«Cuando los estudiantes hacen preguntas acerca de quiénes son y hacia dónde van, es a través de las historias de vida de los ancianos que pueden encontrar el sentido de su cultura y de ellos mismos para seguir viviendo como un inuit en el presente«. Betsy Annahatak, consejera educativa de Kangirsuk, Quebec, Canadá (1994).
Un proyecto educativo en el Ártico
El 19 de marzo de 2017, la profesora canadiense Maggie MacDonnell recibía en Dubái el Global Teacher Prize, el conocido como el «Nobel de los profesores», por su proyecto educativo llevado a cabo en la población inuit de Salluit, situada en el territorio de Nunavik (Quebec, Canadá) y de apenas 1.300 habitantes.
Dicho proyecto se ha centrado básicamente en el desarrollo de una serie de programas sociales. Por una parte, Maggie instauró un gimnasio con el objetivo de que los estudiantes aprovecharan el ejercicio físico para llevar un estilo de vida más saludable. Es decir, tratando de aliviar su estrés, ayudando a los jóvenes a fortalecerse física y mentalmente. Igualmente, estableció un programa de habilidades y liderazgo entre las niñas ya que los embarazos entre las adolescentes son muy comunes, existen altos niveles de abuso sexual y los roles de género, a menudo, cargan a las niñas con grandes deberes domésticos. Además, Maggie creó una asociación con la guardería donde sus estudiantes trabajan en las aulas con profesionales experimentados. De esta manera, obtienen valiosas aportaciones de sus mentores y mejoran su comprensión de la educación de la primera infancia. Asimismo, se están impartiendo clases de mecánica para bicicletas y se ha creado una cocina comunitaria y un programa de nutrición en la escuela donde los estudiantes preparan bocadillos saludables para sus compañeros.
Y aunque algunas comunidades inuit del Ártico llevan ya algunos años realizando estrategias educativas muy similares, la novedad en este caso es que dicho proyecto está dirigido por una qablunaaq. Qablunaaq es un término que literalmente significa «grandes cejas» y hace referencia a los «hombres blancos» o a los no inuit.
El pueblo inuit: de la Edad de Piedra a la Era Espacial
Los inuit habitan en un vasto territorio que se extiende a lo largo de casi 8.200 kilómetros de longitud, desde Kalaallit Nunaat (Groenlandia), las regiones árticas de Alaska y Canadá hasta la península de Chukotka (Rusia). Actualmente son unos 160.000 repartidos en diecinueve grupos con diferencias culturales importantes.
Aunque los primeros contactos con los europeos se iniciaron a partir del siglo XVI, no fue hasta mucho más tarde, que la mayoría de grupos inuit iniciaron un proceso de aculturación que se agudizó y se extendió en líneas generales hace poco más de medio siglo, cuando se decidió reagruparlos en ciudades con el objetivo de mejorar la sanidad y la educación de la población nativa.
Sin embargo, no se tuvieron en cuenta los efectos colaterales derivados de esta política proteccionista y postcolonial que derivó en una grave pérdida de la identidad cultural que se vio reflejada en tres de los principales problemas que actualmente padece este pueblo: alcoholismo, asesinato y suicidio. La adopción de algunos elementos externos que provocaron la occidentalización de la población inuit en el Ártico, se produjo en circunstancias, momentos y situaciones diferentes, siempre condicionadas por las políticas llevadas a cabo por los distintos gobiernos.
A partir de los años 70 los inuit empezaron a organizarse políticamente. La creación de los nuevos territorios nativos, los logros en materia de derechos indígenas y un intento de recuperar y revitalizar una tradición, en muchos casos perdida, marcaron algunos de los hechos históricos más importantes de este pueblo en las últimas décadas. Actualmente, muchas comunidades inuit están intentando buscar una armonía entre el mundo moderno y el mundo tradicional, esperando que ése sea el motor de su desarrollo cultural, tanto en el presente como en el futuro. Y en este sentido, la educación se ha convertido en el instrumento que debe proporcionar este equilibrio sociocultural de un pueblo que deshace como el hielo que necesita.
Génesis del problema educativo inuit
En líneas generales, en las regiones donde habitan los inuit, las primeras escuelas fueron creadas entre los siglos XVIII y XIX, tras la llegada de los primeros misioneros, convencidos de que la educación y el conocimiento religioso facilitarían la cristianización. Además, estas «misiones» religiosas iban acompañadas de una mejora en los servicios sanitarios que permitieron disminuir los altos índices de mortalidad y la creación de un alfabeto inexistente hasta entonces, lo que facilitó el intercambio de conocimientos y la posibilidad de poner por escrito los relatos ancestrales inuit.
