Hace unas semanas, Cristina Novoa impartió una charla en la ciudad alicantina de Elx en las V Jornadas de Biblioteca Escolar del Cefire (Centro de formación del profesorado) de la ciudad. Presentó algunas de las claves en las que se apoya el modelo de biblioteca en el que ella cree y que ha ayudado a construir desde hace décadas.
Hablamos con ella en una soleada mañana de octubre en la ciudad de la Dama sobre bibliotecas. Una conversación que se alarga durante más de hora y media y que solo la hora de comer y los compromisos respectivos obligan a finiquitar. Novoa es una especie de memoria viva de las bibliotecas y del proceso que estas han vivido en, al menos, las últimas tres décadas. Aunque ahora está jubilada de sus obligaciones, su vinculación con las bibliotecas sigue tan vivo como lo ha estado durante años.
En España, menos de la mitad de los centros educativos tienen una biblioteca escolar. Según las estadísticas de Bibliotecas Escolares en España (2019/2020), del Ministerio de Educación (que la propia Novoa, junto a otras y otros compañeros de profesión insistieron en tener cuando participaron en la Comisión Técnica de Bibliotecas Escolares del Ministerio).
Estos espacios, según la misma estadística, están fundamentalmente cerradas (la mayor parte abre cinco o menos horas a la semana, “y hay que contar ahí el recreo”, apostilla Novoa) y están gestionadas por una o dos personas, nada más. “Consiguen hacer lo que consiguen hacer. Poco más allá del préstamos y el orden de la biblioteca».
Las bibliotecas escolares han cambiado mucho con el tiempo (las que, como dice esta experta, “están activas y tienen personal formado”) y poco a poco se han ido transformando. La que “está abierta con personal especializado, con personas del equipo de biblioteca”, explica, se convierte en centro de recursos para la enseñanza y aprendizaje, también como lugar de acogida. Estas serían, seguramente, las dos claves de una buena biblioteca escolar. Pero cuando hay un programa institucional detrás, formación y recursos suficientes, la biblioteca avanza con su comunidad educativa hacia un centro creativo de aprendizajes, también hacia un espacio de inclusión, como lo son hoy en día muchas de las bibliotecas escolares de Galicia.
Personal
La práctica totalidad de las bibliotecas escolares están gestionadas por profesorado que, en el mejor de los casos, ha pasado por diferentes cursos de formación para poder gestionar este espacio. La gestión, desde el punto de vista de Novoa, no solo puede ser técnica, relacionada con el préstamo y poco más. Hace falta un cierto grado, obvio, de profesionalización, pero las características de quienes trabajan en ellas deben ser algo diferentes.
Lo primero: “Aunque no todo puedes haberlo leído, tienes que conocer unos básicos, tener un fondo de armario” de lecturas que puedas ofrecer a chicas y chicos. Desde luego, conocer la colección que hay en el centro y a la comunidad educativa en la que te mueves. “El tema de la biblioteca, afirma, es de gente convencida de lo que es la educación, ni siquiera de gente a la que le gusten los libros”.
Lo segundo: trabajar estrechamente con el claustro. Una biblioteca, para ser escolar, necesita de una cierta dinámica. No es lo mismo que una pública. “Buena parte del colectivo de bibliotecarios de biblioteca pública no nos consideran bibliotecas porque no hay un profesional, según ellos”, comenta Novoa, quien defiende que la persona que coordina el equipo de biblioteca debería estar en la Comisión de Coordinación Pedagógica del centro para conocer el proyecto de primera mano y ofrecer recursos. “Lo que suelen hacer las bibliotecas que funcionan es recabar información de los departamentos y los ciclos de primaria para ver cuáles son sus necesidades”.
Cristina Novoa defiende que sean docentes del claustro, a poder ser un equipo multidisciplinar para recabar la mayor cantidad de información posible y ofrecer oportunidades y recursos que apoyen y estimulen una nueva cultura pedagógica del centro; con ciertas nociones sobre la gestión del espacio de la biblioteca escolar (colección, mobiliario, equipamiento, actividades como los clubes de lectura, préstamo de libros, programas de educación en información, laboratorio de radio, etc.). De esta manera podrán planificar la colección o las actividades en función de las necesidades del claustro. Claustro al que habría, explica Novoa, que explicar qué hay en este espacio privilegiado para que puedan utilizarlo con su alumnado.
