El CEIP Emilia Pardo Bazán de Lavapiés (Madrid) es un mundo particular. Desde el curso pasado, también un mundo sonoro particular. Lo es gracias al proyecto Cancionero, con el que los profesores Eva Gómez García -especialista de mmúsica y madre- y Rafa Sánchez Andújar -coordinador de bilingüismo- logran captar la atención de la Fundación Carasso hace dos años, cuando lo presentan a la convocatoria del Proyecto Claves para iniciativas que aúnan arte y educación.
Es darles el sí la fundación, saber que contarán con financiación, cuando se enteran de que el cole va a estar desplazado por un curso al CEIP Perú de Carabanchel… Uno de sus objetivos –abrirse aún más al barrio- se complica por esta causa de fuerza mayor –reforma y consiguiente mudanza- pero aun así el proyecto sigue en pie y, pese al vértigo inicial, durante el curso 2017-2018 sus coordinadores y sus protagonistas –la artista residente Sole (Le Parody) y los alumnos de primaria del centro- son capaces de hacer de la necesidad virtud y de sacarlo adelante pese a estar en otras instalaciones, de prestado.
A su barrio vuelven por las tardes, al salir del cole, y también para actuar en distintos conciertos en espacios como el Teatro del Barrio o el parque del Casino de la Reina (junto al colegio), donde los cubos y las palas empiezan a convivir con naturalidad con los instrumentos musicales.
Este curso, ya con la sensación de vuelta a casa, se nota la impronta de Cancionero, por ejemplo, en que los alumnos y alumnas recurren en el patio a las retahílas de sorteo inventadas por ellos mismos el curso pasado. Cancionero les ha servido para descubrir mundos tan diversos como el de la música electrónica de la mano de Sole y el folclore popular infantil, de la de Eva. Le Parody sigue muy unida al centro, pero ha dado paso a nuevos músicos. El primer trimestre -centrado en la realidad africana- ha sido el turno para el multinstrumentista sudanés Wafir, y en los próximos -con América Latina como eje- será el de Marina Sorín, Érika López y Emilse Bartalay (violín, composición, flauta). Además, el proyecto se ha hecho extensivo a infantil, donde, como en primaria, en esta ocasión están trabajando con audiocuentos. Y más profesores se han implicado -parte del presupuesto irá destinado precisamente a su formación-, logrando un carácter transversal: en Lengua trabajan los cuentos, en Plástica se centran en la decoración, este año el carnaval será africano…
Esa otra diversidad
Sacar adelante tan magno proyecto se explica por varios factores. El Emilia es un cole manejable, familiar, de línea uno. Es, además, un cole muy buscado. Las familias de un barrio que se gentrifica a marchas forzadas no estaban encontrando ese cole soñado hace unos años y es un poco como si entre todos lo estuvieran inventando. Son, además, familias diversas -con numerosas parejas mixtas con un padre/madre español (o no) y el otro, de distinta procedencia (Italia, Francia, México, Holanda, Reino Unido…), con lo que los alumnos son, como coloquialmente se les suele denominar, los hijos del Erasmus. La diversidad más tradicionalmente asociada a este barrio popular de Madrid, crisol de culturas, se hace patente en el Emilia, sobre todo en los cursos superiores pero, no cabe duda, el Lavapiés de hoy, más gentrificado que el de hace unos años, también imprime su impronta.
Con numerosos familias de profesiones liberales y artísticas, un proyecto como Cancionero tenía el terreno más que allanado. No solo lo recibieron con buenos ojos, sino con gran predisposición para colaborar.
Así, Giovanni Maccelli, padre del cole, Goya al mejor corto de animación en 2015 por Juan y La Nube, ha contribuido junto con Carlota Coronado (ambos en Zampanò Producciones) documentando el proyecto. Pero, como ellos, todos han aportado y se han implicado. Como a ellos, a la mayoría de los padres y madres, con una gran participación en el AMPA, no les bastaba con dejar a sus hijos a buen recaudo en el centro e ir a recogerlos a la salida, sino que querían convertirse en cooperadores necesarios de lo que en él estaba sucediendo.
Todo esto -que una madre diseñadora se encargaría del diseño, que otro padre haría lo propio con la cartelería, que una pareja de actores movería los hilos para que el Emilia actuara en el Teatro del Barrio, y así sucesivamente- hubo que explicárselo a la Fundación Carasso, que no entendía demasiado al principio cómo iban a ingeniárselas para lograr unas metas tan elevadas con un presupuesto no tan boyante.
Idilio artístico
“Tenemos un AMPA muy potente, que no se moviliza solo para la excursión de fin de curso. Hay reuniones una vez al mes para conocer la marcha del centro. Desde el curso pasado, una de las comisiones es la de Cancionero”, explica Eva, a la que le ha tocado en ocasiones actuar como mediadora entre el equipo docente y las familias, tratando de dinamizar las relaciones entre ambos o de encauzar la implicación de los padres para que el entusiasmo no se confundiera con intrusismo.
De alguna manera, aunque el proyecto Cancionero sea un fin en sí mismo, también está sirviendo como semilla para cambiar la cultura de centro en el Emilia, como una vía para conectar con las muchas inquietudes (artísticas, ciudadanas, sociales) detectadas en las familias, esos nuevos moradores del barrio incondicionales de la escuela pública pero que buscan en ella no solo la transmisión de contenidos sino el desarrollo de la faceta más creativa. De momento, el idilio se encuentra en su momento más álgido gracias al proyecto Cancionero.
