Cuando escolarizamos a mi hijo -con mi hija simplemente mantuvimos la decisión-, año 1999, no tenía ni idea del conflicto que se estaba empezando a generar en la educación madrileña con motivo de la jornada escolar. De hecho, no elegimos el centro educativo por ese asunto, sino porque, después de que mi mujer visitara los centros públicos más cercanos -que fuera público sí estaba decidido-, el que estaba justo al lado de casa lo habían mostrado con tanta ilusión quienes lo dirigían, que no hubo dudas. Y acertamos.
Al año siguiente estaba al frente de la asociación de madres y padres casi sin quererlo, y en 2002 entré en la junta directiva de la FAPA Francisco Giner de los Ríos. En esos tres años no me había enterado de lo que sucedía en otros centros educativos con los cambios de jornada, porque en el mío ese debate no estaba presente. Así que, cuando en una reunión de la junta de la federación se habló del asunto, era el único que no tenía una posición tomada al respecto.
Se acordó realizar un debate interno sobre las ventajas y desventajas de una y otra, partida e intensiva, mal denominada esta última como continua en este país, aunque usaré esa etiqueta para no generar confusión en lo que sigue. Me tocó buscar argumentos en favor de la jornada continua, que hice con interés. Ya entonces me encontré con argumentos basados en lo que ahora sé que solo son afirmaciones bastante vacías de respaldo científico real. Y no me llamó demasiado la atención la inexistencia de estudios en favor de esa jornada, que achaqué al poco recorrido temporal que ese asunto llevaba en el debate público. Ahora sé que ni existían ni existen, por más que algunas organizaciones traten de hacer pasar por estudios rigurosos lo que no son más que artículos de opinión.
Lo que debería preocuparnos realmente es que la evidencia científica de la que disponemos se utilice decididamente para mejorar la educación
Cada cierto tiempo se reproduce el debate, especialmente en las redes sociales, entre quienes hablan de la evidencia científica que existe sobre educación y las personas que cuestionan ese enfoque porque prefieren defender la práctica y experiencia diarias en el aula como fuente de la sabiduría educativa. También en el tema de la jornada escolar esta disyuntiva está muy presente. En mi opinión es un falso debate, porque tanto lo uno como lo otro han de contemplarse como dos partes de un todo. Pero, lo que debería preocuparnos realmente a todas las personas interesadas en la mejora de la educación es que la evidencia científica de la que disponemos se utilice decididamente para lograr esta mejora. Y en ese objetivo, a mi modo de ver, tenemos muchas lagunas.
Son muchas las razones por las que no se aplican estas evidencias, o con la intensidad que serían necesarias, que van desde la tendencia a seguir haciéndolo “como toda la vida”, pasando por los argumentos de falta de recursos, tiempos y ratios adecuadas, hasta llegar a la oposición porque la evidencia confirma tesis educativas no deseadas, ya sea en el plano ideológico, en el laboral, o en ambos. Sinceramente, en lo que sigue en este artículo voy a obviar cómo se vende la oposición a las evidencias existentes, porque lo que me interesa solo es poner estas últimas encima de la mesa para ayudar a reflexionar sobre su contenido y posible alcance.
Sobre la evidencia científica que sí existe y lo que dice
Hay certezas sólidas sobre que los ambientes familiares empobrecidos tienen consecuencias nefastas en el desarrollo integral de las y los menores. Es evidente que existen muchas familias en las que los horarios laborales de todos los adultos que las integran ponen en riesgo el ambiente en el que crecen sus hijas e hijos y las relaciones afectivas imprescindibles que deben enriquecerlo, aunque menos tiempo conjunto no significa necesariamente peor tiempo familiar y social. Y es evidente que la escuela no puede solucionar todo lo que sucede fuera, pero tampoco se puede desentenderse de ello.
El argumento de que la escuela no debe ser la guardería de los menores no solo va en contra del mandato de custodia que la sociedad le encarga, sino que prescinde de un hecho trascendental, el derecho a la educación y el del adecuado desarrollo integral deben ser garantizados por la escuela, incluso y sobre todo cuando las familias de esos menores no lo hagan. Solo por eso, la sociedad tiene la obligación ineludible de utilizar la escuela como espacio socializador y darle el mayor de los protagonismos y el máximo de las coberturas, también horarias.
Que tenemos que repensar la sociedad que hasta la fecha hemos creado es una realidad que solo rechazan quienes viven a costa del desastre social que tenemos montado. Tenemos unos horarios inadecuados que favorecen la falta de sueño, siempre preocupante pero especialmente cuando se trata de menores. Con esta falta se produce aumento de la fatiga y disminución del estado de alerta, lo que conduce a deterioros del rendimiento cognitivo equiparables a los que se observan en situaciones de intoxicación moderada por ingesta de alcohol. Esto tiene un nefasto efecto en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Está demostrado que mantener horarios de sueño que no sean acordes a la edad y a las necesidades de cada persona, así como tenerlos diferentes entre los días laborables y el fin de semana, guarda relación con un rendimiento académico menor. Lo mismo que sucede cuando se permanece despierto para estudiar por un examen. Y también que la primera hora de la mañana en los centros educativos es la peor de todas, con mucha diferencia respecto del resto, ya sean de la mañana o de la tarde. Sin embargo, seguro que han oído alguna vez la afirmación, especialmente en secundaria, de que a una parte de los docentes la primera hora les gusta más para dar clase.
