En los últimos meses hemos podido ver -y nos hemos congratulado por ello- a muchos de nuestros alumnos y alumnas adhiriéndose a las luchas contra el cambio climático. Pronto los veremos de nuevo trabajando contra la violencia de género, por la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, reivindicando la diversidad sexual o tratando de parar las situaciones de acoso entre iguales. Esta toma de conciencia de nuestros escolares no es nueva, desde luego, pero parece haber cobrado un decidido impulso desde hace algunos años.
Muchas veces, estos contenidos son trabajados en los entornos escolares de forma paralela a la de aquellos que se consideran más “curriculares”: a menudo coincidiendo con un día concreto del año o a lo largo de una semana; formando parte de talleres que se llevan a cabo en alguna sesión de tutoría o en el contexto de alguna asignatura que, por su programación o por el talante del profesorado que la imparte, se presta a ello.
No quiero quitar valor a estas experiencias. Por efímeras que puedan ser, a veces provocan un impacto importante y duradero en el proceso de aprendizaje vital del alumnado. Una acción de reivindicación colectiva, la preparación de un evento o la presencia en clase de una persona de fuera del contexto escolar pueden calar hondo y ser el germen de nuevas acciones o, al menos, de procesos de reflexión más abiertos y ricos.
Pero adolecen de un problema fundamental: siguen pareciendo aprendizajes que se realizan al margen de lo que de verdad importa, como si la formación personal y la académica fueran mundos paralelos o como si esos otros aprendizajes no fueran más que una anécdota o una suerte de interludio entre dos piezas de las que configuran la actividad sustantiva de la escuela.
Como ya hemos tenido oportunidad de explicar en otras ocasiones, en FUHEM apostamos por una integración transversal de todos estos “otros” contenidos a las distintas áreas a lo largo de toda la escolaridad. Pensamos que la escuela no puede estar al margen de lo que acontece en el mundo en el que viven sus alumnos y alumnas y creemos también que, cada vez más, serán ellas y ellos quienes reclamen en clase una mayor presencia de los grandes problemas que afrontan y afrontarán en el futuro y de sus posibles soluciones.
Entendemos que no es tarea fácil en los tiempos que corren. Por una parte, sabemos que algunas personas u organizaciones -por lo general poco dados a la reflexión, la participación democrática y el debate sereno- hablarán de adoctrinamiento. Ya lo hemos abordado en estas páginas y creo que no merece más comentario.
Pero también sabemos que hay compañeras y compañeros docentes que se sienten legítimamente abrumados por todas las encomiendas que desde un sector u otro se realizan a las instituciones escolares. Cada día es también más recurrente aludir a que determinado problema social sólo se resuelve con la educación -lo cual no es incierto, así, a grandes rasgos- y a que, por tanto, se impone la incorporación de una nueva asignatura al currículo, de un nuevo bloque de contenido o de espacios y tiempos para el trabajo de esa materia o aspecto problemático concreto.
Pienso también que la dejación absoluta o relativa de su compromiso educativo por parte de otras instituciones o entidades -los medios de comunicación, en particular, y buena parte de las administraciones públicas locales o autonómicas- o el deterioro que sufren otras de ellas -en el ámbito del asociacionismo juvenil o el de las organizaciones de carácter solidario y de servicio público-, agravan el problema y generan nuevas demandas a la institución escolar, que queda casi sola ante el peligro.
Por eso nuestra propuesta no abunda en la necesidad de incorporar muchos más contenidos relacionados con los valores o la convivencia democrática al currículo. Lo que nosotros y nosotras pensamos es que el currículo tiene espacio de sobra para que muchos de los problemas que acucian a nuestros jóvenes sean trabajados en la escuela. Hace falta, eso sí, un cambio de mirada: una mirada crítica a los objetivos y los contenidos que conforman el currículo oficial y un compromiso pleno para adecuarlos -algo que la propia norma permite y alienta- en una determinada dirección.
Es verdad que decir esto es más fácil que hacerlo. No siempre disponemos de todas las claves para realizar ese cambio de mirada. Ni tenemos las herramientas o la información suficientes. Tampoco disponemos de buenos recursos didácticos para apoyarnos, aunque algunos hay y muchos más están empezando a aflorar y a ser puestos a disposición del profesorado.
Para paliar un poco esta escasez, en FUHEM estamos trabajando por ofrecer a la comunidad educativa algunas ideas y materiales para transformar nuestras escuelas desde esa perspectiva más comprometida a la que hemos denominado perspectiva Ecosocial. Y hemos querido contar también con alianzas sólidas y personas y entidades que pueden ayudarnos a hacerlo. En el próximo mes de noviembre intentaremos hablar de estas y otras cuestiones con el foco puesto en las desigualdades y el cambio climático en unas jornadas de trabajo en Madrid. Contaremos con expertos, entidades y centros educativos que están iniciando este camino o que lo llevan desarrollando un tiempo. Confiamos en que mucha más gente se anime a debatir y tejer redes para afrontar esta ingente y ardua tarea que tenemos por delante.