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El próximo 4 de diciembre se cumplirán 50 años de la muerte de Hannah Arendt. No es como si hubiéramos pasado cinco décadas sin esta teórica de la política. Más bien, todo lo contrario. Desde los años ochenta hasta hoy, los libros, los artículos, los estudios y las tesis sobre la obra arendtiana se han multiplicado exponencialmente, y el nombre de la autora se ha vuelto casi popular. Cuando el 8 de noviembre de 2016 Donald Trump llegó al poder por primera vez, dos de los libros más vendidos en Estados Unidos en las semanas siguientes fueron 1984, de George Orwell, y Los orígenes del totalitarismo, de Hannah Arendt.
En vida de la autora, la obra arendtiana no gozó del reconocimiento ni de la recepción que correspondían a un pensamiento original, que se escapaba de los cánones de la filosofía política tradicional. Por otro lado, en los últimos años se puede haber caído en la tentación de creer que Hannah Arendt es una moda, pero lo que realmente ha sucedido es que se ha hecho justicia a una voz fundamental para intentar comprender nuestro tiempo, cuya importancia ya nadie se atreve a discutir.
En La condición humana, Hannah Arendt explicó que la época moderna nos había hecho perder el sentido de aquello que nos interesa y preocupa a todos porque es común; es decir, el sentido de la importancia primordial de la política. Y diagnosticó como fenómenos sociales de nuestros días el desarraigo, la soledad y el triunfo de un tipo de ser humano que, reducido a sí mismo, solo sabe encontrar satisfacción en el proceso de trabajo y consumo, porque todo acaba interpretándolo y viviéndolo bajo ese binomio.
Por otra parte, Arendt no concebía la política —la libertad— sin el reconocimiento no solo de la pluralidad y la diferencia, sino también de la contingencia y la fragilidad del ámbito de los asuntos humanos. De acuerdo con Arendt, esto implica aceptar sin reservas y hacernos responsables del mundo, asumir la necesidad de preservarlo mediante la acción conjunta, convirtiéndolo en un lugar del que nadie pueda sentirse excluido. Por tanto, y teniendo en cuenta la experiencia acumulada del siglo XX, hay que oponerse a cualquier proyecto totalizador, sueño idílico o pensamiento unilateral que se presente de manera determinista como el único punto de vista y la solución definitiva a los problemas de la humanidad.
Esto también significa que, en el pensamiento arendtiano, la disidencia juega un papel trascendental, aunque no absoluto. El desacuerdo forma parte de la crítica y de la resistencia, del proceso abierto de construcción del mundo, para el cual también son necesarios el perdón, el pacto y la promesa.
“Esto es una aventura —aseguraba Arendt en una entrevista en 1964—, y yo diría que esta aventura solo es posible si confiamos en la gente. Es decir, si confiamos —de una manera difícil de captar, pero fundamental— en lo humano que hay en todas las personas. De otra manera no sería posible”.
A continuación, expongo lo que libremente llamo diez tesis sobre Hannah Arendt, como pequeño homenaje y como invitación general a la lectura de su obra.
- Para Arendt, el pensamiento nace de la experiencia, de los acontecimientos, de lo que ocurre y de lo que nos ocurre, y debe mantenerse ligado a ellos como únicos indicadores que pueden orientarnos.
- La libertad, para Arendt, no consiste en elegir entre una cosa u otra, sino en crear algo nuevo.
- Comprender no es lo mismo que estar bien informado o conocer en sentido científico, sino la actividad inacabada a través de la cual tratamos de ponernos de acuerdo con la realidad y sentir el mundo como nuestro hogar.
- La vida nos es dada, pero el mundo es un artefacto. Somos nosotros quienes lo hacemos y deshacemos constantemente. Esto significa que el mundo podría ser de otra manera.
- El mundo existe cada vez que hablamos de él. Por eso la amistad tiene una dimensión política cuando conversamos sobre cosas que nos afectan a todos y no, o no solo, cuando hablamos de nuestras intimidades.
- Toda la obra de Arendt es una defensa de la política frente al totalitarismo, que es su negación.
- “El mundo no vio nada sagrado en la abstracta desnudez de ser únicamente humano”: sin instituciones políticas y legales que garanticen el “derecho a tener derechos”, se instala la barbarie y el caos. Este es el drama que viven los refugiados.
- “El hecho de que los hombres, no el Hombre, vivan en la Tierra y habiten el mundo” es la condición humana de la pluralidad. Todos los autoritarismos, y especialmente el totalitarismo, intentan destruirla.
- La banalidad del mal significa que lo peor puede provenir de lo más insignificante, de la incapacidad de pensar, que políticamente equivale a dejar de tener en cuenta todos o la mayoría de los puntos de vista. De ese egoísmo pueden surgir catástrofes. Por eso Arendt pone como ejemplo del mal banal al padre de familia que, preocupado solo por la seguridad y el bienestar de los suyos —de lo privado—, puede ser cómplice del surgimiento de desastres políticos históricos.
- “Los hechos son la materia de las opiniones, y las opiniones, inspiradas por diferentes intereses y pasiones, pueden diferir enormemente y seguir siendo legítimas mientras respeten la verdad de los hechos. La libertad de opinión es una farsa si la información sobre los hechos no está garantizada y si no son los mismos hechos los que están en debate”. Cualquier opinión basada en hechos alternativos —otra forma de llamar a la posverdad— solo alimenta un universo de fantasía al servicio de un segmento ideológico de la población y contribuye a corroer el mundo, que por definición es común a todos.
+1 – “No hay pensamientos peligrosos; en sí mismo, pensar es peligroso.”


