Así que avanzamos tres pasos, retrocedemos dos. No importa, lo importante es que sintamos que la vida vuelve a contar con ciertas características o elementos que ya nos urge retomar. En primer lugar, por supuesto, las condiciones de vida económica, social, educativa y política que han sido completamente deterioradas. Y, en paralelo, también es importante la recuperación socioafectiva que sigue pareciendo algo invisible o muy lejanamente importante.
En el mundo de la educación, es preciso y necesario que nos planteemos, con seriedad y constancia, la necesidad de aprender, enseñar, vivir y practicar elementos de resiliencia. No de esa resiliencia que se reduce a aguantar (la que es aprovechada por estructuras de poder para explotar trabajadores o aprovecharse de la gente), sino de la que muchos autores denominan como “resiliencia generativa”. Es decir, la capacidad de superar adversidades y salir mejorados, con más capacidades y con actitudes nuevas que nos pueden ayudar no solo a enfrentar esta crisis sino a plantearnos la vida de otro modo.
Pensemos en la definición de Boris Cyrulnik: “Resiliencia es el proceso biológico, psicoafectivo, social y cultural que permite un nuevo desarrollo tras un traumatismo psíquico”.
La pandemia, ¿no ha sido generadora o factor de traumatismo psíquico al más profundo nivel y en todas las expresiones que afectan a personas y colectivos humanos? Por supuesto que sí. Desde el impacto económico hasta los graves efectos en la conducta y en la actitud de vida, la salud emocional está en grave riesgo, como nunca, en el tiempo presente. En la sociedad que sea.
Educar en y desde la resiliencia puede significar uno de los esfuerzos que las escuelas de todas partes pueden realizar para que la recuperación y el retorno realmente constituyan motivos de esperanza, de cambio y de avance de las sociedades. Seguir adelante como si nada hubiera ocurrido, sabiendo que existen dramas y crisis en cada persona, es hacer de la escuela, otra vez, el espacio donde se aprende sin vivir porque lo que se vive allí no sirve para vivir.
La resiliencia generativa representa un aprendizaje urgente para poder enfrentar el presente y el futuro de nuestras sociedades. Los profesorados, así como autoridades y diseñadores curriculares, tienen que tomar en cuenta que las penas, los miedos, el dolor, la angustia están presentes, aunque no se expresen o se griten. Las comunidades educativas han perdido el sentido comunitario y necesitan recuperarlo para que ello constituya su mayor potencia para lo que viene. Ser resilientes (no aguantadores o conformistas) es ser luchadores, capaces de enfrentar la crisis, pero también aprendices de nuevas cosas, de nuevas capacidades, de nuevas actitudes, de nuevos compromisos con la vida y las luchas políticas, ciudadanas y sociales.
Tomemos en cuenta que, con matices, en esta pandemia nos ha sucedido lo que Cyrulnik nos dice sobre una herida: “Hay que golpear dos veces para producir una herida. El primer golpe, el que se recibe en la realidad, provoca el dolor de la herida o el desgarro de la carencia. Y el segundo, el que encaja en la representación de la realidad (…) Para atenuar el sufrimiento del segundo golpe, he de cambiar la idea que tengo de lo que me ha sucedido, he de conseguir modificar la representación de mi desgracia y su puesta en escena”.
Es en este segundo golpe, donde maestras y maestros comprometidos con la vida, en cualquier nivel y en cualquier realidad, tenemos una gigantesca tarea. La de permitir una comprensión, una resignificación de lo vivido en la pandemia, que nos permita seguir adelante, buscando no repetir el mundo anterior.