Houston, tenemos un problema. Y uno grande: la proliferación de simpatías hacia la ideología fascista y los partidos de extrema derecha por parte de adolescentes y jóvenes. Los últimos datos son contundentes: el 40% de los hombres españoles entre 18 y 24 años, y el 20% de las mujeres, votarían en unas elecciones hoy a un partido de extrema derecha (encuesta de 40dB y El País, publicada el 14 septiembre 2025). Pésima noticia, porque sabemos que la extrema derecha fascista, allí donde gobierna, no aporta prosperidad a la sociedad, sólo autoritarismo, limitación de derechos y libertades, y desprecio a quienes se encuentran en situación vulnerable.
Ante un panorama de este alcance, no debería haber otro objetivo político más importante que revertir esta tendencia, antes de que sea un hecho. En clave pedagógica, por tanto, no debería haber tampoco otro objetivo educativo más prioritario que promover el pensamiento crítico entre adolescentes y jóvenes. Hacerles competentes para analizar la información de forma veraz, valorar los distintos escenarios y posiciones que se desprenden de ella, y adoptar una opinión fundamentada y argumentada. Para ello contamos con una metodología aliada de primer nivel: el aprendizaje-servicio, una propuesta pedagógica que no acabará con la tendencia hacia la extrema derecha de la generación Z, pero que puede contribuir a rebajar la fiebre fascista gracias a cinco poderosos componentes antipiréticos.
El primero de ellos es el sentido de realidad. El fascismo difunde, a través de las redes sociales, una visión sesgada y deformada de la sociedad, dibujando con pincel grueso ángeles y demonios, desatando un miedo irracional a la diversidad que aumenta la fractura y el enfrentamiento. Un aprendizaje-servicio de contenido social, por el contrario, puede ayudar a adolescentes y jóvenes a poner los pies en el suelo. El principio de acción, que implica interacción, fuerza a poner rostro a las palabras, a intercambiar miradas con la alteridad, y desde el contacto mediado provocar suficiente disonancia como para cuestionar la rigidez de los prejuicios y estereotipos sin base real alguna.
El segundo componente es la comunidad. El fascismo se sostiene sobre una antropología basada en el tribalismo social del “nosotros” y “ellos”. Ni que decir tiene que para los fascistas el «nosotros» es moralmente superior al «ellos», y se sienten legitimados para defenderse de enemigos imaginarios, imponerse a ellos y acabar con una alteridad que es diversa. El aprendizaje-servicio, por el contrario, fomenta una mirada comunitaria, y vertebra su propuesta a partir del supuesto de un único «nosotros». Trabajar en proyectos de aprendizaje-servicio significa trabajar por el bien común y por la comunidad, reconocida como compleja, diversa, y rica, muy lejos de la caricatura de una sociedad dual percibida por el fascismo.
El tercer componente es la fraternidad. Realizando un servicio a los demás uno no sólo se conecta con la alteridad sino que también redefine su relación con los iguales de su equipo. El fascismo juega a desresponsabilizar al individuo entre la masa, para que se sienta irresponsable y por tanto disponible a la hora de acometer atrocidades: vía libre a la violencia y el autoritarismo. Sin embargo, el aprendizaje-servicio requiere responsabilidad frente al propio grupo como condición para que el proyecto funcione. Ser responsable ante los demás genera un vínculo con las compañeras y compañeros de equipo, y fomenta relaciones fraternas que sacian de sentido compartido y satisfacción a quienes las protagonizan.
Cuarto componente: la solidaridad. No es que el fascismo no propugne acciones solidarias, pero lo hace desde la caridad y sólo hacia aquellas personas a las que considera de los suyos. El fascismo es conservador en esencia y utiliza el autoritarismo para preservar un orden estable y permanente. El aprendizaje-servicio, por el contrario, no basa su propuesta en un principio de caridad, sino de justicia social, e impulsa su acción para subvertir las condiciones de desigualdad subyacentes en el orden establecido. El aprendizaje-servicio rebaja la fiebre fascista porque no se ocupa de dar limosna, sino que se propone transformar las estructuras sociales en espacios más justos y equitativos.
Y cerramos este prospecto con la descripción de un componente esencial: la gratuidad. El fascismo, en sintonía ideológica con las élites capitalistas, potencia un modelo de ciudadanía basado en la producción y el consumo: todo se compra y todo se vende. Por eso luchar contra el fascismo significa luchar también contra la mercantilización y la privatización de la vida. Sin duda, desde el aprendizaje-servicio no se participa de una percepción del individuo como productor y consumidor: los proyectos de esta metodología refuerzan el principio de que lo que no tiene precio puede tener valor. Realizar acciones por los demás con los demás, y que lo que recibas a cambio no tenga valor económico sino intangible, es una buena forma de combatir una ideología y un sistema económico que van de la mano a la hora de deshumanizar a la sociedad.
Como decíamos al principio, el aprendizaje-servicio no puede acabar por sí solo con el fascismo, sólo puede aspirar a rebajar su fiebre entre sus jóvenes adeptos. Ahora bien, no menospreciemos la poderosa contribución que esta metodología puede hacer al respecto. Si creemos, como Mandela, que la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo, el aprendizaje-servicio puede producir sobre el fascismo el efecto de una bomba nuclear.

