En demasiadas aulas universitarias se confunde el rigor con la acumulación de tareas y la evaluación con el control, relegando el pensamiento crítico a favor de respuestas en casillas. La preferencia por exámenes tipo test —que miden memoria, pero no comprensión profunda— revela un modelo docente que premia la obediencia sobre la reflexión. Transformar la universidad exige invertir esta lógica: enseñar a formular preguntas, no solo a acertar respuestas.