“Discriminación de baja intensidad” es un concepto que podría definir lo que muchas y muchos docentes LGTBIQ+ viven o han vivido en muchos centros educativos del país. No hay violencia física explícita, seguramente tampoco verbal, en sus experiencias, pero sí hay actitudes, situaciones o palabras que en mayor o menor medida reflejan la falta de tolerancia que muchas y muchos docentes enarbolan en sus centros.
Hace unos días, la FELGTB y CCOO presentaron una encuesta en la que se hablaba de LGTBIfobia en los centros educativos. Entre los muchos datos destacables, se ponía negro sobre blanco la cuestión de cómo el profesorado vive estas situaciones no solo cuando es el alumnado quien las protagoniza, sino cuando les llegan desde sus propios compañeros y compañeras.
Palos en las ruedas
Ana Ojea es docente en un instituto gallego. Desde hace años es lesbiana visible y coordinadora de la Rede Educativa de Apoio de Galicia LGBTIQ+ (REDE), una red de docentes del colectivo y aliados que, sobre todo, busca darse apoyo mutuo.
Para ella, la visibilidad “marca una diferencia importante, así como la expresión de género” a la hora de recibir según qué trato. “Cuando eres visible, cuando lo verbalizas, las cosas se vuelven más complicadas”, asegura.
Ojea habla de que hay una LGTBIfobia liberal, es decir, de personas que dicen no tener problemas con el colectivo siempre que su visibilidad quede reducida. “Cuando trabajamos visibilidad y actividades de cara a los demás, fundamentalmente, más que cuestiones de sensibilización o formación, que pueden quedar en el aula, más invisibles, aparecen los problemas”.
En su centro tienen una asamblea con su alumnado LGTBIQ+ para apoyar a chicas y chicos del instituto. Desde este espacio realizan acciones de visibilización y reivindicación. En este contexto, explica Ana, realizaron una campaña con banderas y murales con los que decoraron la entrada del centro, así como algunas otras zonas para el 17 de mayo, día de la lucha contra la LGTBIfobia.
Unos días después, parte de esta decoración fue retirada porque se celebraba la graduación de las y los chicos de 2º de bachillerato y las familias estarían en el centro. La dirección pensó que sería mejor retirarlos y colocarlos en otro lugar donde, explica la docente, fueron vandalizados.
A esta decisión de la dirección de evitar “problemas” con las familias se suma que hace unas semanas ella llevó al claustro la votación para incluir el centro en la red de Escuelas Seguras de la FELGTB.
Excusas contra la diversidad
Un compañero, después de expresar su disconformidad por dicha iniciativa, entre otras cosas, explica Ojea, porque “la cuestión está sobredimensionada en el centro”, pidió que la votación fuera secreta y no a mano alzada como suele ser habitual. El 52 % del claustro votó a favor de la iniciativa, el 32 % en contra y el 16 %, en blanco. “Cuando vi el resultado, para mí era la prueba inequívoca de que el nuestro no era un centro seguro”, explican.
Por la experiencia que tiene con las 160 personas que forman la Red, ella habla de que “siempre tienes que estar alerta para ver por dónde te van a venir. Es una sensación generalizada”. Asegura que el profesorado no se niega directamente a las iniciativas que se ponen en marcha “pero buscan excusas o subterfugios” para hacerlo.
Una dirección me pidió que dejara de trabajar estas cosas porque no les gustaban, pero lo que hago está amparado por la ley
David Armenteros, profesor de matemáticas y coordinador de Educación de la FELGTB explica algo parecido. Una vez que salió del armario en su centro y que decidió organizar actividades para visibilizar al colectivo y sus luchas, “encuentras departamentos que te ponen pegas, que te dicen que no les pidas sus horas o que sus alumnos no pueden ir”.
Asegura que no ha tenido problemas mayores, salvo con una dirección que en una ocasión le dijo “que dejara de trabajar estas cosas porque no les gustaban. Pero lo que hago está recogido en la Ley. Siempre me agarro a la Ley”. Incluso una dirección que “se inventó que había denuncias de padres. Pedí reuniones con las familias y no se hicieron”.
Lara Boubeta es maestra en Galicia. Es parte de la REDE, espacio del que habla como un lugar seguro en el que compartir experiencias, conocimientos, apoyo e, incluso, asesoramiento a nivel legislativo.
