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“Tener en el aula a un niño con altas capacidades es un chollo, pero hay que saber llevarlo”. Así opina Carmen Giró, periodista y autora del libro El club de los Superman (Editorial UOC), un título irónico porque precisamente si algo le queda claro después de hablar con un montón de familias y expertos es que los niños con altas capacidades no son supermanes, por mucho que habitualmente se les denomine superdotados. “De hecho no son supermanes, pero son un chollo porque son niños que tienen gusto por aprender y que pueden contagiar de ese gusto a sus compañeros y ayudar mucho al maestro”, asegura Giró.
Sin embargo, los alumnos con altas capacidades no son percibidos como un chollo. Según Giró, los profesores “no lo aprovechan porque no tienen formación específica ni recursos, y no saben por dónde coger a estos niños”. A parte, el sistema educativo no contempla para ellos un Plan Individualizado (PI), como sí lo hace para los alumnos con discapacidad o trastornos de salud mental. Lo mismo opina Teo Jové, presidente de FANJAC, la entidad catalana que reúne a más familias con hijos superdotados. “Sobre altas capacidades hay una desinformación muy importante; evidentemente los padres no tenemos un manual, y maestros y psicólogos tampoco lo tienen si no están muy especializados”, comenta Jové.
En FANJAC son alrededor de 700 familias, que organizan actividades para sus hijos y de apoyo para las nuevas familias, pero ésta sería sólo una pequeña parte del colectivo. Según Jové, “los identificados, es decir, los que figuran en la estadística oficial están muy por debajo del 1% del alumnado, pero todo aquello que entra dentro de las altas capacidades en realidad sabemos que es más del 10%”. Así pues, esto querría decir que en cada aula hay entre dos y tres alumnos con altas capacidades. Algunos se esconden, son los adaptados, los que se dan cuenta de que son diferentes pero prefieren que no se note. “Esto es muy típico de las niñas con altas capacidades”, dice Giró. Otras variantes, según Jové, serían “el brillante, que es el que percibe todo el mundo; y el enfadado, que es aquel que se aburre en clase porque siempre repiten lo mismo y la única alternativa que tiene es liarla. También está el creativo, que es el que encuentra relaciones diferentes, el que da la nota, éste descoloca al sistema educativo”.
“A menudo sólo se detectan quienes dan problemas, quienes tienen conductas disruptivas; quienes no dan problemas aunque se aburren no se detectan, y por eso se asocia la alta capacidad con niños problemáticos”, explica Giró. “No hay dos niños iguales, y por lo tanto no hay dos niños con altas capacidades iguales”, afirma Jové.
La principal preocupación de las familias, sigue Jové, “es que tu hijo sea ser un niño infeliz, porque se frustre, porque no pueda desarrollar su talento”, y por lo tanto el principal objetivo “es que sea feliz”, pero para que esto ocurra tiene que recibir la respuesta educativa adecuada. “Es muy típico que en la escuela te digan que lo importante es que tu hijo sea feliz, pero cuidado, porque se puede confundir la felicidad con la resignación”, añade Giró. “Claro que queremos que desarrollen su talento, y por eso es tan importante que identifiquemos cuáles son los talentos de todos los chicos y chicas, que encontremos sus fortalezas y debilidades”, comenta Jové.
La frustración puede derivar en aburrimiento y en rebeldía. Ésta sería la explicación de lo que parece una paradoja inexplicable: una tercera parte de los alumnos con altas capacidades acaban en fracaso escolar. Otro motivo, según Jové, es que “durante buena parte de su trayectoria escolar aprenden que no les hace falta ningún esfuerzo, y cuando llegan a un nivel en el que necesitan hábitos de estudio, como no los tienen aparece una crisis”. “Hasta que no sean considerados niños con dificultades de aprendizaje no avanzaremos”, opina Giró.
Muchas familias recurren a actividades extraescolares para dar al niño aquel plus de aprendizajes que demanda. Mientras la mayor parte de los niños ocupan el fin de semana en actividades deportivas o de ocio, aquellos que tienen altas capacidades pueden estar disfrutando del fin de semana haciendo un curso de física. Si bien hay centros académicos especializados en superdotados, Giró y Jové aseguran que la mayor parte de familias prefieren que sus hijos vayan a la escuela ordinaria, aunque esto suponga tener que buscar estos estímulos cognitivos en horario extraescolar.
Detección y evaluación
“A las familias les digo que quieran a sus hijos por lo que son: algo normal y fascinante al mismo tiempo. Que desarrollen un lenguaje de adultos con ellos y también que se les concedan el derecho a equivocarse”. El doctor Javier Berché es presidente ejecutivo de la Fundación Berché y uno de los pioneros en España en el estudio de las personas con altas capacidades. Se pueden detectar de muy pequeños, afirma, “sobre todo por el gran vocabulario que desarrollan con rapidez y por su gran capacidad de aprendizaje”, pero no obstante matiza que “la evaluación de la superdotación es más compleja de lo que parece”.
