La sociedad de la información y del conocimiento
En 1973, el sociólogo estadounidense Daniel Bell popularizó el concepto de la «Sociedad de la Información» con su obra «El Advenimiento de la Sociedad Post-Industrial». En ella, Bell describía la transición de una economía industrial que produce productos a una economía basada en servicios (conocida como post-industrial), donde la preferencia por profesionales técnicamente cualificados marcaba la estructura laboral. También advirtió que los servicios basados en la comunicación y los datos se convertirían en la estructura central de la nueva economía y de una sociedad fundamentada en la información.
Por otro lado, y en una perspectiva complementaria, Crovi Druetta (2002) considera que en la sociedad de la información la generación, procesamiento, almacenamiento, distribución y difusión de la información y datos ocupa un lugar central y se convierte en una fuente de riqueza. Además, el rápido crecimiento de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) afecta a todos los sectores sociales, transformándolos, aunque existen diferencias significativas en el acceso a estas tecnologías entre países, colectivos e individuos.
Sin duda, el desarrollo digital ha abierto nuevas vías para el procesamiento, almacenamiento y difusión de la información, así como para establecer nuevas formas de producción, modificando las relaciones interpersonales, la educación y el entretenimiento (Crovi Druetta, 2002), e impulsando también la interconexión y la globalización.
Posteriormente, en los años 90, surgió la noción de «Sociedad del Conocimiento» (Burch, 2005) como una alternativa al término «Sociedad de la Información»1. A medida que la digitalización se consolidaba, este concepto ha ido reemplazando gradualmente al anterior. Esto se debe a que el constante flujo de datos e información genera una creciente necesidad de transformarla en conocimiento (Castells, 2004). En este caso, el elemento central es el conocimiento, que adquiere una dimensión más colectiva (Lévy, 1994) con el trabajo en red, enfocándose en la creación, aplicación y gestión del conocimiento (Nonaka, 2009).
Este cambio conlleva a su vez nuevas formas de producir conocimiento, que se convierten en un factor crucial para el crecimiento económico. Con ello, se observa una creciente importancia de los procesos educativos y formativos, así como del aprendizaje permanente (Krüger, 2006). Esto se traduce en una expansión de la educación y la necesidad de aprender a lo largo de toda la vida para poder adaptarse a un entorno en constante evolución.
En este contexto, el sector educativo y, en particular, las instituciones universitarias adquieren una relevancia aún mayor, junto con otros elementos fundamentales como: la innovación, el talento y la creatividad, el aprendizaje formal e informal, las redes sociales, el trabajo colaborativo, la capacidad de autoaprendizaje (Sánchez, 2016) y disposición del estudiante para seguir aprendiendo, así como las competencias clave.
En resumen, la sociedad del siglo XXI se caracteriza por cambios tecnológicos y sociales vertiginosos, más ahora teniendo en cuenta la aparición de la inteligencia artificial. En este entorno, la universidad debe preparar a los estudiantes no sólo con conocimientos, sino también con las competencias necesarias para enfrentar los desafíos que encontrarán al salir de las aulas.
Considerando todos estos aspectos, surge la necesidad de plantearnos los siguientes interrogantes: ¿Cuál es el papel que desempeña la Universidad en nuestra sociedad? Y ¿Cuáles son los retos y desafíos actuales que deben enfrentar las instituciones educativas?
Respecto a la primera pregunta, se puede decir que la universidad desempeña diversas funciones. Entre ellas se encuentran la generación de pensamiento científico (Muñoz & Calle, 2016), conocimiento y cultura, innovación, investigación y desarrollo. Asimismo, tiene un papel fundamental en la formación de profesionales y ciudadanos.
Además, contribuye a la transformación de la sociedad si se promueve un compromiso con valores como la inclusión, la sostenibilidad o la responsabilidad ambiental. Fomenta la movilidad, el intercambio de ideas y experiencias, e impulsa la internacionalización.
Sin embargo, estas funciones no están exentas de retos y desafíos para la universidad. Por ejemplo, algunos de estos retos son el desarrollo digital, la inclusión e igualdad, la formación integral, el aprendizaje permanente, la calidad, la innovación y transmisión de conocimientos. A continuación, nos centraremos en el primero de estos retos y exploraremos algunos aspectos relacionados con el desarrollo tecnológico digital con mayor detalle.
El desarrollo tecnológico digital
Durante la pandemia, en el ámbito educativo, la transformación de recursos analógicos y físicos a formatos digitales adquirió mayor relevancia, siendo estos medios esenciales para continuar con la actividad docente. Desde entonces, se ha generado una mayor demanda/necesidad de habilidades en el manejo de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), así como en el desarrollo de competencias digitales (competencia/objetivo). Además, como consecuencia directa de la pandemia, hemos visto un incremento significativo en el uso y tiempo que pasamos frente a las pantallas, tanto dentro como fuera de los centros educativos.
No se quiere cuestionar la relevancia de la integración de las TIC (Tecnologías de la Información y de la Comunicación) en diversos contextos, ni la importancia de desarrollar la competencia digital ni de continuar con el proceso de digitalización. Sin embargo, debemos considerar que ambos condicionan nuestra forma de comunicarnos, relacionarnos e interactuar, como señalan los autores que teorizan sobre la sociedad de la información y del conocimiento mencionados. Es evidente que las nuevas tecnologías han revolucionado nuestra interacción con el mundo que nos rodea. El rápido desarrollo e implementación de estas tecnologías plantea desafíos constantes para la educación, como se detalla a continuación.