Para Rafa Sánchez, este está haciendo “que cambie la forma de ir al colegio de los alumnos, de las familias, de los profesores, de los artistas residentes, y que se abra, que se integre en el contexto, que no sea ese edificio que se cierra más allá del horario lectivo”. “Teníamos la ilusión de convertir al colegio en ese referente social que es todavía en los pueblos, en las comarcas, donde los maestros no están solo de 9.00 a 16.00 en el aula, sino que forman parte de todas las familias, y sentíamos que ya estaba el arte, que ya estaban las familias y que ya estaba el barrio, que solo hacía falta unirlo. Cuando nos dimos cuenta de que existía la posibilidad de que viniera una artista al centro, de que explotara todo eso que ya estaba latente ni nos lo pensamos. Hoy somos un colegio del que en el barrio se habla no por sus resultados sino porque en él se hacen cosas y son los niños los que hacen esas cosas. Y, sin duda, una de las culpables de abrirnos la mente en esta línea ha sido Sole”, relata Eva.
A lo largo del primer curso, Sole (Le Parody) no sólo logra acercar la música electrónica a personas que hasta entonces nunca se habían fijado en ella (Eva incluida), además, anima a los alumnos a experimentar con la música, diluye las fronteras entre lo educativo y lo artístico y participa en la recopilación del folclore del colegio Emilia Pardo Bazán en un disco, Cancionero, de libre descarga, con 21 obras.
Como puede leerse en la carátula, entre ellas hay “melodías inventadas y melodías copiadas, letras personales, letras aleatorias, letras de cosas que nos hacen gracia, rimas, ritmos, jaleo, pop. Algunas canciones tienen un único autor o autora, otras fueron hechas entre quince o treinta. Sole (Le Parody), puso las estructuras, el Emilia las ideas, las melodías y las letras”.
Un año después, y con Sole centrada en su próximo trabajo (ahora ya sin el Emilia) la artista siente que su día a día en el cole le ha marcado de una manera muy profunda, mientras que el Emilia nota cómo el estilo de Le Parody ha impregnado la vida en el centro.
Proyecto de proyectos
Dado que Cancionero es un proyecto de proyectos, mientras se lleva a cabo la grabación del disco con Sole, mientras esta les da a conocer todas las posibilidades que en el terreno musical brinda la tecnología o les anima a hacer collages con ruidos, sonidos y música, los alumnos y alumnas trabajan también con Eva el folclore tradicional (juegos de comba, de goma, de palmas, rimas de sorteos…). “Puede sonar antiguo, pero para ellos es nuevo, no han oído antes esas canciones de nuestra infancia, y crean sus propias versiones. Conseguíamos hasta 27 formas de cantar La tarara distintas”, asegura Eva.
Sí, esas rimas de sorteo han conseguido desplazar un poco al reggaetón, bromea la profesora de música, pero además, en este tiempo los alumnos “han perdido el miedo a crear, a expresarse, a exponer lo que llevan dentro, que ahora sienten que es muy válido”. Este curso no es raro que un alumno pregunte: “He traído mi saxo, ¿lo saco?” y, si antes no abundaban los voluntarios, ahora es difícil elegir entre tantas manos levantadas.
“Y todo esto dentro del tiempo escolar”, subraya Rafa, “y teniendo que explicar a toda la comunidad educativa que esto forma parte de los contenidos de la asignatura de Música pero que, poco a poco, el proyecto contará con tentáculos que tirarán de las distintas asignaturas, que cobrará un carácter transversal”. Por de pronto, Eva ha demostrado con su programación de la asignatura de Música que pueden abordarse los mismos contenidos que, incluso, puede evaluarse con las calificaciones tradicionales, pero con un carácter mucho más abierto y creativo.
Giovanni, bromea por su parte, ha cumplido ese sueño de todo padre de entrar en clase y ver cómo es su hijo en el cole, qué hace, cómo se comporta. A lo largo del curso pasado, con Zampanò Producciones, documentaba toda la evolución del proyecto. Este material, dentro de la concepción de “proyecto de proyectos” va a dar pie a un documental: “Queremos retratar cómo afecta a la educación en un colegio acometer un proyecto artístico de estas características. Son proyectos que en la actualidad se cargan sobre los hombros de los profesores, que dependen de su voluntarismo, y quizá el Estado debería hacer algo para que esto fuera posible de una manera más continua. Nos gustaría poder abrir un debate sobre esto a través del documental”. Para él, que llegaba a las grabaciones ya convencido de casa de que “se aprende más cuando uno se divierte”, fue un descubrimiento “ver hasta qué punto la creatividad hace explotar la cabeza a los niños, y que las cosas funcionen de otra manera. Cómo el poder crear -no sólo ver y aprender sino poder hacer las cosas con sus propias manos- empodera a los niños, les transmite una sensación de emoción tremenda, porque cuando pruebas y descubres que eres capaz de hacer las cosas entras en otra dimensión. Era impresionante la velocidad a la que componían los textos, armaban las melodías, como si hubieran hecho un curso de dos años para hacer esas rimas”.
Todo esto lo contaban los distintos protagonistas de Cancionero -también Frida o Martín, del lado de los artistas infantiles- este fin de semana en La Casa Encendida de Madrid, donde, tras una breve muestra de lo que será el documental de Zampanò, hubo música de la mano de Wafir en el concierto Kuyukuna (estribillo popular en los cantos infantiles sudaneses). Quien quería, además, se podía llevar un disco de la obra de Le Parody y el Emilia. O dos: “Deme otro, por favor: uno, para casa. Otro, para la directora del cole de mi nieto, a ver si pueden hacer algo así”, reclamaba a la salida un abuelo entregado a la causa.