En los últimos días hemos podido presenciar un fenómeno de movilización social de migrantes centroamericanos que auguraba dificultades conforme ha ido avanzando acercándose a su objetivo. Inmediatamente empezaron los pronunciamientos y se enfatizaron las posturas de cada uno de los países por los que iba a pasar la caravana. Y así, las fronteras fueron abriéndose y, con el paso de los días, siguieron ganándose metros a cada paso, pese a las descalificaciones, advertencias y amenazas que empezaron a venir del país vecino del norte, su destino final.
Al mismo tiempo, la opinión general de las personas y de los políticos empezó a presentarse en la red o en los canales de televisión, en donde existen claras diferencias en torno a la justificación o no de las razones que llevan a miles de personas a caminar cientos de kilómetros buscando una alternativa que su país no ha podido ofrecerles.
Respetando la diversidad de opiniones, considero de (literal) vital importancia retomar el caso de los niños y adolescentes que se han lanzado a la aventura solos, sin un adulto que los acompañe, pero caminando con la seguridad y la convicción que muestra alguien que tiene claro lo que necesita y lo que quiere para sí. Cuando han tenido un micrófono enfrente hemos podido escuchar palabras tales como “no hay trabajo”, “todo ha subido de precio”, “cada vez hay más delincuencia”, por lo que podemos identificar el hambre, el miedo y un instinto de supervivencia como elementos que les dan la fuerza para no desistir; la idea va acompañada de su deseo por trabajar y así subsanar sus necesidades.
Lejos parecen los 10 Derechos fundamentales de los niños, las niñas y los adolescentes de la UNICEF, ¿derecho a tener una protección especial para crecer sano física, mental y socialmente?, ¿a tener una nacionalidad?, ¿alimentación y una vivienda adecuadas?, ¿aplicar los mismos derechos a niños con discapacidad?, ¿tener comprensión y amor de parte de su familia y de la sociedad?, ¿tener derecho a una educación que fomente la justicia y la solidaridad en el mundo?, ¿a ser protegido contra el abandono y el trabajo infantil?, ninguno de ellos tiene sentido si no se hace todo por darles un derecho a la vida, pero a veces parece que los derechos sólo son válidos si se respetan las leyes de cada nación. Así, el hambre y la pobreza están legalizadas.
Aquí nos gustaría ver a la OCDE con acciones concretas, pero no, lo suyo es el discurso y dar sugerencias o indicaciones, que nadie pide. El apoyo viene de la gente de cada pueblo por el que han pasado; son, evidentemente, personas más sensibles ante la vulnerabilidad de unos niños.
Como ha ocurrido con niños en Asia y África, los niños centroamericanos al verse obligados a salir de su país han dejado atrás una historia, a sus familias y están renunciando a su infancia y a muchos de sus sueños. Huyen de un país y no serán bien recibidos en otro, ¿quién se hará responsable de esos menores?, la pregunta queda en el aire.
Marco Antonio González Villa. Maestro en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. antonio.gonzalez@ired.unam.mx