A mediados del siglo pasado, esta forma de educación pasó en la mayoría de los casos a depender del gobierno, como parte de su política de asentamientos y, por lo tanto, se crearon escuelas locales o residenciales en las que se implementó una estrategia de «asimilación a través de la educación». El sistema educativo se encaminó hacia la producción del llamado «Homo arcticus» moderno en el que no se era ni blanco ni inuit y en el que se aprendía el idioma oficial del territorio (inglés, francés, ruso o danés, según los casos).
En 1950 un grupo de niños inuit groenlandeses fueron separados de sus familias y llevados a Dinamarca para ser educados como daneses. Lejos de servir como modelo para el cambio cultural en Groenlandia, los niños acabaron formando un pequeño grupo, sin raíces y marginados en la periferia de su propia sociedad. Algunos se convirtieron en alcohólicos y murieron jóvenes. En 2010, las autoridades groenlandesas pidieron una disculpa formal del Gobierno danés: todavía siguen esperándola.
A principios de los años 70, muchas de las escuelas residenciales fueron sustituidas con el establecimiento de un sistema de educación pública encaminado a transmitir en su totalidad los valores del «hombre blanco» para aumentar así el índice de escolaridad entre los nativos. Por ejemplo, en Canadá, las estadísticas disponibles indican que el número de niños inuit que asistían a la escuela aumentó de 380 en 1955 a 4.375 en 1975. De esta manera, la desintegración del tejido social en el que la escuela y el gobierno fueron sus principales responsables se vio apoyada por las familias inuit que se convirtieron en cómplices de no preocuparse lo suficiente por el futuro de sus hijos.
A partir de finales de los años 70 y con la creación de los territorios autonómicos inuit (Kalaallit Nunaat, 1979; Nunavut, 1999 y Nunatsiavut, 2005), se empezaron a producir una serie de cambios en el sistema educativo, buscando reforzar la transmisión de las lenguas nativas y los valores inuit, pero conciliándolos con las demandas de la sociedad moderna. Es decir, de lo que se trataba era de apoyar el aprendizaje e iniciativas de los alumnos para aprender -las dos culturas- manteniendo las raíces tradicionales pero adaptándose al mundo moderno. Pero esta reforma educativa fracasó, ya que seguía un modelo occidental que no satisfacía las necesidades propias de la sociedad inuit.
Inuit qaujimajatuqangit: «Los saberes siempre pertinentes»
«Se debe convencer a la gente de que tenemos que mejorar la educación, en todos los niveles, si queremos avanzar en la sociedad». Nivi Olsen, ministra de educación de Groenlandia.
Actualmente el sistema educativo inuit debe hacer frente a una serie de problemas como son: la falta de apoyo para el aprendizaje, una formación del personal muy deficiente y situaciones de conflicto y estrés generadas por la educación escolar en las familias que ponen en entredicho la relevancia de determinadas materias en relación a las oportunidades reales. Sin duda, este ha sido es el resultado de una implementación errónea y de una falta de coherencia y consistencia en todos los niveles.
Y todo ello, sin olvidar, por supuesto, que existen muchos temores acerca de la desaparición de la lengua y cultura nativas y del conocimiento del medio ambiente y las habilidades necesarias para vivir en el Ártico. Además, las familias no siempre proporcionan el mejor soporte para el sistema escolar ya que los padres se han olvidado de su responsabilidad de educar a sus hijos y los niños no están lo suficientemente disciplinados para recibir una educación formal. Y si a esto le añadimos la sensación de aislamiento, los desplazamientos a otras poblaciones, a veces muy distantes, para continuar con los estudios superiores, la pérdida de un vínculo con su modo tradicional de vida y la ausencia de perspectivas profesionales, el resultado ha sido un importante índice de absentismo y abandono escolar.
Los inuit siguen esperanzados con que algún día lleguen programas, recursos y materiales didácticos más eficaces para ayudar a los estudiantes a permanecer en la escuela, y critican el sistema actual que sigue perpetuando los «programas de asimilación» que aceleran la erosión de la identidad cultural inuit. Así pues, la solución pasa por implementar una educación totalmente bilingüe, según los casos, construida sobre los valores inuit y más favorable a la transmisión de conocimientos. Y, además, se debe afianzar la enseñanza primaria como base de una estrategia educativa que facilite el tránsito hacia una educación superior que permita a una juventud inquieta salir de la crisis social y moral en la que ha caído.
Un merecido reconocimiento
Maggie MacDonnell, aún siendo qablunaaq, ha sabido hacer frente a los principales problemas de los adolescentes inuit y que son comunes en Salluit (alcoholismo, abusos sexuales, embarazos juveniles, consumo de drogas, violencia de género, suicidios, etc.). Y para ello ha buscado un enfoque educativo que los motiva y que les hace partícipes de una serie de proyectos sociales al margen de las actividades propias de las aulas. De esta manera, sus alumnos quizá podrán seguir sintiéndose seres humanos, es decir inuit.