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Leticia Fernández-Fontecha está intentando (y consiguiendo) dar voz a los niños. Historiadora de la infancia e historiadora de la medicina especializada en el dolor en la infancia, esta madrileña, seguidora de la Escuela de los Annales se ha propuesto cumplir la labor que, explica, corresponde a los historiadores: “Rescatar del archivo las voces de los vencidos. Y la infancia es la gran vencida de la historia”. Durante una de sus investigaciones, Fernández-Fontecha localizó un libro editado en Nueva York, en 1938, compuesto de dibujos que realizaron los niños españoles durante la Guerra Civil en un programa del Gobierno de la República. Pero el texto, titulado ¡Y todavía dibujan! prologado por el escritor británico Aldous Huxley, nunca vio la luz en España. Enseguida pensó que tenía importancia histórica y merecía ser rescatado. Con la ayuda de la editorial La Uña Rota y la colaboración del Ministerio de Educación, ya es una realidad.
Eres historiadora de la infancia. Háblame de esto.
La Historia de la Infancia es una corriente que no tiene una vida muy larga. Empieza en 1960 con la publicación de un libro de Philippe Ariès, El Niño y la Vida familiar en el antiguo régimen. La revolución viene de que ellos argumentan que la historia, hasta esa época, se ha escrito siempre desde el punto de vista de los vencedores y que hay que hacerlo desde el punto de vista de los vencidos. Y la infancia, dentro de lo que cabe, es la gran vencida de la historia, porque se la ha tratado muy tarde como tema de estudio y porque siempre hay un adulto que le pone voz. La función del historiador es rescatar del archivo las voces de los vencidos. Yo quería investigar el dolor en la infancia, porque me interesa mucho la historia del dolor y no se había investigado. A la hora de estudiarlo he usado tanto la historia de la medicina y de la ciencia como los estudios que existen sobre la infancia. Estos intentan entender que la infancia es una experiencia histórica por lo que, al cambiar de época, la definición de la infancia varía y la experiencia del niño tiene que cambiar conforme a esa evolución del concepto de lo que es un niño. Por lo general, es un concepto que viene marcado por el mundo de los adultos.
¿Cómo cambió la concepción del niño en esa época que has estudiado, la que va de finales del siglo XIX a mediados del siglo XX?
Es una época muy interesante. El estudio parte del texto que publica Darwin en 1870 sobre su hijo Willy. Es el primer texto científico que intenta abarcar la fisiología del niño como distinta de la adulta. El final del XIX es muy interesante para entender el dolor infantil y su evolución porque es cuando aparece una serie de disciplinas nuevas que se empiezan a diferenciar entre ellas como la psiquiatría, la psicología o la fisiología, que de repente se centran en el cuerpo del niño como distinto del adulto. Hasta finales del XIX el cuerpo del niño se estudia como igual al del adulto, pero entonces se vuelve un campo de estudio en sí mismo. Todas estas disciplinas generan una ciencia propia de la infancia y a la vez legitiman su existencia. Es la aparición de la Pediatría, por ejemplo, de los hospitales dedicados solo al estudio de las enfermedades infantiles. Otras disciplinas, como la Fisiología, van conceptualizando el sentir del niño. Empieza a finales del SXIX y abarca hasta finales de la II Guerra Mundial, cuando vuelve a cambiar la idea que se tiene de lo que es un niño porque cambian las condiciones históricas y empieza un periodo nuevo.
Y, aunque no le hayas dedicado quizá un estudio específico, supongo que desde finales de la guerra hasta ahora también ha habido alguna evolución. ¿Cuál ha sido?
El gran cambio que se produce en el XX es que el niño entra en lo que entendemos como el mercado. Se vuelve un sujeto que consume y empieza a tener más poder del que tenía anteriormente sobre el adulto. Hay un libro muy interesante de una socióloga que estudia este cambio, que dice que hasta principios del XX el niño aportaba un valor económico a la familia pero después, tras la II Guerra Mundial, se convierte un sujeto que tiene un valor emocional, un valor en sí mismo, y empieza a recibir un dinero por ello: aparece la paga, y empieza a consumir. Entonces, la sociedad se centra por primera vez en ese niño, que tiene un poder para consumir. Es un cambio bastante importante.
