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Cuando pensamos en la tecnología se nos suele pasar por la cabeza la imagen de Steve Jobs en alguna de sus presentaciones del iPhone luciendo su típico jersey negro de cuello de cisne. También nos acordamos de Mark Zuckerberg vestido con su clásica camiseta blanca y sus miles de millones de dólares guardados en la cuenta bancaria. Aunque nos parezcan de otra galaxia hay cosas que nos unen de lleno con ellos —además de la ropa barata—.
La tecnología siempre había sido vista como algo de “cerebritos”, esas personas encerradas en talleres oscuros creando cosas que solo ellos entendían. Pero la aparición del internet abierto y de las redes sociales cambió las reglas del juego. La tecnología ahora es concebida como aquello que absorbe a los jóvenes durante horas, por no hablar de los niños que nacen con una tablet debajo del brazo. Hay escepticismo y hay recelo. Los más adultos muchas veces no conciben el motivo por el cual sus hijos pueden estar en Instagram con el móvil, mirando HBO con el ordenador y, mientras tanto, tener la televisión de fondo. Pero también los ya adultos cuentan con el móvil como un órgano más de sus brazos, dedos, ojos y vidas.
La Generación Z —o Centenials, esas personas nacidas entre 1994 y 2010— son los “tecnologizados” por excelencia. Son los que, si dentro de unos años se produjera un remake de la película Cómo conocí a vuestra madre, responderían al unísono: “por Tinder”. Muchos aspectos de nuestras vidas cotidianas se mueven en las redes sociales y el hecho de haber nacido con la tecnología como niñera, pues muchas veces nuestros padres prefieren ver Netflix a jugar con nosotros en el parque, nos ha hecho ser nativos digitales por naturaleza. Hemos aprendido a manejarla y, sobre todo, somos más hábiles que muchos de los adultos —incluidos varios de nuestros profesores— en crear trucos digitales, establecer atajos para saltarse las restricciones escolares de la red o para conectarnos a la red wifi del vecino.
El caso es que la tecnología es nueva para todos. Pero mientras los mayores han tenido que cambiar sus hábitos de consumo, de relaciones, de aprendizaje, de lectura, nosotros, los jóvenes, hemos tenido siempre los mismos hábitos. Todos digitales. Por eso nos suena a chino cuando los profesores nos hablan del telégrafo, la televisión de dos cadenas nacionales, la máquina de escribir o las pantallas de ordenadores en monocromo verdes o naranjas. No sentimos nostalgia por el cambio. Les pasa lo mismo a ellos cuando nos preguntan cómo funciona Snapchat, por qué nos gustan tanto los youtubers, qué es eso de Telegram o por qué llegan tantas cajas a casa con el logo de un señor de nombre Amazon.
El cambio ha sido brusco para todos. Sobre todo, porque aprendemos al mismo tiempo sobre el uso de la tecnología. Por primera vez en la historia nuestros padres no saben más que nosotros en alguna materia de la vida cotidiana. Adquirimos experiencia en el uso de las redes al mismo tiempo que ellos. Pero somos, por naturaleza, más hábiles con las pantallas.
Los errores con la tecnología y con las redes los cometemos todos. Los niños, los jóvenes, los adultos y los adultos mayores. De hecho, como indicó un estudio de empantallados.com y la consultora Gad3 a comienzos de 2019, un tercio de los padres en España se considera un mal ejemplo para sus hijos en el uso de los teléfonos móviles.
La mayoría de los padres usan mal la tecnología
“¿Has visto el stories de Xavi? Tu hijo está aprendiendo a pintarse las uñas, es monísimo”. “Mira qué gracioso el vídeo de Marta, sale su hija bailando Despacito”. “¿Sabes que Jorge y Albert le han abierto un canal de YouTube al niño? Se ve que promociona juguetes y hasta le regalan cosas”.
¿Cómo verán estos menores su imagen de pequeños en redes cuando sean adultos?
Puede que, como una anécdota divertida, o puede que como una vulneración de su derecho a la intimidad personal y a la propia imagen. Hagan memoria, los adultos. ¿Recuerdan cuando su madre sacaba los álbumes de fotografías para mostrarle sus fotos de pequeños a sus amigos del instituto? No molaba, ¿verdad?