Las necesidades laborales de las familias, los derechos adquiridos del sector docente, y las necesidades de las administraciones públicas confluyen en tener jornada continua en esos centros
Todas las personas producimos melatonina durante el sueño, una sustancia química que es fundamental para poder dormir, pero mucho más aún para la labor regenerativa que nuestro cuerpo debe hacer diariamente. Es muy importante tenerlo en cuenta en todas las edades, y las familias deben mantenerlo muy presente al cuadrar sus horarios familiares, algo que se dificulta según van creciendo los menores, especialmente cuando llegan a la adolescencia, donde se produce un cambio en los ciclos de sueño-vigilia, ya que la melatonina empieza a producirse más tarde, sobre las 11 de la noche, y por eso tardan más tiempo en querer acostarse. El punto máximo de su producción se encuentra a las 7 de la mañana, motivo por el que, cuando tienen que despertar para ir al instituto, no hay “quien haga carrera de ellos”. Y se detiene su producción hacia las 8, que es el momento en el que suelen entrar en el centro, estando presente en el cuerpo durante el tiempo que necesita para dejar de influir provocando somnolencia. Esta realidad en todas las etapas, especialmente en secundaria, es obviada deliberadamente por el sistema educativo, porque las necesidades laborales de las familias, los derechos adquiridos del sector docente, y las necesidades de las administraciones públicas confluyen en tener jornada continua en esos centros. En la calma de la primera hora no se encuentra una mayor atención y concentración, sino una mayor somnolencia. Están aún bastante dormidos.
Los estudiantes que asisten a centros educativos que comienzan más tarde las clases tienen una menor somnolencia, un mejor comportamiento y unos resultados académicos más satisfactorios. Esto ha llevado a otros países a retrasar la hora de inicio de estas clases, especialmente en secundaria. Y se ha vinculado este retraso con el descenso de los conflictos de convivencia, incluso llegando a cifrar esta bajada en un 54,2% con tan solo media hora de diferencia. No es un dato que deba seguir siendo ignorado.
Estos horarios de entrada también dificultan otra cuestión vital, el desayuno, que, en demasiados casos, se hace deprisa y corriendo “porque no llegamos”. Se ha observado cómo los niños que desayunan adecuadamente muestran mejores niveles de concentración, atención y alerta en la escuela. Además, las ingestas diarias no deben estar muy alejadas entre ellas, de forma que desayunar muy pronto y comer muy tarde está desaconsejado por los expertos en nutrición. Cuando esto se da, los menores llegan a la comida tan hambrientos que más que comer devoran. Sus hábitos alimenticios resultan afectados por esta situación, pero también porque se ubican los horarios de comida, en el caso de la jornada continua, fuera del momento recomendado por estos nutricionistas, que lo sitúan a la 1 de la tarde.
Y relacionan problemas de obesidad por malnutrición en aquellos menores que comen después de las 3 de la tarde, horario en el que, en la jornada continua, tienen quienes comen en el segundo turno de comedor en el centro y quienes comen en su casa.
En cuanto al reparto del horario lectivo, ya hemos mencionado que la primera hora es la peor en ambas jornadas, si bien empeora cuanto antes empiece ésta. En secundaria se debería empezar después que en infantil y en primaria, no al revés. En cuanto al resto del horario, es innegable que en nuestra vida diaria existen dos picos máximos de actividad, que se sitúan entre las 11 y 12 por la mañana y sobre las 4 de la tarde. La caída de ésta en la mañana se inicia a las 12 y es bruscamente decreciente desde la 1 de la tarde, para empezar a recuperarse sobre las 2 y media. El descenso en la tarde se inicia sobre las 6, pero es algo más lento que en la mañana.
En el horario de tarde se favorecen estrategias educativas como la de evocación, que consiste precisamente en traer a la memoria de trabajo lo que el estudiante tiene guardado en su memoria a largo plazo
Por tanto, en la jornada partida, se aprovecha mejor el pico de la tarde si se reinician las clases a las 3 que a las 2 y media. Y en la jornada continua se desaprovecha el pico de actividad de la tarde y se usan horas de la mañana bastante más inadecuadas que las de la tarde. Además, deben tenerse en cuenta otras cuestiones importantes, como que existen diferencias sustanciales en la mañana entre matutinos y vespertinos -lo que se conoce como búhos y alondras-, que se igualan desde las 4 de la tarde. Esto es sustancial para la igualdad de oportunidades, ya que las pruebas que se realizan en la tarde tienen grupalmente mejores y más equilibrados resultados, sin embargo, se hacen por las mañanas. Y es que en el horario de tarde se favorecen estrategias educativas como la de evocación, que consiste precisamente en traer a la memoria de trabajo lo que el estudiante tiene guardado en su memoria a largo plazo, precisamente lo que se hace en estas pruebas. Y también es importante recordar que la competencia lectora tiene un mayor progreso en las primeras horas de la tarde.
