En la actual sociedad hiperacelerada del Norte Global nos falta tiempo y parece que vamos siempre a la carrera. Las instituciones públicas (de salud, educación, y protección) que sostienen la vida cotidiana están desbordadas por un malestar constante que desgasta y agota. Las palabras que perfilan las situaciones colectivas –saturación, desbordamiento, colapso– describen experiencias personales y privadas. Tenemos la sensación constante de recibir demasiados mensajes para responder, demandas que atender y “fuegos” que apagar.
En este contexto se nos insiste, desde esta sociedad del espectáculo, en que hemos de crear nuestra marca personal. Lo cual supone tener presencia en las redes sociales, ejercer liderazgo, vivir experiencias al límite e impactantes, mostrarnos seductores y populares las 24 horas del día, brillar con luz propia e incluso ser emprendedores y empresarios de nosotros mismos, de nuestra marca, … Se nos alimenta el temor a ‘no estar ahí’, en el gran escenario de la vida, de “esa” vida. En la vida cotidiana hemos de ir dejando rastros de quiénes somos, qué nos gusta, qué despierta nuestra atención. Siempre sobreexpuestos..
Pero ¿qué efectos tiene esta sobreexposición? El neurocientífico Michel Desmurget, en su libro ‘La fábrica de cretinos digitales’ (2020) nos recuerda que el cerebro –que rige, planifica, organiza y manda los distintos órganos del cuerpo– no está diseñado biológicamente para la multitarea. Lo que significa que en nuestra vida diaria estamos forzando al máximo las posibilidades de nuestro organismo. Y eso tiene consecuencias.
Lyndsey Stonebridge, especialista en derechos humanos, en We Are Free to Change the World: Hannah Arendt’s Lessons in Love and Disobedience (2024) argumenta que nuestra atención se ha convertido en una mercancía que se monetiza (que se convierte en dinero) y los medios y redes sociales compiten por captar durante el mayor tiempo posible esa atención, porque eso se monetiza en ganancias de publicidad. De tal forma que nuestra capacidad de concentración se ha monetizado y se asemeja más a un bien de consumo. (…) La presión por responder a los reclamos a nuestra atención hace que la capacidad para reflexionar en solitario o en compañía vaya desapareciendo, pues se queda sin espacio y sin tiempo.
Todo lo anterior no es casual. Parece responder a un experimento social del cual, ni sus propios impulsores -especialmente el conglomerado GAFAM (acrónimo de las corporaciones Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft)- saben cuáles serán sus efectos, ni dónde nos llevará. No lo sabe nadie, ni los entusiastas, ni los recelosos. Por eso es de interés el nuevo libro del economista Yanis Varoufakis, ‘Tecnofeudalismo. El sigiloso sucesor de capitalismo’ (2024) en el que señala que vivimos en una época en la que ‘el capitalismo en la nube’ -que encarnan estas empresas- ha conseguido desempeñar cinco funciones que estaban fuera del alcance del capitalismo tradicional: captar nuestra atención, fabricar nuestros deseos, vendernos directamente, fomentar el trabajo proletario uberizado, precario y autónomo, y crear una ingente mano de obra gratuita (los siervos de la nube). Para Varoufakis, el tecnofeudalismo es “el capital de la nube se dedica a vaciar nuestros cerebros”. Una manera de hacerlo es mediante la dispersión de la atención. Por eso es necesario tratar de comprender de manera compleja cómo se habla, qué lugares comunes se señala y qué alternativas se pueden plantear a lo que Amador Fernández-Savater denomina ‘el eclipse de la atención’.
La dispersión de la atención más allá de un problema individual
Si hablamos de falta atención, no es porque esta sea una característica que afecta a las personas -también a escolares y estudiantes- de manera individual y que sean ‘víctimas’ de las tecnologías persuasivas y del experimento social antes apuntado, sino porque habitamos y nos habita una ‘sociedad desbordada’. Una sociedad donde, nos recuerda Amador Fernández-Savater, que la imposibilidad la atención se ha convertido en un problema de primer orden. Un problema al que se suele intentar responder como si se tratase de una cuestión individual que requiere un ajuste, una readaptación personalizada. Una patología personal.