Ella lleva seis año ejerciendo como maestra. El primero de ellos dentro del armario (“Era muy joven y me daba reparo”), el resto, no. Ha pasado por dos colegio y su vivencia es muy diferente. Los cuatro primeros fueron muy bien, con mucho apoyo del claustro. Los dos últimos las cosas se han ido torciendo.
De hecho, como parte del equipo de coordinación de la biblioteca escolar creó una sección dedicada a la igualdad entre hombres y mujeres y a la diversidad LGTBIQ+. Esto le costó el escrutinio por parte de una compañera sobre los libros elegidos, a dos manos con alguna librería de la población donde trabaja.
Y este escrutinio acabó convertido en una amenaza de posible denuncia a la inspección por contenido inadecuado. Boubeta explica que uno de los libros desarrolla la relación sentimental entre dos mujeres y, según cuenta, en una de las viñetas aparece una relación sexual entre ambas. Esta maestra no tiene claro, porque la denuncia no llegó a presentarte, si el problema era esta representación o si lo era el hecho de que fueran dos mujeres.
Armenteros, como cualquier compañero, ha sufrido esta “discriminación de baja intensidad”. Tal vez, la primera ocasión es el hecho de permanecer en el armario. La sensación de miedo, la expectativa de qué pueda pasar cuando uno se hace visible, es el primer síntoma de esa LGTBIfobia en los claustros. Habla de conversaciones sobre la vida personal de las y los compañeros en las que no participaba. “Te sentías incómodo por no poder compartir nada. Me sentía incómodo al pensar que se supiera, ¿qué pensarían de mí”, explica. “Este tipo de violencia hacia ti mismo acaba incomodándote. No puedes ser tú mismo”.
Jorge Moreno, profesor de Filosofía en Murcia comenta que explica: “He tenido compañeros que me han preguntado por qué salgo del armario. Si tú me cuentas tu vida, explica, yo también”, a lo que le han llegado a replicar con un “no hace falta decirlo”.
He tenido compañeros que me han preguntado por qué salgo del armario; me dicen que no hace falta decirlo
Explica que, además, hay claustros donde se critica o señala al profesorado de Filosofía o Valores a los que se acusa de estar adoctrinando al alumnado. “Tengo compañeros que adoctrinan del lado contrario, que en Biología no hablan de sexualidad”.
Lara Boubela cuenta lo mismo. Cuando ella ha planteado actividades ha escuchado críticas de otras compañeras por un presunto adoctrinamiento relacionado con las personas trans. Esta cuestión se ha convertido en los últimos años en epicentro de la discusión dentro del feminismo. Ella explica que, cuando le dicen que adoctrina, hay que ver la otra parte, la de quienes adoctrinan al decir que, por ejemplo, para ser mujer hay que tener vulva, de manera que las mujeres trans no son mujeres.
Trabajar sin atender a lo que marca la legislación educativa puede ser otra forma de LGTBIfobia. Moreno comenta que ha sido formador en Madrid y Castilla-La Mancha, para empoderar a docentes para tratar con las familias cuestiones relacionadas con la transexualidad, con lo queer, el transgénero, la homofobia… Según dice la formación sobre diversidad afectivo-sexual es un déficit generalizado que, a pesar de estar en la ley y los decretos curriculares, “no se cumple en ningún departamento de instituto; no encontrarás que esto se trate como contenido transversal, en ninguna programación que pidas”.
También habla del alumnado en las universidades. “No se leen la legislación y nadie les explica cómo tratar la diversidad en clase, con el profesorado o con las familias. La formación docente tiene mucho campo de mejora”.
No nos queremos creer lo que nos pasa por ser del colectivo, por lo que implica
Otra forma de LGTBIfobia tiene que ver con algo que explicaba Boubeta. Cuando no sabes si la crítica que se te hace es por un contenido concreto de una actividad o por el hecho de que la propuesta parte de una personas del colectivo. “A veces le quito importancia. No nos queremos creer lo que nos pasa por ser del colectivo, por lo que implica”, razona.
Las experiencias que ha vivido hasta ahora en estos pocos años de trabajo han conseguido “que tenga miedo a hacer ciertas cosas en algunas clases”, incluida su tutoría, “por lo que pueda pasar con familias y profesorado. Mi cole no es una zona segura para mí”.