Esta experta cree que las bibliotecas activas, bajo un proyecto potente e incardinado en el proyecto educativo de centro, no deberían estar gobernadas por personal especialista en Biblioteconomía, únicamente. Y de ser así, necesitan conocimientos de pedagogía, para evitar que la biblioteca escolar se convirtiera en “una biblioteca dentro del centro” algo que, explica, sucedió en algunos centros franceses cuando implantaron el plan de los Centros de Documentación e Información.
“Una de las claves del éxito del programa en Galicia es que siempre insistimos en que hubiese un equipo”. A esto, suma Novoa, que “hay una relación clara entre el equipo medianamente estable, con el liderazgo claro de una persona y apoyo del equipo directivo”. Entonces, “la cosa funciona”.
Ahora bien, explicita, “el tema de los recursos humanos es siempre la parte más débil de las bibliotecas escolares”. Como sucede en educación, “las administraciones no han querido o sabido hacer frente” a esta cuestión y han puesto por delante el problema del dinero a la hora enfrentar este tema, imprescindible para conseguir estabilidad para las bibliotecas. “También es mucho dinero poner un profesor de inglés o de tecnología. Depende de las prioridades”. Como siempre.
Son pocas las comunidades que tienen programas específicos de bibliotecas escolares. Los más potentes: Galicia, Andalucía y Extremadura. “El resto, un erial”, asegura Novoa. En País Vasco y Cataluña se han hecho proyectos con mayor o menor recorrido. Y Baleares o Valencia están dando pasos importantes. Otra cosa es que por todo el territorio español hay excelentes ejemplos de centros con bibliotecas activas, con mayor o menor apoyo institucional, gracias al esfuerzo del profesorado.
Para quién y para qué
Sin duda, las bibliotecas escolares deben estar pensadas para el alumnado de los centros en donde están inscritas. Niñas, niños y profesorado son el público objetivo al que deben dar un servicio educativo. De ahí la importancia de articularse con los departamentos o los especialistas para conocer las necesidades y los proyectos que se pondrán en marcha y organizar la manera en la que la biblioteca dará apoyo.
Más allá del uso más estrictamente educativo, hay diferentes casuísticas a la hora de que el alumnado se acerque a estos espacios. “Hay una cantidad de crías y críos que encuentran en la biblioteca un espacio de acogimiento”. Para Novoa es una de las razones primordiales para defender “la biblioteca escolar activa, con sus recursos, organización y actividades”: la biblioteca como factor de compensación de desigualdades y de atención de la diversidad.
Lo primero, porque hay muchos estudiantes que “encuentran allí a alguien que les escucha”, las personas al cargo de la biblioteca. “Chicas y chicos necesitan a alguien que les escuche, que les diga su opinión pero que les escuche sobre todo”. Y encuentras recursos educativos y culturales de los que muchas veces carecen en sus casas.
También están “quienes buscan un espacio amigable para leer, ojear un libro o para jugar”. Y por supuesto, “aquellas personas a las que no les interesa el futbol o los deportes o los que encuentran, sobre todo, a los suyos, a los que son como ellos”. Además, pueden colaborar con algunas de las actividades que se organizan, a través del voluntariado. Algo que, comenta Novoa, puede ayudar a diferentes perfiles de estudiantes a ganar en autoestima.
Chicas y chicos se sienten valorados por docentes y compañeros al tiempo que consiguen importantes aprendizajes como “a trabajar en grupo, a tomar decisiones, en cuestiones básicas de lectura, escritura o comprensión lectora…”. “Mucho trabajo que no está dentro de una materia en concreto pero que forma parte de las actividades”.
Los clubes de lectura son uno de los espacios más interesantes, tal vez, que pueden desarrollarse en una biblioteca. Interesantes y habituales. En ellos se consigue, si va bien, la cuadratura del círculo, compaginar los intereses del alumnado con los de un sistema educativo y su canon cultural.
Un ejemplo: “Una de las cosas que ha pasado, según me cuentan profesorado de institutos -explica Novoa-, es que hay muchas chiquillas y chiquillos enganchadas a novela romántica de baja estofa en la que se perpetúan los estereotipos y los papeles que nos han adjudicado durante muchos años ¿qué haces? Lo único que se puede hacer, si es que se puede hacer algo, es, si hay un club de lectura, dar la posibilidad de hablar de esos libros para introducir otros elementos que les planteen algún tipo de duda”.