Saber cómo sostener la atención -como se aprecia en este breve estado de la cuestión- se ha convertido en el Santo Grial de las preocupaciones de investigadores y docentes. Esto se manifiesta en que la respuesta a la falta de atención se coloque en las estrategias de aprendizaje que promueven los docentes, en la mejora de la organización de los tiempos, en medir los cambios neuronales asociados a los contextos de instrucción y en las estrategias, las modalidades y las actividades de enseñanza que pueden favorecer eficazmente la atención y aumentar así las oportunidades de aprendizaje de los estudiantes.
Sin embargo, las investigaciones que dan sustento a estos enfoques no exploran el contexto en el que la atención se dispersa. No tienen en cuenta la realidad social que ha convertido a la atención en un campo de batalla -por captarla, dispersarla y personalizarla-. Como sucede a menudo, se centran en el síntoma individual -la falta de atención- y se buscan soluciones sin vincularlas a las causas estructurales, a la realidad social que lo promueve. Se sigue poniendo el foco en ofrecer alternativas a lo que se conceptualiza como un problema personal, pero no se indaga en lo que lo origina. Se olvida que, en la sociedad desbordada, la atención no es sólo aptitud para la concentración individual. Por eso las aportaciones de Simone Weil, Isabelle Stenger y Amador Fernández-Savater, entre otros, resultan cruciales porque ponen el foco en aspectos sociales y transformadores de la atención.
La atención no es ‘mi’ atención, sino un entorno de atención compartido con otros. Una verdadera ecología. Esa trama es lo que hay que cuidar.
El eclipse de la atención en una sociedad desbordada
Tomando este hilo que sitúa la atención en una trama de relaciones más amplia y compleja de la que las investigaciones desde la psicología, la pedagogía y la neurociencia plantean, es necesario destacar que la atención, al igual que el malestar -como señalaba Mark Fisher (2012), no es cuestión individual, algo de lo que carece o ha perdido un individuo y que, por tanto, hay que educarlo para que recupere la atención. El asunto de la atención, como también apunta AFS “no es una cuestión individual, sino colectiva. La atención no es ‘mi’ atención, sino un entorno de atención compartido con otros. Una verdadera ecología. Esa trama es lo que hay que cuidar” (en Lorenzo Cardiel, 2023). Por eso
Lo primero es cuestionar los presupuestos y salir de los estereotipos. En este caso, la idea de una ‘falta de atención’, de un ‘déficit de atención’. Nosotros preferimos plantear que el problema es un «eclipse de la atención», en el sentido de que nuestra atención está siendo «ocultada» o «taponada» por un poder saturador (ïdem, s.p).
Llevando este enfoque a la Escuela, la atención no se puede circunscribir al ámbito de la vida de un aula, ni a las estrategias que un docente utiliza para captar y sostener la atención. Es necesario asumir que no hay falta de atención, sino dispersión por el continuo reclamo de requerimientos a los que no tenemos tiempo para responder. Y esta dispersión afecta a la capacidad de ser deseante, que es clave en la relación pedagógica. Deseo que, como argumenta Simone Weil “es el gran constructor de mundos y la atención, su herramienta” (en Arnau y Martínez Gallardo, 2021, s.p.). Por eso, la cuestión de la atención no es individual, sino social y política. Lo que implica reconocer, como argumenta Amador Fernández-Savater (2023b), que vivimos en una sociedad desbordada, en la que la atención deviene un problema político y colectivo.
Donde la imposibilidad de la atención se ha convertido en un problema de primer orden. La atención no es sólo aptitud para la concentración individual, sino también la facultad de acoger y escuchar, de cuidar los vínculos. Nuestra falta de atención es un mecanismo de defensa contra la aceleración cotidiana de los ritmos y la multiplicación de las señales, pero nos pasa una elevada factura. La vida con piloto automático anestesia la capacidad de escucha y de pensamiento, de creación y de autonomía (s.p, cursiva en el original).
