El IES Corvera, en Asturias, registró en el primer trimestre del pasado curso 180 incidencias por mal comportamiento. En el presente 2020-21, lleva hasta la fecha unas 50, la mayoría por uso incorrecto del material higiénico anti-Covid. Con 1.500 alumnos, el IES Sabinar (Roquetas de Mar, Almería) acusa una caída aún más drástica desde septiembre: poco más de 10 episodios graves o muy graves no relacionados con el virus y sus protocolos. Muestra en su cuenta de Twitter Toni Solano, director del IES Bovalar (Castellón), un cuadro comparativo entre las cifras del curso anterior (140) y el actual (25). Cuenta José Luis Castán, inspector de Educación en Teruel, que un instituto mediano en su área suele acumular unas 20 expulsiones al mes. Este año, apenas llegan a cinco.
A nadie se le escapan los factores obvios que, en gran medida, explican esta espectacular mejora de la convivencia en los centros de secundaria. Distancia social dentro y fuera del aula: pacificador invisible que, de cumplirse a rajatabla, elimina de un plumazo la posibilidad de peleas o agresiones. Ratios menores, que hacen las clases más manejables para el profesor. Y que, además, rebajan notablemente la proporción de alumnos por adulto en el resto de espacios del recinto escolar. Lo que a su vez permite una minuciosa vigilancia en pasillos, baños y patios. En principio, para garantizar que se cumplen las medidas contra el virus. Pero que crea, sin buscarlo, un freno disuasorio para chavales potencialmente conflictivos.
“La violencia escolar implica relación, contacto y todo lo que esto supone: emociones, afectos, rivalidades, pasiones. La forma en que se ha reactivado la escuela modifica el escenario en el que se produce esa violencia”, explica Rosario Ortega-Ruiz, co-fundadora del Observatorio Internacional de la Violencia Escolar e investigadora que ha analizado en detalle este fenómeno.
Ortega-Ruiz llama a la cautela. Matiza que, a pesar de los fuertes descensos detectados en muchos centros, habrá que estudiar con pausa el verdadero impacto de la pandemia sobre los niveles de conflictividad. Y esto solo será posible cuando los investigadores puedan retomar su actividad al 100%. Mientras, lanza otra hipótesis: “No cabe esperar grandes cambios en otros tipos de violencia que se ejercen en los escenarios de ciber-convivencia”.
Llegar a las manos
No todo lo que perturba el buen clima escolar entra en la categoría de violencia. Y no todas las violencias que se producen en espacios reales tienen un componente físico. Obviedades quizá, pero que acentúan la gravedad del conflicto cuando este llega a las manos. Más allá de impedir —si se cumple— el choque directo entre alumnos, la distancia social anula incluso la posibilidad de que germine la fricción, de que salte la chispa.
“Con los recreos parcelados por grupos burbuja, sin poder tocarse los chavales, habiendo 35 profesores de guardia observando (el curso pasado había 10), los alumnos no pueden chincharse o decirse cualquier tontería que derive en disputa”, apunta Francisco López Mellado, coordinador de convivencia en el Sabinar. Prohibido el acercamiento, no hay resquicio para el malentendido u opción de que alguno se pase de la raya. “Esas situaciones que están en la fina línea entre el juego y la pelea, los empujones etc, en las que los chavales ni siquiera son conscientes de cuándo pasan de uno a otra, ahora no se producen o se cortan de raíz”, señala Franciso Ramos, jefe de estudios del Corvera.
Otro factor está contribuyendo al sosiego: las ausencias. Efecto Covid más o menos tolerado, contraproducente a largo plazo, pero que, de forma pasajera, atenúa las tensiones. Castán señala que la Inspección ha detectado absentismo continuado entre alumnos víctimas de acoso escolar. “Acogiéndose a esa cierta flexibilidad que existe para no escolarizar temporalmente por motivos sanitarios, algunos se están quedando en casa”. Si en situación normal centros y administraciones “se vuelcan para que el alumno vuelva a clase y el conflicto se resuelva en la escuela”, ahora se es más laxo “ante la sobreprotección de algunos padres”. Ortega-Ruiz alerta sobre las consecuencias: “Podría ser catastrófico para el desarrollo evolutivo de esos chavales y porque, cuando vuelvan, el problema va a seguir allí, puede que incluso agravado”.
