Derecho a la desobediencia. Entendido como un derecho legítimo que supone el incumplimiento de leyes y normas que se consideran injustas, abusivas o inútiles. Se ejerce, por ejemplo, cuando se infringen derechos humanos que afectan a la libertad de expresión o a la justicia social. Cuando la sobrecarga de tareas administrativas y burocráticas acaban colonizando los centros. O cuando algunas políticas y decisiones sobre el currículum o sobre la gestión del centro suponen una involución educativa. (Punto 24 del Manifiesto por una educación transformadora y emancipadora. 25 principios y propuestas. Foro de Sevilla.)
El mundo está cada vez más colonizado por normas administrativas y jurídicas que regulan el conjunto de actos de nuestra vida cotidiana. Habermas explicaba muy bien cómo la generalización de las acciones instrumentales, los formalismos, poco a poco anulan la posibilidad del diálogo, la comunicación y el entendimiento entre los seres humanos; son un modo de colonización del mundo de la vida por el que cada vez tenemos menos espacios de libertad para la expresión y la construcción social autónoma. Procesos de tecnoburocratización de la práctica donde la derivación económica o administrativa nos somete a una lógica instrumental absolutamente despersonalizada.
En los últimos años, el incremento de la barbarie económica y las nuevas tendencias totalitarias en los Estados traducen un sistema de institucionalización y control que hace mucho más difícil que los elementos que estructuran el mundo de la vida -cultura, sociedad y personalidad- gocen de autonomía suficiente para su pleno y equilibrado desarrollo. Cualquier posibilidad de conciencia crítica queda mermada por un forma de socialización basada en el incremento de la norma administrativa y jurídica.
Esa colonización de la vida por la norma autoritaria y burocratizante alcanza también a la escuela, el instituto o la universidad. Y desde luego, también a las calles y plazas de la ciudad. En fin, al conjunto de espacios y tiempos, institucionales o no, en los que construimos nuestra identidad y socialización. La regulación constante de la vida por la norma se produce, sin embargo, de un modo aparentemente banal, poco transcendente, irrelevante, de modo que penetra en la cultura, el tejido social y las percepciones subjetivas de manera sutil, haciendo más difícil la respuesta crítica.
Pongamos un ejemplo. Me irritó que de un día para otro me dijeran que tenía que «programar por competencias» (hacía cuatro días que nos habían dicho que todos teníamos que ser constructivistas y ahora regresaban a la gramática de los objetivos operativos con otro nombre). Protesté la imposición de esa norma, pero ciertamente éramos bien pocos y, desde luego, yo continué programando pensando sobre todo en la calidad y el sentido de las actividades que proponía en el aula. (Quizá sea necesario añadir que, en el área de conocimiento que yo cultivo, Didáctica y Organización Educativa, ya desde los años 80 venían produciéndose investigaciones y tesis doctorales que mostraban el fallido intento cientifista de la programación por objetivos). Y explicaba allá donde podía mi negativa a programar según un modelo impuesto de un modo burocrático, porque una de las características, a mi modo de ver, de la desobediencia es su carácter público, dejando testimonio de una conciencia política que busca en la confluencia con los otros y las otras la posibilidad del cambio.
Cada día perdemos capacidad de autonomía, de creación de un sujeto docente con capacidad y voluntad para responder por sus actos
Recuerdo cuando me dijeron que una de las innovaciones del proceso de Bolonia en la universidad era que el alumnado debería firmar su asistencia al aula. Era realmente ridículo y humillante ver a los estudiantes firmando sobre un papelito puesto a la entrada. Yo protesté y me negué a una práctica institucional que pretendía hacernos creer que alguien está realmente en el aula porque firme un papel. Siempre he creído que se está de verdad cuando la mirada, el corazón, la razón, el deseo, están vivos dentro de esas cuatro paredes, y eso no ocurre porque calientes el asiento, sino porque realmente se ha podido encender la llama del deseo por una educación viva y activa, cosa que no depende de una firma. Sin embargo, veía asombrado a colegas depositando a la entrada del aula la cuadrícula para las firmas.
