relacionados con la convivencia y la no violencia o la educación afectivo-sexual que deberían estar presentes en la escuela y que ayudarían en cuestiones relacionadas con los móviles en los centros.
Desde las diferentes plataformas del movimiento de familias que defienden que la adolescencia no debería estar mediada por las pantallas y las redes sociales, lo tienen claro: «El trabajo extremandamente importante es de sensibilización». Por ello, explica Llosas, «se han hecho muchas charlas en las escuelas por profesionales para explicar a las familias sobre qué pasa por el uso del móvil: relacionales, acoso, salud mentales, adicción, etc.».
Como en el caso del movimiento asociativo vinculado a las AMPA, desde este movimiento ciudadano, las acciones que se llevan a cabo son posibles gracias a la voluntad de quienes las realizan. Además de estas formaciones que se realizan en centros, están poniendo en marcha, de cara a las jornadas de puertas abiertas para el próximo curso, una campaña que pretende dar información sobre los peligros de los móviles y las redes sociales antes de ciertas edades en las mismas puertas de los centros. «Es una manera de llegar y aumentar la concienciación» puesto que como reconoce Maria del Mont Llosas, hasta ahora ha habido mucha virtualidad y a las charlas que organizan suelen acudir las personas que ya están concienciadas de los riesgos de estas tecnologías.
Esta madre, eso sí, señala a las administraciones para exigir que hagan campañas mediáticas para hablar de los peligros de las redes sociales y los algoritmos que utilizan. Como otras madres y organizaciones, ellas hacen formaciones a las que suelen asistir siempre personas que están muy interesadas o que ya conocen dichos riesgos. Es necesario alcanzar a las demás.