Si miramos en algún buscador de Internet, encontramos que la descripción de evidencias educativas es: «Resultados de investigaciones validados por la comunidad científica que demuestran que una práctica educativa es eficaz. Las evidencias educativas son imprescindibles para orientar y justificar la toma de decisiones en educación». Y aquí, me empiezan a surgir dudas: ¿Qué comunidad científica, la de Twitter, Facebook, WhatsApp, el profesorado, la universidad? ¿Resultados de investigaciones en todos los contextos a gran escala para diseminar y replicar? ¿Qué significa una práctica educativa “eficaz”? ¿No será una eficacia para obtener mejores resultados en las evaluaciones internacionales? ¿Y qué tipo de investigaciones? Y, seguramente, me dejo muchas más dudas.
Cuando oigo hablar de evidencias “científicas” no puedo evitar pensar que la educación es un buen negocio. Mueve, como mínimo, 4,1 billones de euros. Aquí encontramos uno de los motivos de la gran injerencia directa de las empresas, de las fundaciones privadas, de los bancos, etc. Y si además se mezcla con que en educación hay una tendencia a asumir modas y, cada vez avanza más la tendencia neoliberal de fomentar un discurso de emprendeduría, de calidad, de excelencia, del esfuerzo1, del perennialismo2, ya tenemos un cóctel perfecto para hablar o vender evidencias.
El concepto está de moda y parece progresista y hasta crítico, aunque aparece a finales de los 90 en Londres con la creación de la sociedad The Campbell Collaboration. Y pasamos de ir a buscar el éxito de todos y todas a buscar evidencias que sirvan para toda la población. De experiencias a una profesión basada en la investigación3.
Lo dicen algunos artículos, lo dicen conferenciantes, lo dicen gurús de la educación con la excusa de buscar la (o su) “verdad”. Eso les da protagonismo y, seguramente, son (su) la comunidad científica y aplican sus reglas. Cuando la pregonan explican lo que ellos hacen y deberían hacer otros, a veces sin citar a quien lo dijo antes o reinterpretan a su favor lo que se dijo. Estoy de acuerdo con el profesor Trujillo cuando le dice «educación basada en evidencias», que crece y se extiende tanto entre responsables políticos como entre algunos profesionales, pero en muchos casos sin una reflexión serena acerca de cuál es el origen de esta expresión y hacia dónde nos lleva.4
Ya se nota en la Web la cantidad de empresas que quieren ganar público con Educación Basada en Evidencias (EBE). Y toman, desde hace mucho tiempo, como referencia la medicina y sus investigaciones, aspecto que no debería compararse con educación ya que no tiene similitud, aunque se trabaje con seres humanos (la medicina tienen pacientes y la educación, no). Cierto que ellos son más protagonistas activos de la creación y difusión de los avances médicos, más fáciles de diseminar en otros contextos ya que las enfermedades son más internacionales. Pero no funciona en la educación.
No podemos quedarnos en una pedagogía basada en la evidencia individual, fortuita o en la intuición, sino que hemos de ir más allá intentando comprobar, indagar qué sustenta esta evidencia…
Entonces, ¿Qué es una evidencia en educación? ¿Sinónimo de ciencia? En la educación no todo es “ciencia” según los parámetros cuantitativos del método llamado científico y sus procesos rígidos que, a veces, tienen cierta ceguera y no ven más allá de los límites que se impone quien investiga. En educación se trabaja con seres humanos y en contextos inciertos, por tanto, hay ambigüedad e incertidumbre. No quiero decir con ello que todo lo que se hace esté basado en la experiencia o en la intuición, sino que en educación existe una acción basada en la “evidencia experiencial y contextual”, muchas veces, no contrastada “científicamente” pero que puede funcionar en un momento y lugar determinados. Hay cosas que a uno le funcionan y no sabemos por qué.
Pero no podemos quedarnos en una pedagogía basada en la evidencia individual, fortuita, o en la intuición, ya sea de un docente o un gurú que nos vende su “ciencia comprobada” que sale de su pensamiento mágico espontáneamente, de su infusión divina educativa, sino que hemos de ir más allá e intentar comprobar, indagar (seria la palabra más adecuada), qué sustenta esta evidencia. El rigor imprescindible que hemos de tener en el compromiso de educar y qué argumentos defienden la puesta en práctica de la experiencia en ese contexto y qué resultados se obtienen. Sin olvidar que las experiencias educativas serán más válidas cuanto más colectivas y cuando se den en el contexto educativo correspondiente, algo que demuestran las innovaciones que se produjeron durante el siglo XX.
Como decíamos anteriormente, la educación no es la medicina, y recetar medicinas educativas para todos puede ser muy peligroso ya que también aparecen muchas evidencias pseudocientíficas y pedagogías inútiles. Y si mejorar la educación es tomar decisiones, sabemos que la investigación no es la única base sobre la que tomar decisiones en la mejora de la educación. Introducirse, por ejemplo, en el campo de la etnografía docente nos puede hacer vislumbrar prácticas que pueden ser utilizadas como generalización naturalística5 sin intención de generalizar a todos o replicar en todos los contextos. Y utilizar otros medios de acceso y difusión que no sean las llamadas revistas de impacto propiedad de multinacionales que han pervertido al mundo universitario y sus investigaciones buscando más la publicación que la aportación, más el mérito que la difusión. Hoy día hay otros medios de comunicarse e intercambiar experiencias entre el profesorado si queremos mejorar la teoría y la práctica educativas.