Los motores de búsqueda y algoritmos condicionan nuestra experiencia digital, las redes sociales influyen en nuestra comunicación y relaciones tanto con los demás como con nosotros mismos. La inteligencia artificial está revolucionando nuevamente el ámbito educativo, ofreciendo oportunidades para realizar tareas de manera más eficiente, lo que se traduce en una mejora de la productividad y un ahorro de tiempo. Esto nos obliga también a repensar y reflexionar sobre algunas actividades docentes, especialmente en lo que se refiere al desarrollo de competencias y a la evaluación. Es importante que seamos más precisos al evaluar aspectos como la capacidad de síntesis, análisis y argumentación. Por ejemplo, convendría reconsiderar la práctica tradicional de pedir a los alumnos que redacten un texto sobre un tema concreto y, en su lugar, considerar opciones alternativas, como evaluar estas habilidades de forma oral o en situaciones prácticas.
Por otro lado, aunque la información es más accesible en la actualidad, todavía persiste una brecha digital y no toda la información disponible es de calidad. Según Bauman (2015), los docentes enfrentan el desafío de enseñar a vivir en un mundo saturado de datos, donde el síndrome de la impaciencia y la mercantilización del conocimiento son frecuentes. Además, una cuestión de especial relevancia es que el cambio impredecible y constante pone a prueba la veracidad del conocimiento. Por otro lado, debemos reconocer que la convivencia con la posverdad es una realidad que plantea un desafío constante. De acuerdo con Frankfurt (2005), la posverdad se refiere a la difuminación de la frontera entre la verdad y la mentira, y crea una tercera categoría distinta a las dos anteriores. Una en la que un hecho, ficticio o no, es aceptado de antemano por el simple hecho de encajar con nuestros esquemas mentales. En palabras de Frankfurt:
Sin duda, todos somos artífices en esta nueva era, los tiempos de los verificadores de hechos, de las publicaciones irresponsables, de la viralización de videos, del reportero ciudadano, del ciudadano que de la noche a la mañana es figura pública por un meme mal intencionado, de la broma constante disfrazada de noticia y de las expectativas exacerbadas” (2005).
Para abordar estos desafíos, desde el ámbito educativo, se pretende desarrollar la competencia digital, que, según la Ley Orgánica que Modifica la Ley Orgánica de Educación (LOMLOE, 2020), implica el uso seguro, saludable, sostenible, crítico y responsable de las tecnologías digitales con diversos fines. A esta definición se le añaden aspectos adicionales que incluyen la alfabetización en información y datos, la comunicación y la colaboración, la educación mediática, la creación de contenidos digitales (incluida la programación), la seguridad (incluyendo el bienestar digital y competencias relacionadas con la ciberseguridad), temas relacionados con la ciudadanía digital, la privacidad, la propiedad intelectual, la resolución de problemas y el pensamiento computacional y crítico. Es importante destacar que esta definición ha evolucionado desde su primera formulación en 2006 (Recomendación del Parlamento Europeo y del Consejo de la Unión Europea, emitida el 18 de diciembre de 2006). Como se puede observar, la formulación actual de esta competencia es considerablemente compleja y abarca numerosos aspectos. Lo que refleja la realidad a la que nos enfrentamos.
En definitiva, el desarrollo digital continúa generando nuevas necesidades y desafíos a un ritmo acelerado. Esto nos deja poco tiempo para adaptarnos, a diferencia de lo que ocurre con otros retos educativos que evolucionan más lentamente. Además, este avance digital impacta en los cimientos del resto de retos, actuando como una especie de reacción en cadena. Por lo tanto, considero que resulta fundamental que incorporemos constantemente nuevos aspectos al intentar desarrollar esta competencia. Priorizar el aprendizaje permanente y la formación integral, con un enfoque humanista (Muñoz & Calle, 2016), y abordarlos con una actitud aún más crítica y reflexiva, son claves. De lo contrario, ¿cómo pueden las instituciones educativas adaptarse de manera efectiva a este entorno de cambio continuo, satisfacer las demandas de la digitalización y cumplir con sus propios objetivos?
BIBLIOGRAFÍA
Bauman, Z. (2015). Los retos de la educación en la modernidad líquida (Vol. 880004). Editorial Gedisa.
Burch, S. (2005). Sociedad de la información/Sociedad del conocimiento. Palabras en juego, 45(5).
Castells, M. (2004). La era de la información: Economía, sociedad y cultura (Vol. 1). Siglo xxi.
Crovi Druetta, D. (2002). Sociedad de la información y el conocimiento: Entre el optimismo y la desesperanza. Revista Mexicana de Ciencias políticas y sociales, 45(185), 13-33.
Frankfurt, H. G. (2005). On bullshit. Princeton University Press.
Krüger, K. (2006). El concepto de sociedad del conocimiento. Revista bibliográfica de geografía y ciencias sociales, 11(683), 1-14.
Lévy, P. (1994). L’intelligence collective: Pour une anthropologie du cyberspace. Éditions La Découverte.
LOMLOE, U., & DE LA DEMOCRACIA, L. (2020). Ley Orgánica 3/2020, de 29 de diciembre, por la que se modifica la Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación. BOE, 340, 122868-122953.
Muñoz, S. P., & Calle, R. C. (2016). Funciones de la Universidad en el siglo XXI: humanística, básica e integral. Revista electrónica interuniversitaria de formación del profesorado, 19(1), 191-199.
Nonaka, I. (2009). The knowledge-creating company. En The economic impact of knowledge (pp. 175-187). Routledge.
Sánchez, I. R. A. (2016). La Sociedad de la Información, Sociedad del Conocimiento y Sociedad del Aprendizaje. Referentes en torno a su formación. Bibliotecas. Anales de investigación, 12(2), 235-243.