“Tenemos que tener en cuenta que la gran mayoría de los tests que estudian la medida de la inteligencia se han diseñado para detectar problemas, y por lo tanto no sirven para detectar el techo intelectual”, añade Berché. En su fundación, precisa, utilizan el test de habilidad escolar SCAT, “que tenemos en exclusiva con una prestigiosa universidad de los EE.UU. y que nos permite conocer muy bien el techo del alumno”. Además, “hacemos siempre un profundo estudio emocional de estos alumnos”.
Los estereotipos
El principal estereotipo sobre los superdotados es que son alumnos que no necesitan ayuda, porque sacan seguro buenas notas. “Pues no es así. Son niños y tienen más capacidades, pero siguen necesitando que alguien les oriente”, dice Teo Jové. Según Berché, “el alumno con estas características no quiere grandes discursos, quiere intervenir y hacer un razonamiento sobre los aprendizajes. Por eso muchos de ellos van en contra de los aprendizajes de los programas tradicionales y rígidos de enseñanza”. Muy a menudo, añade, “el maestro cree que el superdotado lo tiene que ser en todas las materias, cuando no es así”.
¿Qué tiene que hacer un maestro con un alumno así? Jové recomienda ante todo “no cortar las alas, la curiosidad o la motivación”. ¿Pero esto sucede? “Por ejemplo, en matemáticas, genera problemas que un niño esté haciendo multiplicaciones con decimales cuando aún no le toca por edad, pues no le digas deje de hacerlo porque es materia del año que viene ya que así le estarás matando la curiosidad o la motivación”, sostiene. El presidente de FANJAC afirma que el protocolo de intervención que tiene la Generalitat de Catalunya ante un caso de altas capacidades es bastante bueno, pero que “una cosa es eso y la otra el día a día de los centros”.
Berché, por su parte, aconseja también a los maestros “que tengan mucho cuidado con la especial sensibilidad emocional de estos alumnos” y que “reconozcan las respuestas de un pensamiento creativo divergente que encontramos en el 60% de nuestros alumnos”.
¿Y qué no se debe hacer? El error más frecuente, comenta Giró, “es pensar que necesitan más, es decir, que si pones una hoja de sumas de deberes, al alumno con altas capacidades le des tres; él no quiere hacer más sumas porque ya las sabe hacer, lo que quiere es ampliar y profundizar”. Jové coincide: “No necesitan estudiar más ni hacer más trabajo repetitivo, lo que necesitan son actividades de enriquecimiento, curricular o extracurricular; ayudarles a ir más lejos en función de sus inquietudes”.
Otro error, apunta el doctor Berché, “es suponer que el alumno tiene que sacar siempre un 10 en todas las materias. En realidad muy pocos alumnos muy dotados buscan este reconocimiento en las calificaciones, acostumbran a aplicar la ley del mínimo esfuerzo”.
El libro de Carmen Giró se cierra con un decálogo de consejos de urgencia para maestros que van en esta línea, así como una compilación de frases que padres de hijos con altas capacidades han oído alguna vez. Como un “tranquila, ya se le pasará”, que una psicopedagoga le dijo a una madre. O una tutora a unos padres: “Por favor frenadle en casa, decidle que ya aprenderá cuando toque”. No todas son así. También recoge iniciativas imaginativas de maestras ante el reto que les ha supuesto tener a un alumno con altas capacidades.
Pasar de curso, ¿sí o no?
Uno de los recursos que tiene el sistema ante un alumno con altas capacidades es hacerle saltar un curso. Por ejemplo, que acabe 2º de Primaria y empiece 4º. Esto se conoce como aceleración. Según Giró, “es la respuesta más fácil, y a veces puede ir bien pero a veces no funciona”, puesto que el alumno con altas capacidad presenta disincronías, es decir, que la edad biológica no coincide con la intelectual pero esta tampoco lo hace con la edad emocional.
Otro problema es la relación con el resto del grupo. Históricamente han tenido que cargar con etiquetas muy pesadas: el empollón, el sabelotodo, el friki, el rarito… “El alumno superdotado no es antisocial –afirma el doctor Berché–. Como decía la gran especialista norteamericana Leta Hollingworth: “la conducta social o antisocial que pueda desarrollar un alumno superdotado depende del grado de comprensión de los adultos””.
¿El niño lo tiene que saber? ¿Se le tiene que decir? “Él ya sabe que es diferente, pero lo que se aconseja –comenta Giró– no es ponerle la etiqueta de superdotado, sino explicarle las características: tú eres así porque te gusta mucho aprender, o entiendes las cosas más rápidamente que los otros, etc.” Sin embargo, no todos los padres actúan igual. Según la autora de El Club de los Superman, “algunos padres lo saben y no dicen nada ni al niño ni a la escuela, para protegerle, pero quizás le están creando una crisis interna, puesto que él sabe que es diferente pero le están diciendo que es como los otros, y después también puede ser que haya padres muy exigentes con el niño y con los maestros, esto también es antipedagógico, puesto que le están enseñando soberbia al niño”.