Me entero que en algunas escuelas incorporaron la firma digital entre el profesorado. Parecería increíble, si no estuviéramos asistiendo a ese tsunami del control y la norma. Tan increíble como cuando me contaron -de esto hace ya tiempo- que el director y dueño de un colegio privado tenía conectados los interfonos a las aulas para enterarse de lo que ocurría allí adentro. Una especie de Gran Hermano antes de que el concepto orwelliano fuera pervertido por la televisión basura. En fin, pueden continuar los lectores la lista de despropósitos normativos. El proceso de colonización es constante y continuado. Lo diré de otro modo: con hechos como estos cada día perdemos capacidad de autonomía, de creación de un sujeto docente con capacidad y voluntad para responder por sus actos. Nos dejamos hacer y nos hacen a su manera y conveniencia. Dice Walter Mignolo que la obediencia epistémica se configura e impone a través de creencias económicas, éticas, políticas, heredadas de la teología cristiana y de la secularización de la ciencia, la epistemología y la filosofía.
Ante esa presión, política, sólo se me ocurre una respuesta política: la desobediencia. Son muchas las luchas que se han ganado porque muchas personas han decidido no secundar la norma administrativa. Mirad la Plataforma de Afectados/as por la Hipoteca (PAH), recordemos los disobbedienti, aquel gran movimiento global frente al G8 en Génova. y en general, todos los movimientos sociales que están enfrentándose a diferentes imposiciones administrativas y jurídicas porque son injustas y conculcan los diferentes derechos humanos. ¿Recuerdan la película Hoy empieza todo de Bertrand Tavernier? ¿Qué hizo aquel maestro -Daniel Lefebvre- al ver que la burocracia política y la tecnocracia pedagógica (¡ay! memorable la visita del Inspector) se sustentaban sobre el incremento de la miseria y la pobreza de los niños y niñas que tenia a su lado? Combatir con la desobediencia y buscar la solidaridad. ¿No se emocionaron con Espartaco (Kubrick), con Viva Zapata! (Kazan) con Novecento (Bertolucci)? Pues más allá de la emoción ese cine nos daba qué pensar, alimentaba la crítica a la noción de que nada se puede cambiar, concienciaba y sugería estrategias de desobediencia y transformación. De esta cuestión nos hemos ocupado con más profundidad J. Carbonell y yo en el libro Otra educación con cine, literatura y canciones (Octaedro). ¿Qué hacía un jovencísimo Bob Dylan en 1963 cantándonos The times they are a-changin? Anunciar un desobediente movimiento juvenil opuesto a la guerra y a la inmoralidad del comportamiento adulto (patético, por cierto, en la película El Graduado).
Creo que esta desobediencia tiene unas pedagogías, unas formas de aprendizaje social que nos acercan, nos organizan y nos empoderan con saberes estratégicos. ¿Qué hacíamos, si no en aquellas Escuelas de Verano de los Movimientos de Renovación Pedagógica? Pues en mi caso, cuando aquella inspectora llegó a la escuela para decirnos que había que ser científicos («¡¡Como en EE. UU!!”) y aprender a programar por objetivos operativos, en la Escola d’Estiu aprendí a desarrollar estrategias desobedientes para poder continuar siendo un maestro freinet. En la escuela, estas pedagogías nutren de conceptos y procedimientos a la educación pública, la hace visible y trabaja desde proyectos concretos con una clara intencionalidad practica y transformadora. (¿Hace falta poner nombres de escuelas que están trabajando en esta línea?). Son pedagogías con sujeto, desde el sujeto, desde el cuerpo, las voces y la experiencia viva de cada cual. Son también pedagogías dialógicas, porque es sólo desde el encuentro, la escucha y el diálogo con el otro o la otra diferente, que vamos tejiendo redes de acción y redes de poder. Y son pedagogías que nos enseñan a resistir aquellos procesos institucionales de escolarización pensados para seguir la norma, la rutina, la obediencia, la sumisión.