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Más de 10.000 niños y niñas han sido asesinados en Gaza en las últimas semanas en lo que se ha venido en llamar la guerra de Israel contra Hamás. Cientos de miles viven en países en conflicto o en los que sufren persecuciones. Es el caso de Siria, de Yemen, de buena parte del Sahel (Mali, Níger, Burkina Faso, Chad). En muchos países de América Latina tampoco están en las mejores condiciones posibles.
En esta parte del mundo, los mensajes de odio, sobre todo en redes sociales y en el mundo digital, crecen como la espuma en una espiral azuzada por el auge de partidos de extrema derecha, en muchos países, ya en las instituciones, como es el caso de España, de Italia, de Finlandia, de Austria, Francia, Alemania…
La situación no es especialmente buena y, por eso, Unesco quiere hacer una apuesta para combatir esta situación, empezando por lo relativo a la extensión de los discursos de odio. Como asegura en su página web: «El mundo asiste a una oleada de conflictos violentos paralela a un aumento alarmante de la discriminación, el racismo, la xenofobia y la incitación al odio». Por eso esto año lo ha dedicado «al papel crucial que desempeñan la educación y los docentes en la lucha contra el discurso del odio».
«Es nuestro deber colectivo capacitar a los alumnos de todas las edades para deconstruir el discurso del odio y sentar las bases de sociedades integradoras, democráticas y respetuosas de los derechos humanos», asegura la directora general de UNESCO, Audrey Azoulay.
La agencia de Naciones Unidas pone el foco en el papel que la desinformación tiene en los últimos años en el crecimiento de los discursos de odio. Una desinformación que es difícil de combatir, pero que tiene en la educación una herramienta poderosa para intentar conseguir que niñas, niños y adolescentes no acaben siendo tanto víctimas como victimarios en esta situación.
La organización quiere destacar la educación, también, como elementos importante en la creación de una paz duradera, a pesar de que en los últimos tiempos los conflictos no acaben: Ucrania, Palestina, Yemén, Sudán del Sur… Miles, millones de niñas, niños y adolescentes se ven convertidos en desplazados en sus propios países o en emigrantes que tienen que buscarse la vida en tierras extrañas por culpa de unos conflictos que les son totalmente ajenos.
40 millones de menores viven como refugiados en el mundo. Una gran cantidad de ellos, por conflictos de diferentes tipos: guerras, conflictos armados, persecuciones étnicas, violencia sexual… La lista es muy larga. Del total de países de los que se marchan niñas, niños y adolescentes, al menos, tres destacan: Siria, Afganistán y Ucrania. Entre dos y tres millones de menores han salido de cada uno de ellos por razones de sobra conocidas.
Desde UNESCO defienden el papel de la educación en este contexto como cimiento para «gobernanza inclusiva, democrática y participativa, del diálogo, la solidaridad, el entendimiento mutuo y la cooperación, del desarrollo sostenible, la igualdad de género y la realización general de los derechos humanos y las libertades fundamentales».
Además de estos esfuerzos, la campaña se centra este año en la deconstrucción de los discursos de odio que cada vez más afloran por todo el mundo, azuzados por partidos de extrema derecha y por líderes populistas que utilizan al «otro» como elemento al que culpar de todos los problemas.
Las sociedades son complejas y las soluciones a los problemas en su seno, por ende, tienen que ser también complejas, amplias.
UNESCO recuerda que en un reciente informe que realizaron junto a Ipsos detectaron que un 67 % de las personas encuestadas había estado expuesta a discursos de odio en Internet y «que el 85% expresó su preocupación por el impacto y la influencia de la desinformación en sus conciudadanos, considerándola una amenaza real que puede desestabilizar las sociedades».
Situaciones que hemos visto aumentar también en los últimos años al calor de unas redes sociales que no hacen lo suficiente para combatir los bulos y las noticias falsas (fake news) y unos sistemas educativos que no pueden atender a todos los reclamos que la sociedad les hace.