La tendencia por parte de muchos padres a subir imágenes y contenidos sobre sus hijos en las redes ha abierto un debate muy importante: ¿tienes derecho a publicar imágenes de quiénes aún no son conscientes de lo que esto conlleva? Según un estudio de la Universidad de Michigan, el 27% de los padres publica fotos inapropiadas de sus hijos. El porcentaje sube hasta el 56% en cuanto a compartir información embarazosa sobre los niños y niñas. Muchos niños y niñas ya han declarado que no les gusta que sus padres suban fotos suyas a las redes sociales.
El fenómeno se conoce como el sharenting. La tendencia a compartir la vida de los hijos en las redes sociales. La práctica está tan extendida que, según el libro American Girls: Social Media and the Secret Life of Teenagers, publicado por Nancy Jo Sales en 2016, más del 90 por ciento de los niños en los Estados Unidos tienen una identidad en las redes sociales a los dos años.
Algunos de los hijos expuestos a la mediatización extrema en las redes han hasta demandado a su padres, como lo recogió el portal de Euronews. Es que, a pesar de que los padres ejercen el derecho de patria potestad sobre sus hijos y declaran que comparten sus fotos porque se sienten muy orgullosos de ellos, los niños pueden ver vulnerados sus derechos a la privacidad. Compartir su imagen y su intimidad no ayuda en nada a su protección.
Un ejemplo concreto del conflicto entre padres que publican las fotos y los niños que no les gusta esta práctica fue protagonizado por la actriz norteamericana Gwyneth Paltrow. La estrella de Avengers compartió una foto en su perfil de Instagram en la que aparece acompañada de su hija Apple en una pista de esquí. Apple no tardó en reaccionar a la publicación de su madre:
«Mom we have discussed this. You may not post anything without my consent.» (Mamá, hemos discutido esto antes. No puedes publicar nada sin mi consentimiento), comentó la niña en la red social.
El comentario y la fotografía recibieron miles de reacciones más en los que se debatía entre las dos posiciones. La discusión, a pesar de la violación de la privacidad de los niños y niñas, sigue abierta.
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Según el estudio realizado por los pediatras Bahareh Ebadifar Keith y Stacey Steinberg publicado en la revista JAMA Pediatrics, los padres no son conscientes de las posibles consecuencias para la salud de sus hijos de las huellas digitales que construyen de los menores. Los autores mencionan que los peligros de las prácticas relacionadas con el sharenting pasan por “el robo de identidad, el intercambio de información pirateada en sitios de depredadores sexuales, la comercialización de información psicosocial que debe seguir siendo privada y la mercantilización de información íntima o vergonzosa para los niños que otros pueden usar indebidamente”. Además, el artículo menciona que aproximadamente el 50% de las imágenes compartidas en sitios de contenido pedófilo son adquiridas a través de los perfiles abiertos de las redes sociales.
El ejemplo es el único camino
Empecemos con el mal ejemplo. Según el II Estudio “Hábitos de seguridad vial de padres e hijos en el coche” realizado por Midas, la empresa demoscópica Ipsos y la Asociación Nacional para la Seguridad Infantil en 2018, el 40 por ciento de los padres utiliza su teléfono móvil mientras conduce en el coche con sus hijos.
Diversos estudios indican que los adultos también usan el móvil en casa durante mucho tiempo e incluso en la mesa, mientras comen con sus hijos. En una investigación realizada por el portal The Conversation, en la que se comparó el tiempo invertido en casa entre los miembros de las familias en el Reino Unido en el año 2000 y en el 2015, se llegó a la conclusión de que los niños pasan más tiempo en casa en 2015 que en el 2000. Sin embargo, el tiempo “extra” en casa no son horas que se pasen con la familia. Es tiempo que los niños pasan solos con las pantallas.
El informe señala también que el uso del móvil en casa interrumpe todas las actividades familiares. El tiempo de dedicación al móvil no varía cuando la familia está junta y se convierte en un elemento distractor de la atención a las actividades familiares. Este comportamiento incluso se intensifica entre los jóvenes de 14 a 16 años. Según el estudio, ellos utilizan el móvil de forma más frecuente y altamente concentrados cuando están más cerca de sus padres.
