Tal vez quien lea estas líneas se acuerde de Jorge de Burgos, aquel terrible bibliotecario ciego que vigilaba los tesoros que se escondían en la biblioteca de aquella abadía tétrica a la que llegan Guillermo de Baskerville y su discípulo Adso de Melk para organizar una reunión en el maravilloso libro de Umberto Eco El nombre de la rosa. De Burgos es un personaje tétrico que hace todo lo posible porque nadie acceda a los miles de libros que se encuentran guardados en aquel lugar.
No se puede comparar, desde luego, el IES La Laboral, de La Laguna (Tenerife), con aquella abadía; ni sus 20.000 libros con aquellos miles que suponen los desvelos de tantos monjes. Pero sí nos viene bien la referencia para ilustrar el que tener un tesoro bibliográfico no es sinónimo de extensión cultural, ni siquiera, de acceso a los propios libros.
Hablamos con Ana Muñoz, una de las integrantes del equipo de esta biblioteca escolar que en el tiempo récord de cuatro años ha pasado de ser un lugar (literalmente) oscuro y lleno de libros (algunos de los cuales, confiesa ella, no habían sido prestados nunca), a un espacio diáfano, lleno de luz en el que chicas y chicos entran a su antojo.
Volviendo a El nombre de la rosa, aquel Jorge de Burgos tenía una especial inquina por la risa. Cualquiera que haya leído el libro o visto la película recordará aquella discusión entre el anciano y un inteligentísimo Guillermo de Baskerville sobre filosofía y risa. Para De Burgos, biblioteca y scriptorium eran lugares sagrados en los que el sonido siquiera de las voces humanas debía permanecer fuera. Guillermo de Baskerville aparecía como un defensor (o al menos, alguien que comprende las bajezas humanas) del humor como forma de acercarse al conocimiento.
Los 20.000 volúmenes de La Laboral, así como un modelo de biblioteca como sala de estudio en el que, incluso, el profesorado de guardia estaba dentro de una pecera acristalada, se comportaban como un Jorge de Burgos estricto y vigilante que por querer atesorar el conocimiento impide algo fundamental, acercarse a él para que se reparta.
El caso es que hace unos poquísimos años cambió el equipo de la biblioteca y decide elaborar un plan Comunicación Lingüística que está llamado a dar la vuelta al espacio. «Las bibliotecas han de tirar de creatividad para adaptarse a los tiempos», comenta Ana Muñoz. Y la suya habrá de hacerlo, casi, a coste cero.
Empezaremos por el final, para que el spoiler sea rápido. El IES La Laboral cuenta hoy con muchos menos libros que hace cuatro años, han desmontado estanterías con las que han fabricado expositores y bancales para el huerto escolar. Han echado al profe de guardia y lo han sustituido por un estudio de guardia. Tienen un periódico (aunque confiesa Muñoz que cuesta a chicas y chicos escriban en él), cuatro clubes de lectura, un rincón violeta, gradas y hasta luz natural.
«En cuatro años, a partir de una conceptualización, de saber qué concepto perseguíamos, cuál era nuestro objetivo y cómo hacerlos factibles, ha pasado a ser un espacio de comunicación que sin presupuesto se parece mucho a las bibliotecas buenas de las mejores zonas de España». Son palabras de Ana Muñoz. Esta docente de Lengua y Literatura tiene un hablar tranquilo y claro en el que, con poquísimo tiempo, se desvelan un profundo conocimiento y un importante orgullo con el trabajo que han realizado en este tiempo.
Comienza el cambio hacia el tercer espacio
Mirar la biblioteca como un tercer espacio es mirar a la árida cara de Jorge de Burgos, a sus ojos acuosamente inertes y decirle que esos 20.000 volúmenes que «contienen tesoros de la literatura y la divulgación», no están «adaptados al público al que se dirigen», como explica Muñoz.
Lo que se quiere hacer con ese espacio es darle la vuelta para que sea «un lugar de construcción social en torno a la comunicación y la cultura». Nada más y nada menos. Ha de ser un centro magnético que tire de los intereses de las y los adolescentes, también del profesorado. Por eso, generan un grupo de personas (incluido, por supuesto, el alumnado) interesadas en el cambio de la biblioteca. Y visitan el Centro de Profesorado de La Laguna, que han realizado hace poco un proceso parecido al que quieren llevar a cabo. Allí les explican cómo han hecho un cribado de libros, cómo han reconquistado sus ventanales, tapiados de estantes, cómo la luz ha cambiado el espacio.
