Vivo en un pueblo muy cerca de Málaga. Es uno de esos pueblos que está destinado a convertirse en una ciudad dormitorio por su ubicación, pero que aún no lo ha hecho y, por lo tanto, mantiene mucha de su idiosincrasia rural. Esta circunstancia hace que en él convivan perspectivas muy variadas y que se den situaciones de lo más variopintas.
Todas las noches, saco bastante tarde a Nutella y a Dama (nuestras perritas) a dar una última vuelta antes de acostarme y, todas las noches, las llevo por una amplia plaza del pueblo con zonas ajardinadas. Es habitual que me encuentre en esa plaza a diferentes grupos de adolescentes sentados en bancos haciendo “cosas de adolescentes” a los que observo con cierta envidia por la energía y el ímpetu con el que a esas horas siguen viviendo sus vidas. Energía que contrasta mucho más con que yo estoy ya en modo “ahorro de batería” pensando en, a duras penas, llegar a la cama.
Dicho esto, he de confesaros que muchas noches, el etnógrafo que llevo dentro me puede y mientras mis perras olisquean el césped en busca de algún rastro, yo pego el oído, atento, a las conversaciones que mantienen tratando de comprender a través de ellas, su forma de ver el mundo.
Como os imaginaréis, en más de una ocasión los he visto charlar entorno a temas de actualidad y me he quedado con ganas de aportarles alguna información para profundizar en el tema, incluso alguna vez he fantaseado con comentarles algo y otras, no me ha sorprendido por desgracia, escuchar comentarios muy reaccionarios (otras veces todo lo contrario).
En cualquier caso, lo que sí pienso muchas veces es sobre qué espacio más rico para educar representa esa plaza a esas horas y cuántos espacios y contextos así habrá a lo largo del día en cualquier pueblo o ciudad y qué poca preocupación en nuestra sociedad tenemos por ocuparlos.
No es que los adolescentes deban estar todo el tiempo haciendo cosas productivas; esta visión es parte del problema. Mi pensamiento iba más bien centrado en otras cuestiones.
En primer lugar, en la cantidad de espacios posibles en la vida de una ciudad o pueblo para hacer actividades educativas. Actividades educativas cuya cualidad, necesariamente, dista mucho de las actividades dentro de una institución formal como la escuela o el instituto; actividades centradas en el ocio y la oferta cultural que podrían ser desde talleres de las cosas más variopintas (aún recuerdo cuando estuve en Alemania de intercambio en bachillerato y en el instituto tenían taller de malabarismos), hasta actividades de cine fórum o de oferta cultural variada.
Al mismo tiempo que me maravillaba la cantidad de oportunidades educativas que ofrecen estos espacios, pensaba que la visión hegemónica de la educación, fundamentalmente meritocrática, hace que todas aquellas actividades, por muy educativas que sean, que no estén encaminadas a ofrecernos algún tipo de certificación, supuesta futura ventaja laboral (el caso de los idiomas) o de acceso a otros estudios, queda automáticamente descartada por irrelevante, no solo para el profesorado o el sistema educativo, también para alumnado y familias que compartimos esta visión hegemónica de la educación.
Esta visión es, a mi juicio, nefasta, porque desvirtúa el sentido primigenio de la educación del que he hablado en algún otro sitio: cuestionarnos nuestra socialización.
El mecanismo principal, en mi opinión, por el que esto se desvirtúa es lo que Santos Guerra (2001) llama “valor de cambio” del conocimiento, que se da cuando la única finalidad del conocimiento con la que trata nuestro alumnado es la de cambiarlo por una recompensa en forma de nota o con sentido propedéutico (estúdiate esto porque te hará falta dentro de X tiempo) y así el conocimiento nunca tiene sentido por sí mismo, porque nos ayuda a pensar, a interpretar la realidad o a resolver problemas de nuestra diaria, lo que Santos Guerra denomina “valor de uso” (que no es utilitarismo).
Es ahora de vital importancia la educación de calidad para formar ciudadanos y ciudadanas lo más críticos y críticas posibles
Pensaba igualmente que, sin embargo, es ahora más que nunca cuando la formación de ciudadanos y ciudadanas es un asunto urgente. Y que el conocimiento riguroso y elaborado, es más necesario que nunca. Si pensamos en la sociedad actual en la que vivimos con las fake news, los discursos reaccionarios, los negacionismos… es ahora de vital importancia la educación de calidad para formar ciudadanos y ciudadanas lo más críticos y críticas posibles.
Pensaba también lo cerquita que queda la Facultad de Educación. Y la cantidad de alumnado que tenemos en todos los grados educativos: magisterios, educación social y pedagogía y lo mucho que podrían beneficiarse durante sus estudios de espacios de diseño y acción de propuestas donde “experimentar la teoría” que ven en la facultad para luego “teorizar sobre su propia práctica” (Pérez Gómez, 2019) y así elaborar un conocimiento educativo sólido y conectado con la práctica.
