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Bebeto es el apodo con el que se conoce popularmente al futbolista José Roberto Gama de Oliveira, parece ser que aludiendo a su cara de niño pequeño, víctima del habitual anhelo que el periodismo deportivo tiene de buscar motes a todos, seguramente en un afán de simplificar el discurso, haciéndolo más conciso y coloquial. El jugador brasileño jugó en el Deportivo de la Coruña entre las temporadas 1992-1993 y 1995-1996, destacando especialmente en la segunda, en la que ganó el Premio Pichichi por ser el máximo goleador de la competición, una temporada recordada por el trágico penalti fallado por Djukic que facilitó la consecución de la Liga del equipo del Barcelona, entrenado aquel año por Johan Cruyff (1947-2016), poco días antes de que se proclamara campeón de Europa en la mítica final de Sampdoria.
Seguramente los infantes y los adolescentes vivieron también un año intenso de noticias relacionadas con el fútbol. Así que no sorprende que el amigo del protagonista del cómic de Javi Rey lleve justamente el apodo del jugador brasileño, que se caracterizaba por un estilo clásico de goleador, oportunista y rematador, y con su cara aniñada característica. Norma Editorial publica en febrero de 2025 Le llamábamos Bebeto (On l’appelait Bebeto, 2024), imprimido originalmente en francés por la editorial Dargaud y ahora editado en castellano y catalán, esta última con traducción de Pilar Garriga y de Alfred Sala Garriga, con guion, dibujo y color de Javi Rey, un autor nacido en Bruselas y criado en Barcelona, donde se formó en la profesión en la Escola Joso, Centre de Còmic i Arts Visual.

La historia está protagonizada por Carlos, explicada por él desde 2019 ya como adulto, recordando en especial tres veranos que identificamos claramente por un acontecimiento deportivo excepcional para los amantes del ciclismo: el Tour de Francia. El prólogo del cómic comienza en el verano de 1989 pendientes de si Pedro Delgado podía o no ganar su segundo Tour consecutivo, viendo como Litus tiene una estrecha relación con su hermano mayor, que actúa como mentor y cuidador. El resto del cómic acontece en los veranos de 1994 y 1995, que corresponden al cuarto y quinto Tour consecutivo ganado por Miguel Induráin, cuando Carlos ya no quiere ser Carlitos ni Litus aunque su abuela, con la que pasa realmente todo el día en el piso, se empeñe en llamarle por su diminutivo a pesar de que ya no se considera un niño.
Desde 1992, el primer año de las victorias de Induráin, la abuela no se perdía ninguna etapa a pesar de sus problemas de visión, quizás para escuchar continuamente el nombre Miguel, el nombre del hermano mayor de Carlos que había fallecido poco antes de ese verano en un accidente de moto cuando iba de paquete, una época que nos recuerda los estragos familiares que supuso la no obligatoriedad del casco en las motos, que justamente entró en vigor en 1992, tanto en vías urbanas como interurbanas. En cierta manera, es la historia de un duelo (o de diversos tipos de duelos) y de la necesidad de crecer no solo para madurar, sino también para quitarse el yugo protector de la familia.

El guion no es autobiográfico, pero se inspira en las vivencias del autor. Como Rey, el protagonista es hijo de una familia de inmigrantes españoles que vivieron años en Bélgica y acabaron regresando a su país, quizás no con el regreso esperado ni la acogida soñada. El cómic trascurre en el extrarradio de Barcelona en una población costera ficticia pero que podemos situar en Gavá, aunque el hecho de que sea ficticia le permite explotar la imaginación para imaginar la evolución del territorio o la misma representación de los escenarios (y no, las playas de Gavá no tienen las rocas como vemos en algunas viñetas, por ello es importante la elección del autor para contar con mayor libertad creativa en todo momento, sin el corsé de la realidad).
A través de los recuerdos de la abuela y del propio Carlos contemplamos la evolución de los campos de cultivo convertidos en viviendas con el paso del tiempo, o el impacto de las zonas industriales en el paisaje, que justifican los pisos dormitorio de los alrededores. Una representación a la que ayuda especialmente el color escogido, con colores planos y una paleta que evoca una época pasada y añeja, con páginas estructuradas sobre tres filas horizontales y grandes viñetas muy enfocadas en la expresividad corporal de los diferentes personajes, que son muchos, incluidos el grupo de amigos, el resto de los niños que jugaban al fútbol en la calle y, como no, los matones de barrio característicos.