La investigación realizada llama la atención sobre el impacto del uso del móvil en el espacio destinado a las interacciones familiares. La evidencia sobre la afectación negativa de uso del móvil para la comunicación cara a cara fue demostrada, por ejemplo, en el estudio “Can you connect with me now? How the presence of mobile communication technology influences face-to-face conversation quality”, elaborado por los profesores de la Universidad de Essex Andrew K. Przybylski y Netta Weinstein.
En el estudio, publicado por la revista Journal of Social and Personal Relationships en julio de 2012, se demuestra a través de dos experimentos que la sola presencia del aparato telefónico en una comunicación interpersonal interfiere y determina la calidad de la relación y de la conversación. “En los dos experimentos encontramos evidencia de que pueden tener efectos negativos en la cercanía, la conexión y la calidad de la conversación. Estos resultados demuestran que la presencia de teléfonos móviles puede interferir en las relaciones humanas, un efecto que es más claro cuando las personas están discutiendo temas personalmente significativos”.
Así, el uso del teléfono móvil que llama nuestra atención —así sea por escasos segundos— disminuye la calidad de las relaciones familiares basadas en las conversaciones cara a cara. El ejemplo de los padres resulta fundamental para incrementar la calidad del tiempo en el que se desarrollan la convivencia en la familia.
¿Usar las redes en casa y en clase?
La educación mediática es importante para que jóvenes —y adultos— dispongan de recursos para utilizar las redes con responsabilidad y criterio. Tras el escándalo del tráfico de datos entre Facebook y Cambridge Analytica, parece que la empresa quiere reconducir —o aparentar que lo hace— la situación y ganar la confianza perdida. Además de crear algoritmos diferentes para combatir las Fake News, la red social por excelencia ha impulsado una biblioteca digital en la que proporcionan diversos contenidos para que los profesores puedan impartir materia sobre educación mediática en sus clases.
El proyecto, enfocado a proporcionar materiales a los educadores que tienen alumnos de entre 11 a 18 años, está disponible en inglés, aunque Facebook pretende impulsarlo en 45 idiomas más. La iniciativa ha sido diseñada por Youth and Media, de la Berkman Klein Center for Internet & Society de la Universidad de Harvard. Hay 18 lecciones diferentes en las que se habla sobre temas como seguridad en Internet, privacidad o respeto y límites. Una de las lecciones es “Redes sociales y formas de compartir contenido”, diseñada para alumnos de los trece a los dieciocho años: es interactiva y entre otros temas trata cómo compartir información de una manera responsable en las redes sociales.
Muchos jóvenes vivimos cómo en los Institutos, cuando teníamos el cambio de clase, teníamos que mirar el móvil dentro del baño porque, si pasaba algún profesor, el aparato era confiscado. Lo mismo pasaba en la hora del patio —aunque hacían bastante más vista gorda—. Era el momento del auge de Facebook: el colegio, en lugar de buscar una estrategia para educarnos en el nuevo mundo que se nos abría, optó una actitud de bloqueo total. Existían y existen aún muchos temores en la relación educación y tecnología que se deben tratar en el aula. Pero entonces el móvil estaba totalmente prohibido. Todas las redes sociales eran inaccesibles en los ordenadores del colegio y, si te pillaban con el móvil y encima estabas en redes, la bronca era triple. Ahora la actitud es distinta: las instituciones educativas empiezan a adoptar una postura de apertura e integración de las nuevas tecnologías dentro de las actividades escolares. Aunque, en cualquier caso, el acceso a los dispositivos y a internet en el espacio educativo no es un sinónimo per se de innovación y progreso.
El marco de pensamiento crítico que existía en la era de nuestros abuelos con los medios de comunicación quizás se haya perdido entre el reguetón de los jóvenes y la adicción al sharenting de nuestros padres. Esta es una de las virtudes de la alfabetización mediática, así suene como una lejana utopía. El acceso a la tecnología y ser un nativo digital capaz de administrar pantallas y likes con solvencia, implica también la adquisición de competencias de comprensión crítica en el uso tecnológico. Sólo con esas habilidades interiorizadas los mensajes que publiquemos en un entorno como el de las redes sociales —incluidas las fotos de nuestros hijos— tendrán una intencionalidad comunicativa más responsable.