Este hilo que traza Amador Fernández-Savater recoge el camino iniciado por autoras como Simone Weil e Isabelle Stengers (2013/2017). Esta última introduce la idea de prestar atención como una condición necesaria para poder coexistir con Gaia, con la Tierra, en contraposición al derecho de no prestar atención que nos arrogamos, en nombre del progreso, y que nos ha llevado a la crisis medioambiental.
Desde este marco se hace necesario acercarse al fenómeno de la atención como un dispositivo de dispersión. Lo que implica que, al afrontarlo desde la educación, el foco se desplaza a la ‘ecología de la atención’ y las ‘condiciones de la atención’. Estas dos nociones están vinculadas. Y ambas se relacionan con “un ecosistema de distracción». Un ecosistema sobrecargado de estímulos que trocean nuestra atención. En este ecosistema “no hay un poder unitario que haya conseguido atraparla toda, sino que hay una pugna interminable por hacerse con un pedazo de ella: grande, pequeño o minúsculo” (Ballesteros, 2021, s.p.).
De ahí la necesidad de desplazar el foco de cómo ha sido tratada la atención en la educación, sobre todo desde la psicología que la tiene como foco de estudio de forma generalmente individualizada y como un problema personal, hacia un abordaje sociopolítico.
Para seguir con la conversación
La atención es el motor del aprendizaje, de la educación, de la vida. De ahí que reclamar la atención sea algo tan preciado. Por eso, la atención es un campo de batalla, un terreno de disputa, en el que su control es el premio. Un premio que supone encauzar el deseo de quienes somos, sobre todo, sujetos deseantes. De ahí la necesidad de desplazar el foco de cómo ha sido tratada la atención en la educación, sobre todo desde la psicología que la tiene como foco de estudio de forma generalmente individualizada y como un problema personal, hacia un abordaje sociopolítico.
La atención en la actualidad está vinculada a un modo de vida que descentra al sujeto para controlarlo y hacerlo dependiente de la urdimbre de estímulos que de manera constante recibe. Estímulos que se proyectan desde una esfera de seducción como portadores de un sentido de ser en movimiento constante, en fluctuación permanente y en la sensación de no llegar, no llegar… a responder a todas las demandas que recibimos, a la disponibilidad emocional que se nos reclama. Todo ello, además, en un acontecer que aísla y hace perder el sentido de la escucha y el cuidado de sí y de los otros.
De ahí, un primer paso que se deriva del recorrido en este artículo es la invitación a afrontar la atención como problema colectivo, que se proyecta en la vida diaria. Sobre todo desde los dispositivos móviles, las plataformas de entretenimiento, la organización del trabajo y esa idea de modo de vida que siempre pide más: estar siempre a la última, hacerse presente en todo momento y no desfallecer ante un universo que lo que hace es favorecer la dispersión como forma de control social. Este es el experimento social al que nos conduce el tecnofeudalismo, como señalábamos antes.
La Escuela y la Universidad pueden pasar de ser un lugar de acomodo a espacios de resistencia y rebeldía. De espacios de sometimiento que nos privan de la atención, de la escucha y del cuidado… a lugares de encuentro y vida en común.
La ampliación del foco de la atención de lo individual a lo colectivo supone una mirada sociopolítica de lo tecnológico que nos permita situar quiénes son hoy los principales beneficiarios de la “economía de la atención” (Lanham, 2006) y cuáles son sus efectos en la educación, en la sociedad y en el medio ambiente. Una tarea que precisa de proyectos de investigación y acción ambiciosos y transversales para lograr adentrarse en el opaco enredo de lo económico y lo tecnológico actual, que define los elementos de la ecología de la atención y las relaciones de poder.
Otra posibilidad es pensar la atención desde otro lugar, fuera de la economía de la atención. Hacerlo, por ejemplo, de la mano de Simone Weil (1942/1982), quien considera la atención como la cualidad “de todo aprendizaje y de toda relación no instrumental con los otros”. Por eso, nos dice que lo prioritario y casi único que debe enseñarse en la escuela (y en la universidad) es a prestar atención. Para Simone Weil (1931-32/2008), la tarea de la educación “consiste en deshacerse de la obsesión que se tiene de poner atención” (p. 392). Para esto es imprescindible, estar “disponible, vacío y penetrable al objeto” (p. 392).