Carlos es la antítesis de los quinquis, una palabra que desde los años setenta estaba asociada a la figura de jóvenes problemáticos que, con el tiempo, quedó inequívocamente vinculada con la palabra delincuencia. Aunque casi siempre tenían una característica comuna: solían ser muy jóvenes. Carlos muestra un comportamiento que se aleja de las claves de masculinidad imperantes en la época y a su edad, quizás por ello es que acaba entablando amistad con Bebeto, del que no llegaremos a saber su nombre, como un dato más de la crueldad con la que los niños del barrio le trataban. Bebeto, en contraposición a Carlos, es ligeramente mayor en edad (y más corpulento), aunque parezca que no quiere crecer y que ansía poder jugar con el resto de los chavales a fútbol. Ese deseo de no crecer lo manifiesta el autor con la búsqueda insistente de Bebeto de un juguete perdido en la playa años atrás, una acción cargada de gran simbolismo en la trama.
A través de Bebeto y de cómo cuida de su madre contemplaremos como las enfermedades mentales tienen un efecto devastador en las familias que deben de realizar el cuidado de los enfermos en su propia casa. El cariño y el respeto del joven hacia su progenitora contribuirá a que Carlos cambie su relación tirante con su abuela, aquejada de una incipiente demencia y de una acuciada ceguera. Quizás no era exactamente la abuela la que cuidaba de su nieto. Bebeto también contribuirá a la experiencia del primer amor de Carlos al presentarle a su prima, un amor no correspondido en parte por la diferencia de madurez de los dos, pero trascendental en la vida del adolescente en ese periplo hacia la edad adulta.

Un estilo poético, nostálgico y realista de Javi Rey que facilita que el lector viaje en el tiempo a una década, los noventa, y a un instante fundamental en la vida como es la adolescencia, plagada de cambios de todo tipo, y todo ello en un momento del año singular como son los calurosos veranos, en este caso, en una ciudad del extrarradio de Barcelona y con una vivienda próxima a la playa, con todo lo que supone desde el punto de vista del ocio de los jóvenes. Y en una época extraordinariamente importante en la vida, en la que una curiosa afición por la ornitología local de Carlos, desarrollada casi por casualidad, evoca de forma simbólica la ansiedad por crecer y volar más allá del hogar materno, así como la importancia del azar en la adopción de las vocaciones vitales.
El cómic está plagado de referencias a la cultura popular en general y a la de la época en particular, aunque destaca especialmente por su simbolismo el libro que lee la prima de Bebeto, el ensayo Caminar (Walking, 1861), de Henry David Thoreau (1817-1862), un escritor estadounidense que proclama su convencimiento por la bondad de la naturaleza, considerado un pionero del ecologismo, impulsor del pensamiento salvaje, especialmente después de relatar su experiencia viviendo un tiempo en el bosque en su obra cumbre. En este libro, en cambio, reflexionaba sobre el arte de caminar, alegando que pisar caminos y bosques no solo libera nuestra mente, sino que también nos asoma a una vida más sencilla y auténtica.
El mismo Rey nos traduce algunos párrafos a través de varias viñetas, que simbolizan la importancia de caminar para conectar con el yo interior a través de la naturaleza: «Creo que existe un magnetismo sutil en la naturaleza que, si nos dirigimos de forma inconsciente, nos guiará de manera correcta. No es indiferente la dirección en la que caminemos. Hay una buena; pero somos muy propensos, porque perdemos la cabeza o porque somos estúpidos, a coger la mala… Ya nos gustaría tomar ese camino que nunca hemos cogido todavía en este mundo, que simboliza de manera exacta el camino que nos gustaría hacer en nuestro mundo interior e ideal… pero muchas veces, sin duda, nos cuesta mucho elegir la orientación, porque todavía no existe de manera clara dentro».