Este último cambio que comentas, ¿ha llegado de alguna manera al sector educativo?
Creo que se nota porque aparecen una serie de corrientes educativas nuevas que se centran en comunicarse con el niño entendiendo que tiene una vida propia más allá del marco del adulto. Esta idea de que tiene entidad es tanto positiva como negativa. Por un lado, tiene el poder de consumir y se vuelve un sujeto manipulable, pero también uno que puede manipular para conseguir lo que desea. A la vez, se le da mayor voz en la sociedad y en la cultura. Una cosa interesante de la historia del niño como sujeto histórico es que es un sujeto que no tiene voz cultural. Siempre es un adulto quien le da voz. Por eso se pensaba que la historia del niño es muy difícil de escribir, porque no ha dejado marcas en el archivo. Pero no es cierto. Las fuentes están siempre filtradas, sea escrita por un niño o por un adulto. Hasta hace poco se pensaba imposible rescatar las voces de los niños. Ahora se ha producido un cambio que intenta hacerlo y demostrar que la infancia tiene una presencia que va más allá de la idea que el adulto tiene de ella.
Te has anticipado a la pregunta que venía. ¿Qué fuentes se utiliza para estudiar a los niños?
Son muy variadas. No creo que el sujeto de estudio cambie las fuentes. A la hora de escribir la historia de los niños hay una gran variedad de fuentes, escritas o visuales. Hay textos escritos por niños, por ejemplo, cartas desde el hospital de niños que escriben a sus padres o fuentes visuales como fotos. La Historia se entiende a sí misma como una ciencia social objetiva y le ha dado más validez a la fuente escrita. Creo que es un error, porque responde a la idea de que algo escrito está menos mediado, es más directo, mientras que una imagen es más fácil que se vea sometida a alguna tergiversación. Pero realmente son igual de importantes. En el primer libro que se escribe sobre la historia de la infancia, el de Ariès, las fuentes que utiliza son básicamente pinturas. Para estudiar cómo ha cambiado la idea y la construcción de la infancia a lo largo del tiempo estudia cómo ha cambiado la representación del niño en las pinturas hechas por adultos. Él tiene una idea que luego ha sido muy criticada, que es la de que la infancia tal y como la entendemos (como una etapa diferente a la adulta) no aparece hasta el siglo XVI. La crítica viene de que hasta entonces, en la jerarquía de la pintura, los sujetos que se representan son religiosos o de clases altas y a los niños se les representa como el niño Jesús, que está antecediendo al adulto que va a morir en la cruz, o a niños de la monarquía o de las clases altas que están representados como pequeños adultos. Pero que esa sea la representación no significa que no se entendiera que la infancia era una etapa distinta a la de la vida adulta.
Hablemos del libro, ¡Y todavía pintan! ¿Cómo surgió originalmente?
Está basado en una edición de 1938 con el mismo nombre que se publicó en Nueva York para acompañar una exposición de dibujos de niños hechos durante la guerra. Se hizo para recaudar fondos para estos niños y para las colonias. El libro surge de la investigación que hice en la Universidad de Columbia, en la que iba a estudiar los dibujos y el contexto en el que se producen. Me interesaba mucho la psicología y la figura de Regina Lago, que dirige las colonias durante la guerra y analiza los dibujos una vez finalizada la guerra. Un poco antes de la investigación encontré este libro de 1938 perdido en el archivo y me pareció importante rescatarlo. Nunca se había publicado en España.
¿Cómo lo definirías?
