La institución educativa no puede ser solamente un espacio en el que se transmiten contenidos académicos vitalmente indiferentes, que se aprenden para aprobar los exámenes y se olvidan después, y que orienta esos contenidos en función de la preparación para el futuro mercado laboral.
Lo denuncia hace mucho tiempo ya Gimeno Sacristán: “Si observamos una clase, analizamos un libro de texto, vemos las preguntas que se le exige contestar al alumnado en los exámenes, caeremos en la cuenta de cuánto material irrelevante se le exige y cuántas cosas esenciales en la vida, en la sociedad y en la cultura se podrían dar y no se dan”.
Si el profesorado no estuviera tan presionado por “cumplir” un programa sobrecargado e hipertrofiado de temas y contenidos, competencias, estándares de aprendizaje y criterios de evaluación quizá sería capaz de encontrar tiempos y oportunidades para centrarse en lo realmente sustantivo, vital y conectado con los intereses y necesidades de su alumnado y con su contexto real. Ya que educar para la vida implica proporcionar a las personas las habilidades, conocimientos y valores necesarios para enfrentar los desafíos y aprovechar las oportunidades que la vida les presenta. Esta mirada educativa va más allá de la simple transmisión de información académica y se centra en lo que desde hace tiempo defendemos: el desarrollo integral de los individuos de las personas.
Entendemos que el alumnado necesita aprender con sentido y de forma significativa. Por ello quizá debamos transformar el currículum desde un enfoque más globalizador que parta de aquellas cuestiones esenciales y relevantes para el ser humano del siglo XXI, en torno a las cuales vehicular los aprendizajes más instrumentales (lengua, matemáticas, conocimiento del medio, ciencias, etc.), que muestre que el conocimiento es global e interrelacionado como desarrollar aspectos más complejos y cualitativos del aprendizaje, como el desarrollo de habilidades sociales, emocionales y creativas. Desde esta mirada podemos replantear un currículum que se base en los problemas y desafíos reales y fundamentales que afectan a la vida de nuestra sociedad.
Pero también educar para la vida no se limita a un entorno escolar, sino que es un proceso continuo que involucra a la familia, la comunidad y la sociedad en general. La colaboración entre diferentes sectores puede enriquecer la educación y garantizar que las personas estén mejor preparadas para enfrentar los desafíos y disfrutar de una vida mejor.
Hoy más que nunca, hay cinco desafíos fundamentales para los que tenemos que educar y formar a nuestro alumnado y a todas las futuras generaciones, en todas las materias, en todos los ámbitos, a través de todos los proyectos globales y que sean los ejes esenciales de todo el currículum escolar, si queremos que tengan un futuro posible:
Educar para la paz. Ante el genocidio en Palestina y en otros países ( sin olvidar Afganistán con el genocidio de las mujeres, Ucrania, Birmania, Etiopia…), la atroz repetición de un nuevo holocausto, cometido por los que se dicen herederos del holocausto judío, contra un pueblo al que se está llevando al exterminio, tenemos la obligación pedagógica y moral de educar en la desobediencia civil contra la barbarie, en el compromiso frente a la indiferencia o el silencio.
Hemos de educar en todos los centros educativos, en todas las comunidades educativas para que seamos germen de compromiso y exigencia a nuestros gobernantes de acciones decididas en contra de acciones genocidas como la que estamos viviendo actualmente por parte de Israel, el uso de la violencia como forma de resolución de conflictos, la venta o suministro de armas a colectivos en conflicto, etc.
Una educación para la paz debe contemplar: abandonar el gasto en armamento que solo sirve para la muerte; la desmilitarización del país; primar la negociación y el acuerdo para garantizar la seguridad internacional; liderar una Europa de los pueblos y no de los comerciantes, que base sus relaciones en la cooperación y la solidaridad internacionales y no en el expolio y el saqueo de sus multinacionales de los recursos de los países del Sur Global, fruto de lo cual es buena parte del fenómeno de la migración y los refugiados.
Educar para el decrecimiento. “¡Sin planeta, no hay futuro!”, “¡Ni un grado más, ni una especie menos!”, gritan los jóvenes en las manifestaciones contra el cambio climático, el agotamiento de los recursos y el deterioro de las condiciones de vida en la Tierra. Su futuro y el del planeta que heredarán está en juego. Nos va la vida y el futuro en ello.
Debemos abogar por una reducción deliberada y planificada de la producción y el consumo en las sociedades industrializadas con el objetivo de alcanzar un equilibrio sostenible con los límites del planeta. Descolonizar y reeducar el imaginario dominante anclado en el desarrollo sin límites, para aprender a cubrir las necesidades propias y comunitarias de la sociedad sin comprometer la expansión de la vida. Sabemos que únicamente la ruptura con el sistema capitalista, con su consumismo y su productivismo, puede evitar la catástrofe. Es imprescindible, por tanto, desarrollar una conciencia ambiental sólida, fomentando la comprensión de los límites ecológicos del planeta y la importancia de vivir de manera sostenible, educar en un modelo social económico alternativo acorde con un estilo de vida de “sobriedad voluntaria”.