Pero, no solo debemos fijarnos en qué horas usamos, sino también qué hacemos en ellas. Descansar en silencio y con los ojos cerrados por periodos de 15 a 30 minutos al concluir una tarea de aprendizaje, muestra mejoras indiscutibles tanto en la memoria declarativa, vinculada con acontecimientos de nuestra vida, como en la procedimental, unida a las habilidades necesarias para realizar tareas. Sin embargo, los menores empalman los periodos lectivos sin solución de continuidad.
Por lo que respecta al ejercicio físico, introducir en primaria descansos de 10 a 20 minutos para realizarlo en el aula, o fuera de ella, mejora los procesos de aprendizaje y de memoria, con lo que aumenta el rendimiento de los menores. En secundaria, también la actividad física por espacio de 30 minutos mejora no solo la atención y el comportamiento de los estudiantes, sino cuestiones como la memoria de trabajo y la flexibilidad cognitiva. Sin embargo, estrategias como las que se usan en algún país del norte de Europa, de salir del aula después de cada periodo lectivo de unos 45 minutos, aquí son calificadas por una parte de la sociedad que las conozca casi como extravagancias. Tiempos más pausados y mejor distribuidos ofrecen múltiples ventajas.
Finalmente, sobre lo que ocurre fuera de los centros. Si bien uno de los argumentos en la defensa de la jornada continua es que al tener horario lectivo solo de la mañana se facilita que los menores no tengan también la tarde ocupada en estas actividades, porque la tarde se considera un tiempo inadecuado para ello, sin embargo, se produce un incremento de los denominados deberes y, por tanto, del tiempo que se necesita dedicar a ellos. Deberes que se imponen bajo el argumento de que en los centros educativos no hay tiempo suficiente para abordar toda la tarea educativa, ni para abarcar todo el temario. Es una incoherencia. Si no hay tiempo suficiente con el establecido, entre otras cosas, sería mejor repensar los horarios y no eliminar una parte de estos, que se mantienen igualmente, pero delegando funciones en las familias para que hagan el papel de segundos docentes, o cuando menos de supervisores educativos. Dejaremos al margen el debate sobre la demostrada inutilidad de los deberes hasta bien avanzada la secundaria, y el necesario sobre el contenido curricular.
La mejor defensa de los derechos laborales de los docentes no se hace imponiendo la jornada continua al alumnado
Siempre he dicho que se equivocan las organizaciones sindicales al no salir del juego de las administraciones educativas por el que vinculan el horario de trabajo de los docentes al lectivo del alumnado. Separar definitivamente ambas cosas generaría un nuevo enfoque del debate que, además, podría unir al sector docente con el de las familias, en lugar de mantenerlo enfrentado por tener necesidades contrapuestas. Y acabaría con el inaceptable acoso y derribo que sufren año tras año docentes y familias que apuestan por la jornada partida.
Pero, tras décadas de vivir todo esto, no parece que se aprenda y se repite ahora el inadecuado enfoque como respuesta al anuncio de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, el cual lleva, dicho sea de paso, intenciones ocultas no tan aceptables, pero eso queda para otro momento porque son otros los debates necesarios al respecto.
Desde el sector de familias se lleva esas mismas décadas exigiendo su separación, sin éxito hasta la fecha, entre otras cosas porque cuando se ponen encima de la mesa propuestas concretas en ese sentido, también las organizaciones sindicales se desentienden del posible debate y consenso que luego se reclaman cuando aparecen anuncios como el actual. Recordaré, por ejemplo, que, en junio del 2017, los representantes de la FAPA Francisco Giner de los Ríos defendimos en la comisión permanente del Consejo Escolar de la Comunidad de Madrid una propuesta, con borrador de texto normativo incluido, para realizar un debate sobre dicha separación, garantizar que el profesorado podría elegir y negociar su jornada laboral, sin estar estrictamente supeditado a las necesidades horarias de los centros educativos y las familias, la introducción de la jornada flexible, y la mejora de muchas otras cuestiones vinculadas a la jornada escolar. Duerme el sueño de los justos, es decir, que nadie perturba el olvido de la propuesta de debate. ¿Hasta cuándo? ¿Se hará ahora? Mucho me temo que tampoco.
1 comentario
Enhorabuena José Luís. Muy de acuerdo con tu planteamiento y creo que los estudios en los que basas tu razonamiento son bastante coincidentes con los míos. Si los horarios escolares tuviesen como criterio principal el bienestar y las necesidades del alumnado (niños/as y adolescentes), que es lo que debería, serían otros. Lo malo es no poder ni plantearlo siquiera.