Otra posibilidad, como apunta Fernández-Savater (en Lorenzo Cardiel, 2023, s.p.) es subvertir y considerar la distracción como una forma de rebeldía, como un modo “desviar la atención de los lugares que la quieren capturar y someter, ponerla en otros sitios imprevistos, dejarla flotar. Cuando todo conspira para que estemos hablando a la vez del mismo vídeo de YouTube, la distracción es una sana rebelión”.
Finalmente, lo aquí planteado, nos invita a pensar que “la atención es también un bien común que nos damos (o quitamos) unos a otros. De esta impotencia y de esta frustración cotidiana sólo se sale aprendiendo de nuevo a conspirar, es decir, a respirar en común. (Fernández Savater, 2023a, s.p.). Convertir la lucha por la atención en una conspiración, también en la Escuela y la Universidad, para replantearse los modos de relación, abrirse a la escucha y a los cuidados y reconocer a las fuerzas que impiden pensar y actuar. De esta manera la Escuela y la Universidad pueden pasar de ser un lugar de acomodo a espacios de resistencia y rebeldía. De espacios de sometimiento que nos privan de la atención, de la escucha y del cuidado con masificación, despersonalización de las relaciones, ránquines, sexenios, artículos en primer cuartil…, a lugares de encuentro y vida en común.
Referencias
Arnau, J., & Martínez Gallardo, A. (2021, 31 enero). Cultura de la atención en Simone Weil. Cuadernos Hispanoamericanos. https://cuadernoshispanoamericanos.com/cultura-de-la-atencion-en-simone-weil/
Ballesteros, A. (2021). Hacia una ecología de la atención y espacios libres de estímulos, Ethic, 24, junio. https://ethic.es/2021/06/capitalismo-de-la-vigilancia-ecologia-de-la-atencion-y-espacios-libres-de-estimulos/
Fernández Savater, A., & Etxebarria, O. (coord.) (2023). El eclipse de la atención. Recuperar la presencia, rehabilitar los cuidados, desafiar el dominio de lo automático. Nuevos emprendimientos editoriales.
Fernández-Savater, A. (2023a). La sociedad desbordada. Ctxt, Contexto y Acción, 18 de febrero. https://ctxt.es/es/20230201/Firmas/42174/Amador-Fernandez-Savater-atencion-sociedad-sanidad-educacion-cuidados-ritmo-neoliberal.htm
Fernández-Savater, A. (2023b). Por un ‘comunismo’ de la atención. Ctxt, Contexto y Acción, 22 de abril. https://ctxt.es/es/20230401/Firmas/42742/Amador-Fernandez-Savater-atencion-colapso-intimidad-colectivo-comunismo.htm
Fisher, M. (2012). Why mental health is a political issue. The Guardian, 16 de julio. https://www.theguardian.com/commentisfree/2012/jul/16/mental-health-political-issue
Lanham, R. A. (2006). The economics of attention: Style and substance in the age of information. University of Chicago Press.
Lorenzo Cardiel, D. (2023). Amador Fernández Savater. La atención es un problema político y colectivo. Ethic, 31, marzo. https://ethic.es/2023/03/la-atencion-es-un-problema-politico-y-colectivo/
Stengers, I. (2013/2017). En tiempos de catástrofes: Cómo resistir a la barbarie que viene. Ned Ediciones.
Stengers, I., Zuleta Cortés, R. (2022).En tiempos de catástrofe. Cómo resistir a la barbarie que viene”, Polis [Online], 61 URL: http://journals.openedition.org/polis/21429
Weil, S. (1942/2018). Réflexions sur le bon usage des études scolaires en vue de l’amour de Dieu. Oeuvres complètes, IV (1), 67-75. Gallimard.
Weil, S. (1931-32/2008). Cours du Puy. Œuvres complètes, vol. I. Gallimard.