De vuelta al centro, «les dimos DIN-A3 y les pedimos que soñaran con el espacio que les gustaría», explica Muñoz. Eso sí, «contando con los recursos que había: no podían inventarse muebles que no existían o tirar muros». En esa labor descubren que en un biblioteca-abadía alguien había tapado la parte baja de unos enormes ventalanes de suelo a techo. Es lo primero que se decide. Hay que quitar las estanterías. Con este pequeño grupo de personas especialmente interesadas en la biblioteca y el personal de mantenimiento, empiezan los primeros cambios, el expurgo de aquellas estanterías.
El coronavirus y el gran expurgo
Pensar en marzo de 2020 y todo lo que nos pasó por encima y sacar conclusiones positivas no es especialmente fácil. En el caso de La Laboral, sí. Y lo es porque cuando tomaron la decisión de que había que cribar y reducir su colección el cierre del centro y la prohibición, durante el curso 2020-2021, de utilizar la biblioteca y el préstamo, abrió una extraña ventana temporal para un centro educativo. «Lejos de echarnos a llorar, aprovechamos para hacer el gran expurgo», comenta Ana Muñoz, quien recuerda que fue Toni Peña, otro compañero, quien asumió la labor («y lo hizo súper bien»).
«Cuando hicimos el expurgo y la catalogación de algunos libros, descubrimos que la mayor parte de los 20.000 libros no se habían prestado nunca». Una circunstancia que, entre otras cosas, se explica por esa barrera de cristal que protegía al docente de guardia de cualquiera que se acercaba a la biblioteca a hacer alguna consulta. A base tiempo y costumbre «se había llegado a que no hubiera cultura del préstamo».
Durante aquel curso se deshicieron de un buen número de libros. «Ni siquiera tres cuartas partes», comenta Muñoz: «Tenemos todavía mucho fondo, pero mejor elegido y distribuido». Fue un periodo en el que tuvieron que elegir con qué se quedaban y con qué no y, sobre todo, qué hacían con lo que saldría definitivamente de la biblioteca.
Los libros, explica Muñoz, son bienes enajenables que no hace falta que estén inventariados, lo que hace que, literalmente, pudieran haberlos mandado a reciclar, pero no hicieron eso. En lugar de eso, durante un tiempo los fueron dejando en la puerta para que las familias y el alumnado se los fuera llevando si querían. Entre el profesorado también se repartieron, para que quedaran dentro de los materiales de los que cada departamento dispone.
También hablaron con una librería solidaria para donárselos y que pudieran venderlos después y hasta se vendieron en un mercadillo solidario que utilizó el dinero para las y los damnificados del volcán de La Palma. Han hecho todo lo posible para que todos esos libros tengan dos y tres vidas más tras salir de los estantes: «Algunas enciclopedias se han convertido en nuestros árboles de navidad, sirven para el alumnado de artes plásticas, etc.».
Soñar sin recursos
Como cualquier centro público educativo, los recursos para todo este esfuerzo son realmente limitados. Casi podría hablarse del triunfo de la voluntad de un equipo que quería darle la vuelta a su biblioteca, que quería que el centro tuviera un tercer espacio y que contó, claro, con la connivencia de un equipo directivo que no ha puesto trabas y ha sacado el dinero de debajo de las piedras para hacerlo real.
Ya se ha dicho que las estanterías que quedaron vacías tras el expurgo no fueron a la basura, se convirtieron en bancales para el huerto y también facilitaron la creación de expositores en los que chicas y chicos vieran las últimas novedades de la biblioteca. También se fabricaron algunos muebles con esa madera. Todo ello, tirando del trabajo del personal de mantenimiento.
El único presupuesto que hubo que inventar fue el de la ampliación de la pecera en la que antes se encerraba el docente de guardia para convertirlo en un funcional estudio de radio, siguiendo el modelo de bibliotecas que tienen en Galicia (tal vez, el territorio en el que tienen un modelo más potente). Esta fue una de las primeras ideas que salieron del grupo primigenio que soñó su biblioteca: había que sacar al docente de la pecera, había que terminar con la sala de estudio. «Nos ha costado extender esta idea, sobre todo, entre algunos docentes, pero nos hemos empoderado mucho en estos años», asegura Ana Muñoz. Tanto que, en este tiempo, se han convertido en referente para otras bibliotecas escolares de todo el país, tanto como para ser parte del Congreso de Biblitecas Escolares que se celebró en Extremadura (una de las comunidades que más ha apostado históricamente por estos espacios) a principios de marzo.
Durante este tiempo, han soñado también con los clubes de lectura. Empezaron con uno, embrión de buena parte del cambio que ha vivido la biblioteca. Hoy cuentan con cuatro, diferenciados según los intereses de chicas y chicos.