Es un libro en el que los autores son los niños. Va acompañado de la introducción de Aldous Huxley y yo he escrito un prólogo dando contexto, para que el lector entienda dónde se enmarcan los dibujos. El original del 38 tiene 60 dibujos en cinco secciones. La primera es la representación de la guerra, la segunda los bombardeos. Hay una fascinación con el avión. La Guerra Civil es la primera en la que se ataca a civiles y se dan estos ataques desde el aire. La tercera sección es la representación de la huida; la cuarta, es la vida de los niños en las colonias escolares y la quinta es una sección de dibujos misceláneos, que creo que es importante porque, si bien todo el libro tiene un carácter político, muestra que a infancia dibuja cosas que van más allá de la guerra. Este proyecto lo organiza el Ministerio de Instrucción Pública al inicio de la Guerra Civil con una intención propagandística para conseguir fondos o aliados para la República. Pero tiene una segunda función terapéutica. El proyecto cayó en manos de la psicóloga Regina Lago (una figura muy interesante, olvidada, por cierto, como tantas otras personas en el exilio), quien se da cuenta de cómo esta empresa se puede utilizar para ayudar a los niños a superar el trauma de la guerra. Luego se exilia a México -pasando por París y haciendo una exposición con Picasso- y publica un artículo en el que analiza los dibujos desde el punto de vista de la psicología evolutiva. El libro contiene esas voces. El dibujo se acompaña del nombre del niño, a veces de la edad y de en qué colonia se ha hecho. El dibujo no es solo un símbolo de la resistencia infantil durante la guerra, sino que ves a la persona que había detrás.
¿Qué se desprende de los dibujos? ¿Entienden la guerra los niños?
Depende de la edad. También del género, según argumenta Regina Lago. Según la edad, los dibujos son más políticos: los niños más mayores se nota que tienen una posición política más marcada y hablan mucho del ataque que se está produciendo, de una idea de heroísmo, de victoria y de un deseo de ganar la guerra. Los dibujos de la evacuación muestran bastante dolor, muestran cómo han tenido que huir y abandonar a sus familias. Son dibujos más complicados a la hora de enfrentarse a ellos. Los de los aviones son llamativos-es lo que más interesa a Huxley en el texto- porque el avión se vuelve un objeto muy complejo. Por un lado es novedoso, casi parece un juguete, y por otro, es una máquina de destrucción, y esto en los dibujos queda muy claro. Luego hay dibujos muy interesantes que muestran al niño imaginándose fuera de ese contexto en el que vive: en el campo, dando de comer a los patos o acompañando a sus familiares al pozo… Así salen un poco de esas vivencias y dibujar cosas que van más allá de esa guerra atroz que están viviendo.
Comentabas antes que históricamente no se ha dado voz a los niños. ¿Ha cambiado esa mentalidad ahora? ¿Se ha mejorado algo?
Es una pregunta complicada. No creo que la historia sea una experiencia de progreso. No creo en la idea de progreso. Hay áreas que mejoran y eso hace que otras empeoren. En lo que tiene que ver con la infancia ha sucedido así: está más expuesta que nunca, ha perdido mucha libertad. El capítulo más importante del libro de Ariès es el de la aparición de la enseñanza y la institucionalización de los niños. La infancia está muy expuesta. En las redes, en los medios… Si bien es cierto que tienen más voz y hay más espacio para entenderlos como un sujeto con su propia voz y un deseo de definirse, creo que es un arma de doble filo. Ha habido mejoras, pero también ciertos retrocesos. Si piensas en la historia del dolor, ha habido una progresión. Aparece la anestesia, conseguimos eliminar el dolor, es una mejora. Pero esa mejora viene de la mano de la aparición del dolor crónico. Entonces, ¿qué es una mejora? Lo que encontré en mi tesis es que hasta finales del XIX en el mundo médico se creía que los niños eran más sensibles al dolor que los adultos. Pero a finales del XIX, por las teorías de Darwin, la idea de que la expresión va de la mano de la emoción o la experiencia, surge una corriente de pensamiento que dice que los niños no son capaces de percibir el dolor, lo que lleva a dejar de usar la anestesia sobre todo en niños recién nacidos, pero también mayores. Al final fue un retroceso. Es una cuestión compleja.