Con la crisis del Covid-19 se ha visto que los cuidados son aquellos trabajos que han continuado mientras el mundo se paraba, los trabajos que ocupan el centro de la vida. Trabajos que históricamente han estado asociados a las mujeres y han sido devaluados por el capitalismo que los ha considerado trabajos “reproductivos”, frente a los productivos (mercantilizados), y que los convierte en trabajos no pagados o mal pagados, sin derechos o derechos de segunda clase.
El capitalismo está organizado para servirse de las mujeres, puesto que el trabajo gratuito de éstas es imprescindible para su reproducción, tal como reflejan claramente los estudios de economía feminista. El sueldo familiar, después de la Segunda Guerra Mundial, unió a los hombres en la defensa del modelo capitalista industrial, que hace a las mujeres dependientes de los maridos. La globalización lo rompe y precariza los sueldos haciendo de nuevo a las mujeres dependientes de la doble jornada y la brecha salarial que, aunque constituye una liberalización, será necesaria por la precariedad del trabajo que aumenta sobre todo en los países más ricos. En España con el mismo nivel educativo y en el mismo puesto de trabajo es del 14,2% (frente al 16,2% de Europa). Pero en realidad las mujeres ganan un 31,4% menos si tenemos en cuenta la diferencia en pensiones, los contratos parciales y la brecha salarial (INE, 2018).
La educación para el trabajo que defienden las actuales políticas educativas, ignoran la vida íntima, las emociones, el cuidado y el bienestar común. Hemos pasado de una escuela de masas de pensamiento único y reproductiva, a la deriva mercantilista que solo busca el éxito profesional y fortalece la competitividad, con el aumento del control externo (burocratización y evaluaciones), mientras se aleja de un modelo educativo personal que considere las necesidades del alumnado, y desarrolle el pensamiento y la creatividad. La fuerte especialización, los aprendizajes supuestamente neutrales y los exámenes externos nos convierten en trabajadores y trabajadoras adaptables, quebrando la resistencia al cambio.
Cuando el cuidado y atención no es valorado socialmente, ni en la escuela, ni compartido por los varones, supone una pérdida de status y estilo de vida para las mujeres. Las que trabajan, dedican a cuidados 26 horas semanales frente a las 9 horas que dedican los hombres, son el 90% de las excedencias por cuidado familiar como nos indica la autora de economistas frente a la crisis (Ruth Rubio, 2018), que sentirán culpabilidad dejando a niños y niñas y personas mayores desprotegidas. Necesitamos un reconocimiento diferente de los trabajos asociados al cuidado, por su carácter cálido, emocional…, además de su incremento en el ámbito público. También cambios en la estructura laboral, empresas que concilien la vida, y en la cultura masculina de los cuidados.
Trabajo y cuidado
La definición que se realiza de cuidado deriva de la definición que se realiza de trabajo. La concepción que tenemos ahora del trabajo se define en el capitalismo industrial junto con la noción de producción y con la idea de sistema económico. El trabajo en los países industrializados está ligado al trabajo asalariado, productivo, mercantilizado, que es la fuente central de supervivencia, aunque los trabajadores perderán autonomía, como consecuencia de la disciplina, la vigilancia y la regulación del tiempo. Se dejan de contabilizar como trabajo aquellas actividades que no se consideran productivas como las tareas domésticas y de cuidado. El cuidado son actividades de valor social, no mercantilizadas, no productivas, donde el tiempo es continuo y no son consideradas.
Una de las consecuencias de la pandemia ha sido el afianzamiento del teletrabajo, el trabajo en casa y la institucionalización del modelo de gestión flexible del empleo que ya existía. Ha caído una enorme presión en las casas que se han convertido en escuelas, geriátricos, centros de cuidados sanitarios, etc. Donde las mujeres son las que han aguantado mayoritariamente un enorme estrés (no solo ellas, pero si más) y el trabajo no pagado ha disminuido el impacto de la crisis.
Esto es consecuencia de un modelo neoliberal de desarrollo económico que afecta sobre todo a las mujeres, con transformaciones sobre la organización del tiempo (tiempo continuo), del trabajo remunerado y de las exigencias de la flexibilidad empresarial que pretenden imponer ritmos de trabajo irregulares e imprevisibles, apoyados por las reformas laborales.
Mientras en épocas anteriores se justificaban las desigualdades sexuales existentes, ahora son las políticas de ajustes estructurales y los recortes del estado de bienestar, bajo el paraguas de la eficacia económica, las que crean nuevas desigualdades al desmantelar las políticas sociales que protegían a las personas más vulnerables.
La educación, la investigación y los cuidados necesitan estar en el centro de la política para cambiar el modelo económico. Los trabajos esencialmente necesarios son los que deben tener más valor (son los feminizados y racializados). La dirección está en cambiar la lógica pública-privada, por una pública-social-comunitaria, en una transición ecológica hacia un modelo reproductivo sostenible que tenga el cuidado de la vida en común como eje.
En este marco globalizado, donde priman los intereses del mercado sobre los derechos sociales, la educación colabora en el mantenimiento del sistema, por su intervención o por la ausencia de esta. La finalidad de la educación no puede ser solo conseguir una preparación para el trabajo que consiga mejorar la economía, la formación por sí sola no mejora la economía. Necesitamos una sociedad cohesionada y menos desigual; esto es lo que mejora la sociedad y como consecuencia la economía.
La educación es un valor en sí mismo, educar las emociones y sentimientos hacia el compromiso y el bienestar social se ha visto contrario a las ideas de libertad y autonomía defendidas por filósofos liberales como Locke y Kant. La justicia o la limitación de la envidia deben cultivarse con sentimientos apropiados de convivencia y empatía hacia los demás, que contribuyan a la buena vida de las personas y las comunidades.
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Profesiones del cuidado, como las enfermeras o las maestras, se han empoderado en esta pandemia