Agentes externos
Otro de los puntos que han sabido y podido aprovechar desde el equipo que gestiona la biblioteca (hoy por hoy son cuatro, explica Ana, que coordinan la selección y catalogación, los diferentes clubes de lectura, la extensión de la biblioteca a otros espacios y tiempos, etc.), es el que La Laguna es ciudad universitaria, de manera que han firmado diferentes convenios para que alumnado del grado en Español: Lengua y Literatura haga prácticas dentro de la biblioteca. Se las ofrecieron desde la Universidad, a modo de primer contacto de estos estudiantes que se plantean ser docentes en un futuro, con un centro educativo.
Este alumnado universitario en prácticas tiene bastante relevancia. Es el que se ocupa de buena parte de la gestión de la biblioteca, de la colocación y catalogación de los volúmenes, por ejemplo, o de la realización de las diferentes acciones que idea el equipo coordinador del espacio. «Tiene que ser modelo en el que todas las partes ganen. No podemos tener una carga más con el alumnado», dice Muñoz. El centro necesita que sean más o menos autónomos para poder dedicar sus esfuerzos a las labores de extensión de la acción de la biblioteca escolar. En contrapartida, «pueden beneficiarse del programa formativo interno que tenemos para el alumnado de máster de educación», además de asistir a algunas de las clases.
A este alumnado se suma el del curso de auxiliar de biblioteca del Servicio Canario de Empleo. «Siempre nos mandan alumnado en prácticas y hemos cogido fama porque tenemos una biblioteca que funciona, que los ponemos a trabajar pero les tratamos muy bien al mismo tiempo», comenta Muñoz.
Esta ayuda que reciben de estudiantes y personal en prácticas es «oro», confiesa Ana, puesto que permite al grupo coordinador tener tiempo para idear nuevas actividades y relaciones. Entre ellas, las que tejen con la red de bibliotecas públicas de la comunidad autónoma.
Son, además, la primera biblioteca escolar que forma parte de la Red de Bibliotecas por la Igualdad en la que han entrado de la mano de la biblioteca pública de La Laguna. Muñoz explica que ya tenían planificada la creación de un punto violenta en su espacio, y esto no hizo más que apoyar esta idea. «Tenemos un rincón violeta que es una maravilla, en donde al alumnado le encanta estar, donde se reúne el comité de igualdad del alumnado» y el espacio en el que se organizan las actividades relacionadas con el tema.
Retos
No todo es perfecto, claro. Nunca lo es. Y esta biblioteca que ha pasado de ser el reino de los Jorges de Burgos al de la luz, la cultura y la comunicación, tiene que seguir dando pasos adelante. Uno de ellos es atraer al alumnado hacia el periódico. «Nos cuesta un poco más que participen de forma voluntaria porque les lleva más trabajo», aunque, eso sí, este medio publica muchas piezas a lo largo del curso.
Tal vez más importante es conseguir «hacer más eficaz la colección». Como explica Ana, esto supondría tener una mayor biblioteca digital. Canarias es una comunidad que ofrece mucha formación en relación a las bibliotecas escolares y que hace algunos años tuvo un modelo de biblioteca digital.
Ana insiste en la necesidad de la colección digital como elemento de sostenibilidad de la biblioteca. A pesar de que reciben donaciones, incluso de las editoriales, el alumnado pierde rápidamente le interés por el préstamos de estos libros. El equilibrio entre la demanda y que el catálogo no se dispare en volumen es complicado. La biblioteca digital les podría permitir poder adquirir a menor coste libros para el catálogo.
Tal vez el mayor reto, para esta y otras bibliotecas parecidas, es relacionarse más estrechamente con el currículo formativo, que las y los compañeros docentes vean en este espacio un lugar lleno de recursos que poder utilizar en sus clases. «Es necesario que el profesorado se sienta más implicado, que quiera trabajar más en torno a la biblioteca como centro de recursos para el aprendizaje de sus alumnos».
En este sentido, al menos, se hace cada mes una selección de lecturas con una serie de itinerarios que puede utilizar cualquier docente, y que están en relación con la edad del alumnado e información para que aquel sepa los motivos de la selección. La idea es que el profesor tutor tenga esos materiales a mano para poder hablar de temas concretos con su alumnado.
Han sido cuatro año desde que en 2019 pensaran que era necesario hacer algún cambio en su biblioteca. menos de un lustro en el que, al menos dos cursos y medios, los han vivido bajo una pandemia que para algunas cosas ha sido un respiro y para muchas otras, un escollo colosal. «No nos quejamos, dice Ana Muñoz, cuando las cosas salen te insuflan optimismo. Vemos el avance y estamos contentos».