Pensaba muy libremente, en torno a la lectura clásica de Zeichner (2010) en la que habla de lo que él denomina “tercer espacio” para referirse a un espacio formativo en el que acortar la distancia entre la teoría y la práctica en la formación de docentes.
Este autor sostiene que si bien, tradicionalmente, en la formación de maestros ha existido una división entre los conocimientos teóricos, que se trabajan en la facultad, y las prácticas docentes que se desarrollan en las escuelas e institutos, el «tercer espacio» busca crear un ambiente de aprendizaje híbrido donde los conocimientos teóricos y las experiencias prácticas se integren y enriquezcan mutuamente a través de estos ciclos de diseño, acción y reflexión.
En este tercer espacio, futuros educadores y educadoras, formadores de docentes, y profesorado en ejercicio podrían colaborar para desarrollar prácticas pedagógicas que sean relevantes para las necesidades actuales de los estudiantes y las comunidades, promoviendo una reflexión crítica sobre la práctica educativa y permitiendo que se experimenten formas innovadoras de enseñanza y aprendizaje. Y lo más importante, considerando los contextos sociales y culturales en los que se inserta la educación, promoviendo prácticas docentes que sean socialmente justas y culturalmente responsables.
He de reconoceros que mientras pensaba todo esto, ya andaba dando vueltas a las posibilidades de pedir un proyecto de innovación en la Facultad, montar un posible proyecto de Aprendizaje y Servicio e, incluso, daba vueltas a la idea de que al concejal o concejala de turno del Ayuntamiento tenía que parecerle una idea fantástica.
Pero luego, empecé a preguntarme…
Empecé a preguntarme qué le pasaría al alcalde si en alguna de esas actividades o de la oferta cultural elegida, se hablaba de feminismo, de fake news, de los peligros de la extrema derecha,…
Empecé a preguntarme qué pensarían en el pueblo muchos de los y las ciudadanas.
El marco mental de la educación estilo “hoja Excel” a la que somete a todo el neoliberalismo no sirve y que, como decía Aristóteles, la educación es praxis, no poiesis
Y entonces entendí…
Entendí que el alcalde no vea beneficios entre tanto coste y pensé que ese, igual, era el sentido y la función de los costes: no ya impedir los beneficios, impedir que se pueda pensar en determinadas iniciativas.
Pero luego tengo que recordarme, mientras vuelvo a casa con mis perras, que la cosa no va de eso, que el marco mental de la educación estilo “hoja Excel” a la que somete a todo el neoliberalismo no sirve y que, como decía Aristóteles, la educación es praxis, no poiesis y que, según Carr (1995, p. 96):
la práctica no puede entenderse como una forma de maestría técnica diseñada para conseguir un fin externo, ni esos fines pueden especificarse con antelación a la práctica misma. En realidad, la praxis difiere de la poiesis precisamente porque el discernimiento del “bien» que constituye su fin es inseparable del discernimiento de su modo de expresión. La “práctica” es, por tanto, lo que nosotros llamaríamos una acción moralmente informada o moralmente comprometida. Dentro de la tradición aristotélica, todas las actividades éticas y políticas se consideraban como formas de práctica y, por supuesto, también la educación.
Así que me acuesto pensando que es urgente cambiar la mentalidad con la que vemos la educación y que mientras la lógica neoliberal sea la que predomine da igual lo que hagamos, el foco siempre estará puesto en un lugar erróneo y nunca podremos cambiar de verdad las cosas.
Y pienso en lo que decía un profesor mío: Qué difícil es salirse de los paréntesis del pensamiento hegemónico.
Así que me quedo con un enorme dilema: la visión de la educación hegemónica impide que estas iniciativas puedan surgir, pero si no surgen y florecen estas iniciativas, nunca podremos cambiar la visión hegemónica; cambiar el pensamiento hegemónico pasa por dar, en este caso, la batalla cultural en educación.
Referencias
Pérez Gómez, Ángel I. (2019). Ser docente en tiempos de incertidumbre y perplejidad. Márgenes Revista De Educación De La Universidad De Málaga, 3–17. https://doi.org/10.24310/mgnmar.v0i0.6497
Santos Guerra, M. Á. (2001). Dime cómo evalúas (en la universidad) y te diré qué tipo de profesional (y de persona) eres. Tendencias pedagógicas, no 6, pp. 89-100
Zeichner, K. (2010). Rethinking the Connections Between Campus Courses and Field Experiences in College- and University-Based Teacher Education. Journal of Teacher Education, 61(1–2), 89–99. https://doi.org/10.1177/0022487109347671