Cualquiera tiene en la cabeza 50 sombras de Grey o la saga romántico-vampírica de Crepúsculo. Novoa admite haber leído, al menos, uno de los libro de la saga. Hay que saber qué tienen entre las manos chicas y chicos. “No puedes enfrentarlo como si fuera un error garrafal”. Para Novoa, la clave está en “crear pasarelas con otras obras que traten los mismos temas, dar a conocer otros textos con los que trabajar las mismas emociones pero con más de calidad, o que cuestionen ciertos temas”.
Aunque no hace falta que la mediadora sepa todo de literatura, “hay que elegir muy bien, no les puedes poner un tocho horrible frente a una cosa ligera; hay que ir conduciendo”. Y tener claro que “la prohibición es lo que les va a llevar directos” a según qué libros. Siempre puede utilizarse la psicología inversa, pero tiene un recorrido relativamente corto.
Explica Novoa que las recomendaciones y las pasarelas pueden hacer, como han hecho, que haya “criaturas en las bibliotecas escolares leyendo el Drácula de Stoker, sin ningún problema. Y seguramente que a partir de Crepúsculo… se lo leen porque lo comparten en el club de lectura y descubren que es otra cosa. Pero detrás hay una persona mediadora con conocimientos”.
Frente a esta propuesta, Novoa excluye la clásica de las lecturas obligatorias que llevan aparejadas un examen al final. “Me resulta casi escandaloso. De eso no hablo. Puede que exista, pero no hablo de eso”. Recomienda el libro Dime: los niños, la lectura y la conversación de Aidan Chambers: “Da muchas pautas para trabajar con los chavales, en distintas edades. Controlas perfectamente lo que ha entendido y lo que no pero, ¿un examen? Pero si lo tienes que corregir, parvo…”, bromea.
“En el club de lectura hay una dinámica diferente que la del aula, se establecen dinámicas muy motivadoras, relacionadas más con el juego entre ellos. Están entre iguales y quien modera el club está casi a su nivel. Este es uno de los trucos, que no estás como profesor de Literatura, sino como mediador de la conversación”.
El lugar
El espacio es una de esas cosas que, tal vez, pasan medio desapercibidas porque siempre hay otros gastos, otras necesidades u otras urgencias en los centros educativos. Pero en una biblioteca pueden convertirse en algo muy importante. Como dice Novoa, las bibliotecas “son espacios de cultura, encuentro, de aprendizaje y de conversación. Si la configuramos así, se nos van a ocurrir muchas cosas adaptadas a cada centro”.
En Galicia el programa de bibliotecas escolares es una de sus señas de identidad. Los centros pueden participar de él y, hasta el momento, entre otras cosas, llevan aparejada una importante inversión económica que ha facilitado mucho la transformación de la mayoría de estos espacios. También, y por supuesto, una potente formación en centros de trabajo y jornadas anuales.
“A mí me parece bien que los centros, precisamente por su autonomía, tengan la capacidad para poner la biblioteca con un mínimo de gusto y personalidad, a su manera”. Normalmente se les facilitan ejemplos de bibliotecas para que cojan ideas aunque comenta que hay quien contrata a diseñadoras profesionales para que les hagan un proyecto, pero es muy minoritario.
“El colorido, el mobiliario, la disposición de las cosas, si las actividades son diversas y tan distintas del aula que, a parte de atraer a las criaturas, atraen a las familias que encuentran un espacio distinto. A veces tienen miedo a utilizarlas, pero cuando les das los recursos…”. Las bibliotecas más activas buscan la implicación e incluso la colaboración de las familias en sus propuestas.
Las actividades
“Las ventajas que tiene la biblioteca escolar son muchas ante los desafíos que tiene la educación en este momento”. Las más obvias son las que tienen que ver con la promoción de la lectura. Pero en los últimos años, al menos por lo que han vivido en Galicia, han entrado otros materiales como juegos (de mesa, de matemáticas, de lógica…), ordenadores, impresoras 3D, sets de TV o laboratorios de radio, material manipulativo y de experimentación, elementos recuperados como material científico, microscopios… La lista es larga. La biblioteca como espacio creativo y de experimentación, de educación para la información, siempre con los libros y la palabra como base de todas las propuestas. La biblioteca como oportunidad para enfrentar las competencias digitales y la alfabetización informacional, una de las urgencias del actual sistema educativo.
