Hace tiempo que los profesores sabemos que aprender es emocionante (quizás por eso hayamos elegido esta profesión) y que sin emoción no hay aprendizaje. A pesar de ser consciente de esto, al leer que la doctora Immordino-Yang afirma que neurológicamente es imposible crear recuerdos, elaborar pensamientos complejos ni aprender sin emoción, conecto con una certeza que me ha quedado de los años en los que he sido tutora en diferentes niveles educativos: es necesario crear un clima en el aula que genere seguridad emocional en el alumnado, porque cuando el cerebro se siente seguro es cuando aprende.
Posiblemente, una de las mejores maneras para conseguirlo es ofreciendo una propuesta metodológica variada y flexible. Aprender de diferentes formas hace que los niños se sientan contentos; estimularlos a que se ayuden genera un clima especial y cuando les invitas a que conecten aprendizajes que les importan, les gustan o les producen curiosidad, el aula se llena de energía.
Siguiendo con esta idea, tenemos alumnos distintos y cada uno aprende a su manera. Es por eso que la personalización del aprendizaje para atender a la diversidad de alumnos es el gran reto que hace que enseñar también sea emocionante.
De acuerdo con el modelo HEART in MIND de Lorea Martínez (2021), para que nuestros alumnos y alumnas desarrollen una mentalidad académica positiva necesitan una serie de creencias que van a influir en sus expectativas, en la percepción de sí mismos como estudiantes y en que sean capaces de perseverar en su aprendizaje:
- Creer que pertenecen a la escuela, y por lo tanto que se sientan autorizados a participar, establecer relaciones positivas y sentirse tratados con equidad.
- Creer en el valor del trabajo y en las posibilidades de la cooperación con otras personas.
- Creer que el esfuerzo contribuirá a una mayor competencia personal y a su desarrollo.
- Sentirse autónomos y capaces de triunfar.
Si analizamos estos cuatro puntos, podemos encontrar en ellos las tres “P” de la educación inclusiva: pertenencia, participación y progreso, todo encaja.
Lograr una educación inclusiva es un proceso al que los centros educativos se deben enfrentar en conjunto, porque supone crear una comunidad educativa que colabore para reducir las barreras que cualquier persona de ese centro pueda encontrar para aprender y sentirse partícipe, ya sean emocionales, físicas, sensoriales o cognitivas. En palabras de Tony Booth, el gran reto de la educación inclusiva “es llevar los valores inclusivos a la acción”. Pero, ¿cómo podemos saber los docentes si estamos lográndolo? ¿Y cómo podemos llevarlo a cabo?
La primera vez que entendí en qué consistía el Diseño Universal para el Aprendizaje (DUA) fue después de escuchar a Ainara Zubillaga. “Se trata de diseñar las situaciones de aprendizaje de forma tan flexible que todos puedan aprender. Puedes programarlo antes de conocer al grupo, no harán falta adaptaciones curriculares posteriores”. Cuando después pude leer el marco de pautas DUA para flexibilizar el currículum me asombré aún más. Es un marco completo, coherente y a la vez no tan complicado de llevar al aula.
El DUA está basado en tres principios, que se relacionan con la forma de aprender de las personas y las tres áreas neuronales implicadas en este proceso: las redes afectivas que dan sentido y motivan el aprendizaje, las redes de reconocimiento que facilitan el acceso a la información, y por lo tanto que nos permiten construir el conocimiento, y las redes estratégicas que nos permiten aprender a aprender y generar nuestra propias estrategias. Cada uno de estos principios cuenta con tres pautas para lograrlo. Son tres principios, nueve pautas y 33 recomendaciones para reflexionar sobre cómo diseñamos los procesos de aula para que los alumnos aprendan.
¿33 cosas nuevas que hacer en el aula? No. Y esto es lo que me sorprendió: muchas de ellas las llevamos haciendo tiempo y, además, muy bien. Algunas son principios pedagógicos que hemos asumido desde nuestra formación, otras pautas han llegado de la mano de las metodologías activas, otras nos las han dictado la experiencia, las evidencias y la observación de cómo se sienten bien los alumnos aprendiendo. Y otras, que nos proponemos poner en marcha a partir de ahora, nos van ayudar a reducir barreras para el aprendizaje, y esto contribuirá a que todos aprendan más y mejor.
Son 33 ideas para que nuestros alumnos accedan sin problema a la información, construyan su conocimiento y hagan un proceso de internalización, que les permita ser cada vez más autónomos y autorregulados en su aprendizaje. El objetivo es que todo el alumnado aprenda, sintiéndose vinculado y capaz.