Redes sociales, medios de comunicación, tertulias, comentarios varios, noticias… parece que se han puesto de acuerdo en analizar la educación desde la perspectiva del desastre. Es como un “golpismo educativo” en el que aquella se presenta como una calamidad para la que hay pocas alternativas que no sean una vuelta hacia atrás.
No podemos aceptar que la violencia, el conflicto y los malos modos se vendan como un instinto innato de la humanidad, y que la agresividad (en el patio, en la calle o en campo de fútbol…) se considere un fenómeno que existe en el contexto social y que debe aceptarse como tal. El tema es muy amplio y complejo, y somos conscientes de la necesidad de acotarlo educativamente para abordarlo con sentido. El contexto social es muy importante y la humanidad se deja influir por cuestiones muy diversas. Para los educadores lo importante es la posibilidad de la educación y el desarrollo moral, mediante la ayuda mutua y la preocupación por los demás. Pero ¿estamos en minoría?
Tenemos ejemplos en las redes sociales. También en los partidos de fútbol, de mayores o infantiles. Partidos en los que cunde la patada, el no dejar pasar con la pelota, la pelea o los insultos al contrario. Todo ello auspiciado, en ocasiones, por entrenadores y público. Todos sabemos que el deporte influye en el desarrollo y evolución de la personalidad en positivo o en negativo, ya sea cuando se ve o cuando se practica.
Sabemos que la escuela no lo puede hacer todo y que necesita muchos apoyos externos, pero podemos hacer lo posible y lo imposible para que se reduzcan las “actitudes” que nos conducen a una sociedad no deseada.
Entonces nos podemos preguntar ¿Cuál puede ser el papel de la educación, escolar o no, ante de todo ello? Ya sabemos que la educación escolar no puede hacer todo y necesita muchos apoyos externos, pero podemos hacer lo posible y lo imposible para que se reduzcan esas “actitudes” que nos conducen a una sociedad no deseada, maleducada.
¿Cómo gestionar todo ello para limitar o eliminar estas actitudes y comportamientos de todos los ámbitos educativos y sociales? Aunque la respuesta no es sencilla, un paso podría ser impulsar una educación más democrática para ser mejores ciudadanos o ciudadanas. Digan lo que digan quienes defienden más materias, más contenidos, más disciplina. La responsabilidad no es sólo del profesorado o, al menos, no es tan simple.
La educación para la democracia nos permite analizar qué democracia deseamos para la ciudadanía y reflexionar sobre si debemos, y cómo, practicar y reinventarla día a día. En esta educación, la cultura de la paz, del respeto, de la solidaridad y de la justicia social serán fundamentales en esa constante recreación de la democracia.
También será muy importante la educación en la ciudadanía social. Esta nos permite, en este mundo lleno de exclusión social y discriminación, intentar crear una nueva conciencia social sobre la diversidad del “nosotros”. No se trata únicamente de introducir elementos curriculares sobre la base de discursos retóricos sino de incorporar el compromiso; la educación de la sociedad como un todo, hacia quienes la protagonizan en las instituciones educativas (y fuera de ellas); de luchar contra la pobreza, la exclusión, la discriminación y a favor de la comunicación entre las culturas. Educar es comunicar y reconocer. Hay que desarrollar mecanismos de comunicación y reconocimiento que permitan construir nuevos imaginarios sociales que ayuden a una mayor participación, trabajo digno y proyectos en común entre las personas y los grupos.
Una educación basada en una realidad en la que se vive con el otro y que permite a cualquiera luchar contra la desigualdad. Es, por supuesto, el derecho de todos a acceder a la cultura, a la educación, a llevar una vida mejor. Relacionada con la convivencia en cualquier tipo de diversidad.
Existen múltiples diversidades, muchas de las cuales son incomprendidas en la estructura social. El respeto a la identidad en la diversidad, la confluencia de diferencias y el diálogo constructivo entre culturas para conseguir unos derechos colectivos comunes. Desarrollar, desde la diversidad individual y social, una visión pluralista, una expresión de particularidades y diferencias, requiere fundamentalmente de un trabajo educativo.
Una educación que fomente una nueva ética de la comunicación, la paz y el diálogo entendido como reconocimiento del otro.
Todo ello supondría una nueva manera de ver y defender, en todos los ámbitos sociales, una educación diferente. Que no pretenda únicamente introducir nuevos elementos curriculares y ambientales, sino que busque que la infancia y la juventud asuman una actitud ética y moral. Esto implica una nueva manera de ver la educación, reglada y no reglada (comunidad, deporte, actividades sociales y culturales…), y sus prácticas. Una educación que promueva una nueva ética de la comunicación, la paz y el diálogo entendido éste como el reconocimiento del otro; que conduzca a un redimensionamiento o reconfiguración de la educación mediante proyectos comunes alternativos donde todos los protagonistas, dentro y fuera de las escuelas, tengan experiencias democráticas, de autorreflexión y de autoestima.
La mejora de la sociedad tendrá lugar cuando quienes trabajamos por ese mundo mejor integremos esas actitudes y comportamientos en lo educativo y lo social. O al menos, lo intentemos. Recordemos que las ideas y prácticas intransigentes, la xenofobia, las agresiones contra quien no es cómo yo pueden abordarse desde muchas lógicas de análisis y de acción, pero nunca sin más y mejor educación ciudadana y democrática. Menos patadas y más solidaridad, comprensión, reconocimiento mutuo y convivencia.