López Mellado apunta, por su parte, al mero uso de la mascarilla como equilibrador de la asimetría entre acosadores y acosados, reales o en potencia. “He observado cómo chavales tímidos han ganado seguridad con las mascarillas, se han crecido, por así decirlo. Al no mostrar el rostro, se sienten menos expuestos o discriminados por sus supuestos defectos”.
En el IES Corvera también han identificado un parón total en la asistencia de algunos estudiantes con perfil muy distinto al de los que sufren bullying. Se trata de esos alumnos con largo historial disruptivo, pupilos que acumulan faltas leves o graves y que, con su insistencia, engordan las estadísticas. “Pertenecen al alumnado más desmotivado, con poco bagaje cultural o apoyo familiar. Son pocos pero que arman mucho jaleo. Mejora la convivencia por el simple hecho de que ahora no están, es algo ficticio”, sostiene Ramos.
Razones ambientales
Con la salvedad de las ratios —cuya bajada resulta factible mantener tras la pandemia— el resto de causas objetivas que han reducido los conflictos se antojan excepcionales. Ofrecen un panorama artificioso del clima escolar actual. En algún momento, se levantará el imperativo de la distancia social. Volverán, por suerte, la espontaneidad adolescente y el contacto físico entre alumnos. Los profesores dejarán de actuar como policias sanitarios para centrarse en su labor docente. Retornarán a la escuela esos chavales que ahora se abstienen de acudir a ella por motivos poco justificados.
Pero existen también razones emocionales, psicológicas y ambientales que en ayudan a explicar la caída de la conflictividad. “La preocupación en las familias —sobre todo si se convive con abuelos o bisabuelos— se transmite a los alumnos, y condiciona positivamente su conducta en las aulas. Son conscientes de que la situación es grave y actúan de forma más responsable”, asegura Castán.
Siempre desde su mirada investigadora, Ortega-Ruiz prefiere no dar nada por sentado hasta que las cifras sustenten sus afirmaciones. Aunque sí indica que, en el ámbito concreto de la violencia escolar, tales cambios son plausibles e incluso esperables. “Lo visualizo como hipótesis. En todos los episodios de violencia siempre hay una variable ética: los agresores suelen tener un escaso nivel de control sobre su comportamiento moral. Cabe pensar que algo tan importante, que nos ha afectado a todos, aumentando nuestro nivel de sensibilidad, es posible que esté produciendo un impacto en la emocionalidad de los menores, haciéndoles más conscientes de su importancia en la vida de los otros”.
Todos son incógnitas respecto a la influencia de la pandemia cuando todo pase. ¿Nos hará mejores o peores? ¿Aprenderemos algo positivo de una experiencia colectiva tan dura? Son preguntas recurrentes en estos meses, con respuestas muy dispares, incluso antagónicas. Cuestiones que atañen al individuo y al conjunto de la sociedad. En todos los ámbitos, también el escolar. Esa supuesta conciencia de responsabiliad, incluso esa mayor inclinación a la bondad, podrían tender a desaparecer cuando el agente Covid se esfume.
Ortega-Ruiz pone el énfasis en las familias y su capacidad para afrontar los estragos de la pandemia. “Todo dependerá mucho de cómo este marasmo social afecte a nivel familiar, ya que la situación del hogar tiene una relación directa con el comportamiento del alumno en la escuela, que suele reproducir lo que ocurre en otros ambientes”.
Mientras, la escuela se debate sobre cómo aprovechar el trance Covid para empapar al alumno de respeto y empatía. Para que los chavales integren ciertos valores que perduren en su conducta. Las vías de actuación son múltiples y variadas. Muchos centros están sacando partido emocional al filón de la pandemia, con programas transversales o acciones concretas. Mirando hacia el futuro, la opinión es unánime: con más profesores, orientadores y personal de apoyo, todo resulta mucho más fácil.