En la mayoría de alternativas que aparecen ante las crisis que estamos viviendo: climática, de pérdida de la biodiversidad, de deterioro de la salud mental, económica donde la diferencia de clases es cada vez mayor, de abuso y más abuso del consumo generando toneladas y toneladas de residuos, de guerras… aparece un aspecto recurrente en todas ellas: el de promover y organizar los aspectos comunitarios de la vida. Así se crean comunidades energéticas, cooperativas de consumo, monedas locales, cooperativas de vivienda, huertos colectivos, espacios vecinales de encuentro y se promueve el apoyo mutuo. Una realidad que a menudo es silenciada por los grandes medios de comunicación pero que, poco a poco, se va abriendo paso y nos dibuja un camino de esperanza para creer, pese al interesado pesimismo general, que otro futuro más humano y más acorde con el planeta es posible y que tenemos la oportunidad para ir construyéndolo.
La idea del individuo tiene un largo recorrido en nuestra sociedad occidental. Podríamos remontarnos a la filosofía clásica, pero por no ir demasiado lejos y tal y como nos dice Erich Fromm en su libro El miedo a la libertad es un concepto que se ha ido desarrollando con la burguesía y más tarde con la sociedad industrial. Un concepto que nos ha traído grandes ventajas y conquistas como el reconocimiento de los derechos individuales y de los derechos humanos, pero que ha sido utilizado y sobreexplotado para crear una sociedad de consumo, individualista y antropocéntrica que nos ha conducido a las crisis actuales.
Y es que lo comunitario no debe entenderse como una imposición moral impuesta desde el poder, sino a partir de la necesidad de desarrollo mutuo entre las personas y los demás seres. Tal como muestran los estudios más avanzados que dicen que las especies han superado importantes crisis cuando han colaborado entre ellas, no cuando han luchado por ver quién las domina, que las ha llevado hacia la autodestrucción,
Todo esto nos hace preguntar cómo debemos plantear una nueva educación, por esta nueva sociedad que está emergente. Las respuestas parecen apuntar hacia dos opciones opuestas. Una educación que profundice en la democracia, el bien común, la colaboración, que cubra las necesidades básicas de los individuos y que eduque para vivir con los demás seres vivos y con los límites del planeta o una educación que fomente el éxito individual, el dominio de unos sobre otros (tanto en las instituciones como en los grupos), que cree gente preparada para competir por quien se hace el control sobre las riquezas del planeta, que no tenga en cuenta la importancia de la biodiversidad o de la diferencia… Creo que éste es uno de los dilemas en que en el momento actual se encuentra la educación y debe optar por qué camino quiere andar.
Un punto de partida para educar en lo que significa “lo” comunitario es a partir de educar en el descubrimiento del yo de cada uno, de lo que uno es, de sus posibilidades y riquezas que puede aportar a la comunidad y de esa manera enriquecernos unos a otros y al proyecto común. No se trata pues de imposiciones que fomenten la obediencia ciega u obligatoria que eliminen el “yo” sino al contrario ver que todos y todas con nuestras posibilidades y realidades somos útiles y necesarios y que si lo compartimos nos enriquecemos y mucho mutuamente.
Entre las comunidades indígenas de Norteamérica es popular el cuento de las Tres Hermanas que explica muy bien lo que estamos diciendo. Una hermana es el maíz, la otra la judía y la otra la calabaza. El maíz crece arriba, la judía sube por su tronco y la calabaza extiende sus hojas por el suelo para conservar la humedad. Cuando las tres se cultivan juntas, cada una produce unos frutos mucho más resistentes y saludables.
Introducir algunas rutinas como la distribución de tareas o elaborar proyectos comunes donde cada uno aporte y que ésta aportación sea valorada tanto por el maestro como por los alumnos comentando cómo la de cada uno ha sido importante para mejorar el proyecto común o construir conocimientos mutuos que, mientras se están trabajando, pueden estar expuestos a la vez que se amplían y se comentan las aportaciones de cada uno y ver como esta dinámica común enriquece el conocimiento de cada uno.
A partir de ejercicios como éste o similares mientras descubrimos nuestras posibilidades descubrimos también nuestros límites ya que vemos que lo que uno tiene el otro no tiene y la forma de enriquecernos, tanto personal como colectivamente, es compartiendo y dando. Educar en estas dinámicas de reconocimiento y de relaciones horizontales a partir del gozo de compartir, aportar, dar y recibir de los demás creo que es la mejor manera para educar en lo comunitario. Es el resultado de esta riqueza de la que nace “lo común”.
Llegados aquí uno de los temas importantes que nos planteamos es el de los nuevos liderazgos. Con demasiada frecuencia hemos visto cómo se originan crisis en grupos, entidades o asociaciones por luchas de poder a veces con claras influencias de formas de hacer patriarcales. Creo importante educar en liderazgos horizontales, que nadie se sienta superior al otro, sino un colaborador más sea por sus características o porque le toca porque nos hemos organizado de forma rotativa. Lo nuevos liderazgos deben fomentar que todo el mundo encuentre su sitio y funcione, hacer circular y compartir la información y ceder, cuanto más mejor, el protagonismo a quienes llevan a cabo un proyecto o una acción. Llegar aquí no es fácil y es necesaria una educación que cuanto antes se emprenda mejor. Sin embargo, los resultados y la riqueza que se genera tanto a nivel individual como colectivo es grande, variada y muy satisfactoria.
En este sentido recuperar las asambleas de clase quizás renovadas a partir de estos principios me parece una tarea urgente. También todo lo que fomente el espíritu comunitario de la escuela como realizar exposiciones de trabajos colectivos, recuperar las cooperativas de materiales, de libros que pueden tener más de un uso. Actividades que además de favorecer el sentido comunitario evitan el desperdicio, el consumismo, los celos… demasiado extendido por nuestras escuelas.
Estos proyectos colectivos también se pueden compartir con otras escuelas y así los conocimientos y aprendizajes de unos pueden servir a otros. En ese sentido no partimos de cero. Ya en la Escuela Moderna de Ferrer y Guardia niños y niñas practicaban la correspondencia escolar para intercambiarse conocimiento y sobre todo, más tarde, durante la 2ª República los maestros cooperativistas y los alumnos de estas escuelas basándose en las metodologías de Freinet se intercambiaban textos y conocimientos. Con la tecnología actual sería muy fácil recuperar ese sentido de creación mutua y de conocimiento colectivo.
La escuela no es una isla aparte de la comunidad en la que se encuentra, sino que forma parte de ella y es importante que también viva y dé sus respuestas a las situaciones que está viviendo. Conocer su historia, participar de sus aciertos y celebraciones, así como estar al corriente de las situaciones críticas que vive la comunidad (pobreza, desahucios…), saber sus motivos y que los alumnos planteen soluciones también forma parte de éste «común» en el que estamos.
Y no olvidemos que la vida va más allá de los límites físicos de la escuela y que estamos participando del lugar más común de todos que es la Tierra. Nuestra acción también debe tener en cuenta sus límites y a los otros seres vivos, cómo actuamos y cómo nos relacionamos con ellos. Por lo que su conocimiento y los valores con los que nos dirigimos deben estar bien presentes a la hora de educar por una vida más armoniosa en lo que es común.
Robin Wall en su libro Trenzas de hierba dulce concluye de este modo el cuento de las Tres Hermanas:
“Los dones de cada una se expresan más plenamente cuando se crían juntas que solas. Las mazorcas maduras y los frutos hinchados nos informan de que todos los dones se multiplican en la relación. Así es como va haciendo el mundo”.