La aventura podría haber comenzado por un mensaje a través de WhatsApp que escribiría un pingüino al que podríamos llamar Javi, nombre prestado momentáneamente por uno de nuestros amigos científicos, catedrático de Ecología en la UAM. Podríamos haber replicado el nombre de Ana, una exploradora polar, investigadora en la UAM galardonada en 2019 con eI “I Premio Margarita Salas a la mejor trayectoria científica”. Ambos viajan hacia el continente helado cada pocos años para estudiar, entre otras cosas, la evolución de especies invasoras que ya están alterando la biodiversidad propia de esas latitudes. Por cierto, las escuelas deberían dedicar un tiempo a conocer y reconocer el papel de mujeres y hombres que se desplazan desde varios países hasta allí en los meses de nuestro invierno para investigar: leer e interpretar el pasado y adivinar algo el futuro, pues los hielos antárticos guardan señales diversas de ambos estadios.
Desconocemos si el pingüino aludido es un ejemplar de la especie adeia, emperador, barbijo, macaroni o juanito, de las cuales se puede saber algo más en esta entrada de Greenpeace. Estas aves siempre despiertan curiosidad, con sus movimientos aparentemente torpes en tierra y ágiles en el mar; tanto que se han instalado cámaras para seguir su vida, especialmente reproductiva, a lo largo del año. Una recomendación: no se pierdan La Marche de l’empereur (El viaje del emperador) de Luc Jacquet, un delicado y admirable ejemplo de la lucha de esta especie de pingüinos por la supervivencia en un medio extremadamente difícil. Está disponible en varias plataformas de televisión.
Podríamos llevar mentalmente la escuela a la Antártida. Nos serviría de vehículo emocional el libro Antártida. El continente de los prodigios, de Mario Cuesta, por lo que allí cuenta, maravillas extraordinarias, y las preciosas ilustraciones de Raquel Martín. Por cierto, en la portada aparecen nuestros admirados pingüinos. Además convendría conocer un poco de la historia de la exploración de estos territorios. National Geographic nos acerca de forma resumida la carrera que emprendieron Scott y Amundsen para ver quién llegaba el primero al Polo Sur.
Cerramos los ojos y nos imaginamos que nuestra escuela está emplazada allí. Veríamos pingüinos, de especies diversas como cuenta la entrada de Greenpeace que antes hemos mencionado, si recalábamos en alguno de sus santuarios. Aquí incluimos una puerta para entrar en BBC Earth. Planeta vivo II. La mayor colonia de pingüinos del mundo. Seguro que por ahí andarían los imaginariamente renombrados Javi y Ana, o algunos amigos suyos.
Sin duda, ellos y otros nos contarían que este año han vivido el invierno más caluroso de los últimos 30 años; en esos meses hemos tenido un tórrido verano en muchos lugares del Hemisferio Norte. Esa sensación de los pingüinos se corresponde con la realidad pues así lo ha comprobado una investigación de la Universidad de Santiago de Chile, en su zona de administración. Hay que decir, para quienes no lo sepan, que el Tratado Antártico que entró en vigor en 1961 –el 4 de octubre de 1991 se firmó en Madrid un “Protocolo al Tratado Antártico sobre Protección del Medio Ambiente” para reforzarlo– asigna a una serie de países ciertas responsabilidades sobre diferentes partes del continente helado. Tanto calor ha hecho que el 7 de junio se midió en la Isla Jorge una temperatura máxima de 2,2 ºC, que para allí y en invierno es una auténtica barbaridad. Otra curiosidad: cayeron más de 250 ml en forma de agua a lo largo del invierno, que supone un hecho insólito. Los científicos opinan que detrás de estas anomalías está el cambio climático. Habrá que recordar que en esa zona llueve muy poco anualmente; hay mucho hielo porque la precipitación nivosa se acumula año tras año, siglo tras siglo. Hasta ahora.
A ninguna escuela se le ocurriría viajar de verdad hasta allí. Está muy lejos y harían falta cantidad de medios que suponen un gasto ecológico tremendo. Además, su llegada allí sería un desastre ambiental, habida cuenta de la fragilidad del espacio; llevarían contaminantes varios que harían peligrar mucho su futuro. Quizás se podría conocer algo más de la Antártida escribiendo a alguna escuela chilena o argentina emplazada en el extremo sur de América, no demasiado lejos del estrecho de Magallanes. Es más, la contaminación ya ha llegado a la Antártida y los mares circundantes como denuncian investigadores del CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas). Han encontrado contaminantes sólidos llevados por las pocas personas que visitan el continente antártico –los científicos cuidan mucho pero también llegan algunos turistas–, otros contaminantes van por el aire en forma de aerosoles o los llevan las corrientes marinas, como los microplásticos.
En febrero de 2019 publicamos en este mismo blog “Antártida en deshielo, presagio de problemas” invitando a llevar esos territorios a la escuela para trabajar por ellos. Ahora que nos sentimos una escuela antártica, allí emplazada con la imaginación, comprobaríamos con preocupación que dos de los grandes glaciares de la Antártida –el de la isla Pine y el Thwaites en el Mar de Amundsen- se debilitan con extraordinaria rapidez. Es más, parece que el mayor deshielo de los últimos 12.000 años se producirá durante este siglo. Esperemos que el alumnado de las escuelas que nos siguen desde Latinoamérica y España, que recorrerán mes a mes este siglo, no lo vea hecho realidad. Si el hielo de la Antártida incrementa las aguas de los mares…
Para acabar queremos dejar una nota de color que anime a que las escuelas se hagan protectoras de la Antártida, por las maravillas que guarda y se pueden perder. elDiario.es publicaba el 1 de octubre pasado “¿Hay glaciares que sangran?”, pues una catarata suelta aguas rojas. ¿Será verdad o no? Lean el artículo.
Carmelo Marcén Albero
2 comentarios
Gracias Carmelo por animar a que la escuela abra sus puertas a este continente distante pero lleno de cosas interesantes y motivadoras y que es un buen ejemplo de que los países se pueden poner de acuerdo para gestionar todo un continente
Gracias a vosotros los investigadores por viajar hasta allí, por recordarnos que existe y por resaltar la potencia de la colaboración internacional en la búsqueda de un bien común.