Un estilo como la economía del bien común, que buscan medir el éxito no solo en términos de crecimiento económico, sino también en términos de bienestar social y ambiental que sea universalizable a todo el planeta. El movimiento “Profes por el futuro” es un buen ejemplo de cómo enseñar a basar la economía y la vida en principios radicalmente diferentes: relocalización, reutilización, recuperación, cooperación, autoproducción e intercambio, durabilidad, sobriedad, etc. No se trata de vivir todos en la miseria, ni renunciar a las conquistas de la ciencia y la técnica, sino aprender a vivir mejor con menos para que todos y todas podamos simplemente vivir.
Educar para la justicia social. Debemos educar en el principio básico de ‘concientizar’ a las personas sobre las desigualdades sociales y promover la equidad, la inclusión y la participación en la creación de sociedades más justas. Viendo la desigualdad como natural ni aceptable. Es actualmente una consecuencia de un modelo económico y social, el capitalismo. La desigualdad ha aumentado a lo largo de la historia porque, sencillamente, algunas personas empezaron a encontrarse en situación de poder imponerla. Se ha estructurado en nuestra época en torno al capitalismo neoliberal que no solo la amplifica, sino que la normaliza y potencia.
Las demás causas de la desigualdad, el género, el origen cultural, la diversidad funcional…, están íntimamente entrelazadas con este modo de interacción social, el mercado, basado en el intento de buscar ventaja a costa de los demás. Hay una incompatibilidad fundamental entre igualdad democrática y capitalismo, máxime cuando la elección ahora es entre vida y capitalismo. Elegir el capitalismo no es ya sólo ponerse del lado de la desigualdad y el privilegio. Hoy es, lisa y llanamente, elegir un suicidio colectivo a cámara lenta.
Hemos de educar en las aulas y en todos los espacios escolares (patio, comedor, etc.), hemos de impulsar proyectos y acciones desde el centro que ayuden a transformar la sociedad y el entorno del centro hacia la justicia social buscando garantizar el acceso equitativo a la educación y abogando por prácticas pedagógicas inclusivas.
En un mundo donde los recursos no son infinitos ni inagotables para que no exista pobreza tiene que ser erradicada la riqueza, porque la riqueza de unos pocos se asienta en la pobreza insoportable de una inmensa mayoría. Se trata de educar para un mundo donde no sea posible concebir la desigualdad como admisible y donde todos los esfuerzos del conocimiento y del avance de la ciencia humana se centren en avanzar hacia un modelo social donde se conciba el buen vivir asentado sobre la premisa de la igualdad de los seres humanos como meta básica.
Educar para la democracia y la participación social. La institución educativa es el único espacio institucional que permite aprender a vivir juntos y juntas, ser personas respetuosas, incluyentes, solidarias, justas y democráticas.
La mejor democracia que se aprende en la escuela es la que se vive en ella. La democracia y la participación se aprenden practicándolas, ejercitándolas y poniendo a prueba los límites y dificultades de estas. Implica participar no solo en la búsqueda de soluciones, sino en tener derecho a discutir cuál es el problema y tomar parte en la decisión sobre qué solución puede ser la más adecuada.
Educación para la democracia implica enseñar el respeto a la diversidad de opiniones, culturas, y creencias. La tolerancia y la comprensión son fundamentales para construir una sociedad inclusiva. Educar para la democracia y la participación social es fundamental para el desarrollo de sociedades justas, equitativas y participativas
Educar en pensamiento crítico y en ética y valores. Fomentar la capacidad de cuestionar, analizar información y resolver problemas de manera creativa es esencial para enfrentar los desafíos que se presentan en la vida cotidiana y los valores como la honestidad, la responsabilidad, la tolerancia y el respeto hacia los demás contribuye a la formación de ciudadanos éticos y comprometidos con la sociedad.
Educar para la vida implica empoderar a las personas, brindándoles la confianza y las herramientas necesarias para tomar decisiones informadas y asumir la responsabilidad de sus propias vidas. Necesitamos educar en una democracia radical, en el sentido que decía Paolo Freire, que se oriente a la formación de ciudadanía crítica que sea capaz de defender la democracia representativa que existe, pero que también sea capaz de imaginar y avanzar hacia una democracia participativa real.
En definitiva, la educación para la vida busca preparar a los estudiantes no solo para el éxito académico, sino también para una vida plena y significativa. Este enfoque implica la colaboración entre educadores, familias y la comunidad para brindar a los estudiantes las herramientas y el apoyo que necesitan para enfrentar los desafíos y oportunidades de la vida.
Necesitamos una educación para la vida, para el desarrollo coherente de la persona y de la comunidad en aquellos valores y principios que proclamamos: los derechos humanos como un medio para garantizar la igualdad y la justicia para todas las personas, independientemente de su origen o circunstancias. Debe ser la prioridad. Y, en torno a ellos, estructurar el resto de los aprendizajes instrumentales, también necesarios, pero al servicio de la finalidad fundamental de la educación formando ciudadanos y ciudadanas éticos, comprometidos con su comunidad y sociedad, preparando a los individuos para vivir y trabajar en sociedades multiculturales e inclusivas y cultivar una conciencia global, promoviendo valores que contribuyan a la construcción de sociedades pacíficas y sostenibles.
No podemos olvidar la prioridad del sentido de la educación, ni esperar más. Nos jugamos el futuro en ello.