Todos sabemos que muchas de las investigaciones educativas no son replicables en todos los contextos. El profesorado, a diferencia de otras profesiones, interviene muy poco en muchas de esas investigaciones académicas como no sea como objeto de la investigación. Y ahí están los académicos con muchas carencias de la práctica no universitaria asumiendo ese papel con su sesgo de publicación donde técnicamente todo sale muy bien y lo importante es el rigor metodológico. Y con publicaciones que nadie lee excepto los que valoran su currículum. ¿Cómo accede el profesorado a esas posibles evidencias?
Para responder a esa pregunta no podemos decir que no hay investigaciones sistemáticas (no narraciones académicas) de corte, muchas veces, empírico analítico que nos aportan elementos importantes para tener en cuenta, sobre todo a nivel macro, sobre aspectos del sistema educativo. Pero en educación hay un cambio de paradigma cuando aparece la diversidad y el contexto, teniendo en cuenta la experiencia y el juicio del profesorado, de la comunidad y del alumnado. Y aquí la evidencia que pregonan algunos topa con un muro a veces infranqueable.
La práctica educativa es cambiante, política, inestable y muy subjetiva. Se toman decisiones muy rápidas en circunstancias específicas y están llenas de valores y moral. Esto hace que la difusión de las practicas del profesorado sea lenta, a veces, inexistente y se queda en el aula. Y la práctica del profesorado muchas veces es una evidencia de lo que funciona, da sentido y utilidad en su aula o en la institución educativa6. Se pierde sabiduría educativa constantemente.
Más que una evidencia científica que busca una educación eficaz sería encontrar, indagar, con los compañeros y la comunidad educativa del contexto, lo que es más apropiado para el alumnado en esas circunstancias.
No niego que se continúen haciendo investigaciones sistemáticas y, sobre todo, muchas más etnografías docentes sobre la práctica educativa que no dudo que ofrecerán componentes de mejora. Pero, sobre todo, debería haber intercambio de experiencias contextuales, redes de innovación, formación entre iguales, difusión en foros del profesorado, realización de procesos colaborativos en territorios, despliegue de la investigación-acción en la mejora del proceso educativo, la formación y la práctica, publicación en revistas accesibles al docente y que lleguen a las escuelas. Hay que obviar la parafernalia académica de impacto por las citas o auto citas, que ocasiona un bajo impacto en el campo de la práctica y alto en los méritos académicos. Más que una evidencia científica que busca una educación eficaz como decía la definición, habría que encontrar, indagar, con los compañeros y la comunidad educativa¡, lo que es más apropiado para el alumnado en esas circunstancias7.
En nuestro contexto educativo no tenemos una cultura basada en la evidencia “comprobada” como pasa en el mundo anglosajón. Pero es cierto que no todo vale, puesto que hay falta de criterio y debate y que cuesta mucho tiempo y recursos la comprobación en un contexto determinado. Pero es importante desenmascarar a vendedores de humo que buscan lucro, prestigio o un trozo del jugoso pastel educativo. No todo vale en educación.
Para acabar, dejo esta cita: «Las evidencias en educación no son exactamente lo mismo que las que se obtienen en las ciencias naturales. El contexto siempre es variable, es difícil llevar a cabo experimentos de control. Pero sí hay investigación educativa que ha llegado a conclusiones inequívocas. La más famosa, por lo que yo conozco, es una sobre el tiempo de espera cuando los profesores hacen preguntas a sus alumnos. Lo habitual es que no esperen más de un segundo. Pero si esperan deliberadamente hasta tres segundos, la calidad de las respuestas aumenta considerablemente. Pienso que deberíamos seguir investigando lo que ocurre en clase. Sobre todo, para profesionalizar la docencia. En cualquier profesión existen acuerdos sobre qué funciona mejor, estrategias que se sabe son efectivas. Si los profesores no poseen ese conocimiento compartido, ese lenguaje común, ¿qué los diferencia de alguien de la calle?». Entrevista a Jonathan Osborne, catedrático emérito de Educación Científica en la Universidad de Stanford (California) en El Diario de la Educación del 6/10/2022.
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1 Volver al cuadro de honor, al orden de mérito y las medallas competitivas de recompensa por su esfuerzo y aplicación. O sea, volver al pasado.
2 Para ellos los principios básicos de la educación son inmutables, universales y eternos. Defienden la educación tradicional y piensan que lo nuevo despoja al ser humano de dignidad y lo empobrece. Se enfrentan a los innovadores a los que consideran “extremistas irresponsables”.
3 Concepto utilizado y muy difundido por Hargreaves, D. H. (1996). Teaching as a research-based profession: possibilities end prospects. The Teacher Training Agency, Anual Lecture.
4 https://fernandotrujillo.es/educacion-basada-en-evidencias-luces-y-sombras-de-un-reto-para-la-escuela-la-investigacion-y-la-politica-educativa/
5 Stake, R.E, (2007). Investigación con estudio de casos. Madrid: Morata. Cuarta edición.
6 Biesta, G. (2007). Why “what works” won’t work: evidence-based practice and the democratic deficit in educational research. Educational Theory, 57: 1-22. https://doi.org/10.1111/j.1741-5446.2006.00241.x
7 Ian Sanderson (2003) Is it ‘what works’ that matters? Evaluation and evidence‐based policy‐making, Research Papers in Education, 18:4, 331-345, DOI: 10.1080/0267152032000176846.