En tantas ocasiones mera acción intrascedente, utilitaria sin más, el caminar encierra inmensas posibilidades pedagógicas. Sobre todo si se concibe no como desplazamiento entre dos puntos A y B, sino como descubrimiento sutilmente azaroso. Y si se exporta al currículum la metáfora del paseo como mapa por explorar, incluso como cartografía aún por dibujar.
El libro La tierra bajo mis pies profundiza en la idea de un currículum no lineal, del aprendizaje entendido como territorio con mil direcciones posibles. Un dominio en el que el profesor puede orientar ante situaciones de desconcierto, pero que docentes y alumnos transitan en una creación colectiva. Sus páginas animan a que pupilos y profesoras investiguen rumbos posibles, a los que llaman “derivas”, concepto fundamental en la obra. Pero insisten en que, ante todo, se trata de encontrar sentidos sobre la marcha, sin cerrarse a las múltiples ramificaciones que despliegan los entornos urbanos.
Escrito por el colectivo La Liminal para el Consorci de Museus de la Comunitat Valenciana, apoyado por la Red Planea, la obra aúna metodologías ya casi clásicas en el campo de la renovación: aprendizaje colaborativo, por proyectos, de indagación. Siempre con la interdisciplinareidad por bandera, abre nuevas vías a estas propuestas metodológicas. La originalidad de La tierra bajo mis pies emerge al poner el foco inspirador en la importancia que adquiere el caminar en el arte del siglo XX. Una relevancia que ya reflejaron las Vanguardias de entreguerras. Y que despegó en los años 60 con ese arte de acción que cristaliza en movimientos como Fluxus o el land art. O en multitud de obras conceptuales y/o performativas sin una adscripción concreta. Sus autoras, las mediadoras culturales, Yolanda Riquelme y Beatriz Martins, trasladan la frenética experimentación artística de aquella época a una escuela que sale a la calle. Andar juntos constituye, de esta forma, el eje sobre el que pivotan los muchos paralelismos entre innovación artística y educativa que traza la obra.
Riquelme resume qué supuso para la historia del arte el convertir al artista desplazándose en protagonista de la creación: “Es entender que, en esa experiencia de pasear, se está creando algo diferente al generar una lectura diferente del espacio. El caminar, el poner el cuerpo en un entorno junto con otros cuerpos, ofrece muchas posibilidades de revelación, de encuentro, de conocimiento”. Para que chavales y educadores se arranquen a pasear, el libro lanza opciones de deriva: sensitiva, siguiendo siempre los desvíos a derecha o a izquierda… “Otros ejemplos”, se lee, “son seguir a personas en la calle” o “buscar los destellos de sol que vemos en las ventanas de los edificios”. Las posibilidades son infinitas.
Se trata de aprovechar para conectar esa riqueza y esa diversidad del entorno urbano con los temas que está trabajando en la asignatura
En una suerte de proceso inductivo, el sentido a tanto azar llega al reflexionar y poner en común lo observado durante el paseo. Con los docentes asumiendo un rol de facilitador y los alumnos participando activamente en su aprendizaje. Antes, durante y después de recorrer el camino. “La deriva permite el descubrimiento de una serie de cuestiones que, al final, se van hilando desde otra lógica. Y también que el profesor o la profesora se posicione de forma diferente ante sus alumnos. En una deriva no hay un guía claro, todos deciden en conjunto hacia dónde se mueven”, explica Riquelme.
Los profesores pueden relacionar el paseo con las competencias y contenidos que marcan los temarios de sus respectivas materias. “Se trata de aprovechar para conectar esa riqueza y esa diversidad del entorno urbano con los temas que está trabajando en la asignatura”, continúa Riquelme. Siempre que sea posible, esas conexiones aumentarán su fuerza y su valor en cooperación con los docentes de otras asignaturas, recomendación que ahonda en el enfoque interdisplinar que articula a La tierra bajo mis pies.
La obra aspira a que pupilos y enseñantes aprendan juntos a dejarse sorprender por aquello que les rodea en su vida cotidiana. “Se proponen otras maneras de atender el paisaje, más conscientes. Solemos invisibilizar algunos entornos urbanos por considerarlos espacios banales, escenarios de fondo para nuestros trayectos de un punto a otro”, subraya Riquelme. Para ella, la pausa y el lento caminar propician lo inesperado: “Cuando los observas con atención, te das cuenta de que contienen gran cantidad de mensajes con un potencial brutal para el aprendizaje desde un idea de aula expandida”.
Al mismo tiempo, los paseantes van entendiendo los muchos porqués de la ciudad tal y como se nos presenta en su estado actual. Con sus jerarquías espaciales y monumentos insignes de fuerte carga simbólica. Sus zonas pobres y áreas pudientes. La objetividad urbana como forma de comprender el pasado y las claves del presente. Como apunta el libro, la configuración de la ciudad —en especial de sus zonas más turísticas— refleja con frecuencia visiones hegemónicas. “Activar esa conciencia crítica frente al espacio público te permite cuestionarlo y, en ese proceso, apropiarte de los entornos que habitas”, sostiene Riquelme.
Durante la elaboración de la obra, las autoras dieron dos sesiones online a seis docentes del IES Bovalar (Castellón de la Plana), un centro con una consolidada trayectoria de innovación pedagógica. Riquelme lamenta que cuestiones pandémicas impidieran un encuentro presencial, aunque afirma que el formato virtual “funcionó muy bien para compartir la propuesta con una comunidad de profesores”.
Activar esa conciencia crítica frente al espacio público te permite cuestionarlo y, en ese proceso, apropiarte de los entornos que habitas
Los participantes exploraron derivas con resultados prometedores, según Toni Solano, director del IES, y Patricia García Gómez, su vicedirectora. “En mi caso, fui a una zona deprimida y sucia, y otra más céntrica y limpia, para marcar esa frontera”, dice Solano. García Goméz solo estuvo acompañada por un alumno durante su paseo, lo que da una idea, apunta, de los “graves problemas de absentismo que sufre el Bovalar». “Caminamos por una zona de grafitis, hablamos sobre cómo él había vivido esos espacios”, comenta. Solano añade que ”otros compañeros y compañeras optaron [en sus derivas] por elementos de la naturaleza, geométricos, del patrimonio escultórico…”. Los docentes tomaron fotos de sus paseos y las subieron a un mapa colaborativo. “Luego compartimos los resultados, por qué cada cual había elegido esos lugares, qué sentido escondían”, señala Solano. Por el momento, la experiencia no ha tenido más recorrido, aunque el director del Bovalar admite que el centro se ha quedado “con ganas de más”.
La tierra bajo mis pies, que se presentó el pasado 29 de abril en el Centre del Carme de Cultura Contemporània de Valencia, ya ha sido distribuida en varios centros de la Red Planea, que opera en la Comunidad de Madrid, Andalucía y la Comunitat Valenciana. “Ahora nos gustaría impartir talleres con profesores para activar las muchas propuestas que contiene”, explica Riquelme. En ellos, las dos autoras podrán poner en práctica la razón de ser de su mediación cultural. En palabras de Riquelme, “acompañar procesos grupales en los que se generen espacios de aprendizaje y que propicien intercambios”. Cuando los profesores conozcan las espontáneas dinámicas de la deriva, será el momento de que la clase salga junta a desentrañar los significados misteriosos de la ciudad. Tanto en aquellas zonas que —se nos dice— hay que ver, como en tantos y tantos lugares ignorados.