Visibilizarse
Este es uno de los puntos más complicados, como ya se ha dicho. Estar dentro del armario genera situaciones de cierta violencia para quien no se ha hecho visible. Se soportan comentarios y chistes LGTBIfóbicos por parte de los compañeros en no pocas ocasiones. Silencios o secretos que no se quieren desvelar para evitar males mayores.
Jorge Moreno es docente de Filosofía. Ha pasado por centros de Madrid, Albacete y Murcia. Pasó unos siete años, según cuenta, sin visibilizarse en donde trabajaba “por si acaso tenía problemas”, explica.
Pero una vez que se da el paso, hay que prepararse para un nuevo tipo de situaciones. Como decía Ana Ojea, las cosas cambian y, a veces, a peor.
“Se generan situaciones que a algunos no les gustan”, dice Armenteros. Explica que cuando él salió del armario lo hizo por una alumna que había vivido una situación de lesbofobia por parte de sus compañeros de clase. Cuando la chica se atrevió a contárselo, él le dijo que la entendía, puesto que él también era homosexual. Una vez en la clase, se lo comentó al resto del grupo, como forma de defensa de esta chica, así como de otras personas que pudieran encontrarse en similar situación.
Se generan silencios y situaciones incómodas. Hay que hacer pedagogía entre los compañeros
Esto hizo que algunos estudiantes se sintieran más cómodos hablando con él de sus problemas que con sus tutores. “Te coloca en una posición complicada”, dice, porque a estos tutores “les incomoda y te lo hacen saber”.
Ahora ha vivido situaciones con comentarios sobre la Ley Trans. “Se generan silencios y situaciones incómodas. Hay que hacer pedagogía entre los compañeros, pero pequeñas cosas”, puntualiza.
Jorge Moreno asegura que, una vez habiéndose visibilizado, ha recibido comentarios sobre la posibilidad de que se case: “A ver cuándo una mujer te ordena la vida”, explica que le dijeron. En su caso salió del armario cuando un compañero recibió críticas y comentarios por su bisexualidad. En un momento dado de la conversación él acabó revelando que era homosexual.
Armenteros afirma que no todo el mundo tiene que visibilizarse “pero puede ser importante”, explica. Al tiempo que dice que no ha sufrido cuestionamientos profesionales por parte de sus compañeros ni de las familias, que en más de un caso le agradecen ser referente “porque no tienen conocimientos y necesitan esa formación”. Pero, al mismo tiempo, explica que “veo compañeros que no se visibilizan, te cuentan su historia y cómo se sienten violentados ante la exposición pública. No se atreven, les da miedo. No puedes pedirles que lo hagan”.
El veto parental sobre cuestiones relacionadas con la diversidad afectivo-sexual es homofobia
Administraciones homófobas
En los últimos años, la situación se ha complicado en muchos puntos del país con el ascenso de la extrema derecha y con los pactos de gobierno que ha firmado con el partido popular en diferentes comunidades autónomas. También por la asunción de otros ejecutivos autonómicos de sus postulados.
La Región de Murcia es famosa por la imposición del veto parental, según el cual, según qué actividades deben ser comunicadas a las familias antes de realizarse para que decidan si sus hijos e hijas asistirán a ellas. Da igual el contenido, pero en este caso, cuestiones relacionadas con la diversidad afectivo-sexual quedan en el limbo, incluso a pesar de lo que pone la Ley de educación. “Esto es homofobia”, sentencia Jorge Moreno.
Trabaja en Murcia y ha notado la diferencia con respecto a Madrid, en donde esta autorización también funciona pero no da problemas. “Aquí es más beligerante”, afirma.
La lista es más o menos larga, pero en los últimos años se han denunciado cursos de formación afectivo-sexual para el alumnado; se han prohibido y/o retirado libros de bibliotecas escolares y municipales de contenido LGTBI en lugares como la Comunidad Valenciana o, como hace unos años, se ha intentado una persecución de personas y entidades que daban charlas sobre igualdad en centros educativos de Andalucía.
Algo que preocupa por igual en relación a toda esta LGTBIfobia es que, a pesar de que se produzca entre iguales dentro del claustro, cala en el alumnado y en las familias. Esto preocupa mucho a las y los docentes del colectivo que, cada vez, sienten y una mayor presión por no visibilizar la diversidad afectivo-sexual.