Ante los horarios reducidos y la más que habitual falta de personal para gestionar la biblioteca, “si no puedes hacer otra cosa, la biblioteca tiene que estar abierta, ordenada y el préstamo tiene que funcionar”. Y cuando Novoa dice abierta, se refiere a “abierta con personal cualificado”; no es suficiente con que esté abierta porque un docente esté en ella.
Novoa explica que en primaria, en muchos casos, ocurre que “cada grupo tiene adjudicada en su horario una hora de biblioteca” en la que la utiliza. “Esto no quiere decir que habrá una persona” del equipo. “Con suerte, le dan una formación mínima al profesorado tutor o de las distintas áreas o materias”, comenta. Así podrán hacer cosas como lectura compartida o préstamo, “o lo que consideren”. “En los centros más avanzados, explica, tienen una organización horaria para que algunas materias se impartan en la biblioteca para aprovechar los recursos”.
Pero lo mucho o poco que se haga en la biblioteca, además del personal más o menos especialista formado, va a depender de los materiales que atesore.
“En un estudio que hizo, entre otras, Mónica Baró, sobre bibliotecas, en 2005, se veía claramente. El profesorado no usaba las bibliotecas a nivel estatal porque no tenía recursos”. “En la medida que entraron los ordenadores o el espacio de lectura informal, en nuestro caso, o cuando se renovaron las colecciones… la biblioteca empezó a ser utilizada. Cuando entraron los materiales de ciencia, aquel profesorado de las áreas de ciencias que no encontraba antes recursos o los tenía en su departamento, también las comenzó a usar”.
Empatía
La empatía es una palabra que utiliza con bastante frecuencia Cristina Novoa cuando habla de la relación de la biblioteca con el equipo directivo. Una empatía, la de este último, de la que dependerá en no pocos casos la situación e, incluso, la pervivencia de la biblioteca escolar.
También la empatía de autoridades más altas. Novoa recuerda que “hubo una época muy dura, hace más de diez años, en la que se decía que con Internet no hacían falta las bibliotecas. Era un comentario que te decían responsables de políticas públicas y algún profesorado en los centros de secundaria, sin caérseles los anillos, creo que esto ha cambiado”.
Novoa insiste en la necesaria empatía que ha de tener el equipo directivo con la biblioteca del centro para convertirla en un recurso más del proyecto del centro, de manera que encuentre el apoyo suficiente. Para que esto sea posible, cree que en la formación de las y los directores es “fundamental que haya un módulo dedicado a las bibliotecas”.
Al final, se trata de una cuestión de recursos, de horas de dedicación. “El jefe de estudios distribuye las horas, y si el equipo de la biblioteca funciona, le va a pedir más”. Por esto y por “no entender lo que se hace en la biblioteca”, comenta, “no entender para qué se quiere tanto tiempo: ‘Si ya lo tenéis todo catalogado, ¿qué vais a hacer en la biblioteca?’. No entienden cuál es el papel”.
Pero, continúa Novoa, “cuando un equipo directivo lo forman personas, o al menos, una de ellas, que entienden el papel de las bibliotecas y ven que lo pueden incorporar a su proyecto educativo y de centro, cambia totalmente la cosa. Tendrá las mismas dificultades, sortear los conflictos, pero por lo menos lo defienden”.
Como la empatía no lo es todo, Novoa también defiende la necesidad de que las bibliotecas escolares tengan su presupuesto propio, salido del de gasto general del centro. De esta manera, quienes la gestionan pueden programar y organizar las diferentes actividades que se realicen en el curso o los dos cursos siguientes. “Tienes que saber para ver si gastas en libro, en equipos, o materiales para incentivar lectura, para pagar carteles o camisetas para animar el club de lectura…”.
Las bibliotecas escolares son un recurso delicado de los centros educativos. La mitad de ellos pueden vivir sin que existan, pero allá donde funcionan favorecen aprendizajes curriculares (y extra); ayudan a socializar, a crecer y suponen un buen soporte para la actividad del profesorado. Pero, como una planta delicada, necesitan de una serie de cuidados que no siempre reciben. Algo que se ha podido ver durante la pandemia, cuando en muchos lugares han sido desmanteladas para convertirlas en «simples» aulas, cosa que Novoa rememora en algunos momentos de la entrevista con un claro disgusto. Se toma muy en serio la necesidad y las posibilidades que estos espacios llevan aparejados.