No sólo lo recuerdo como un deseo personal; lo he visto en las miradas de la clase, pendientes de mis labios mientras leo en voz alta la entrada de Charlie en la tienda, para comprar una tableta de chocolate. Queremos que se produzca el milagro, que el billete dorado aparezca al rasgar el envoltorio. Cada oyente ganará en esas líneas su pasaje a un reino muy particular de la infancia, un paraíso de dulces e imaginación que nunca será tan sabroso en la realidad. La famosa catarsis a la que aspira la tragedia griega no es nada comparada con la…
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