Estos días hemos visto cómo la ultraderecha celebra sin tapujos la victoria franquista y la dictadura fascista frente a la democracia republicana, enalteciendo a un dictador y pretendiendo reescribir la historia en clave de triunfo y legitimidad. Estas expresiones, que hasta hace unos años parecían marginales, hoy emergen con una fuerza renovada y encuentran eco en sectores juveniles que abrazan discursos autoritarios, nacionalistas y excluyentes. Al mismo tiempo, en Europa y América, un número creciente de jóvenes está optando por votar a partidos de ultraderecha, lo que desafía las tendencias esperadas de la lucha por la democracia de las últimas décadas.
Este giro genera interrogantes sobre las razones detrás de esta inclinación, sobre lo que se ha hecho en la educación pública durante los últimos veinte años respecto a la historia y los valores en que se ha formado a las jóvenes generaciones y, más importante aún, sobre qué se puede hacer desde la educación y la sociedad para fomentar un pensamiento crítico y democrático que nos permita avanzar en lugar de retroceder.
Hay quienes afirman que el desencanto con la política democrática es uno de los principales motores de esta tendencia. Muchos jóvenes sienten que los partidos convencionales no ofrecen respuestas efectivas a sus preocupaciones sobre empleo, seguridad y acceso a vivienda y eso es aprovechado por los partidos ultraderechistas.
Los líderes de extrema derecha argumentan que hay una crisis económica, que el desempleo juvenil y la precariedad laboral han generado desconfianza en las instituciones, y que lo que se ha de buscar son alternativas radicales, antisistema, que aplicarán cuando gobiernen, aunque cuando llegan al poder, como Trump o Milei, lo que hacen es implantar pseudodictaduras ultraconservadoras en lo ideológico, cultural y político, y ultracapitalistas, neoliberales en lo económico, enriqueciendo más a los milmillonarios y empobreciendo aún más a los sectores más desfavorecidos.
Otro factor es la creciente influencia de las redes sociales, donde los discursos populistas de ultraderecha y los mantras simplificados y emocionales, que apelan a un “nosotros” contra los “otros”, característicos del discurso de odio, tienen cada vez más acogida. Los algoritmos de estas plataformas los han diseñado sus dueños (Musk, Zuckerberg, Gates…) para amplificar aún más esos mensajes emocionales y polarizantes, favoreciendo los discursos de odio, el ultranacionalismo extremo y las teorías de conspiración que encuentran eco en una juventud a veces desconcertada.
Además, el miedo a la pérdida de privilegios de los “hombres blancos” ante el avance hacia la igualdad entre hombres y mujeres, así como la percepción de una supuesta “amenaza” en la diversidad cultural y el mestizaje (a pesar de que la especie humana siempre ha sido diversa y mestiza), han sido instrumentalizados por la ultraderecha para captar votantes jóvenes.
La retórica que enfrenta a un «nosotros» contra un «ellos» se vuelve atractiva en contextos de incertidumbre, señalando como “enemigos” a quienes están aún peor que “nosotros” y evitando mirar a quienes son los verdaderos causantes de la desigualdad, el saqueo, la expropiación de los recursos y el capitalismo que es utilizado para que los perdedores del modelo se enfrenten entre ellos: los de abajo contra los de más abajo.
La educación ha de tener un papel clave en la formación de ciudadanía crítica y comprometida con la democracia. Para contrarrestar el avance de la ultraderecha entre los jóvenes, es fundamental reforzar la educación cívica, cultural y política y el pensamiento crítico desde edades tempranas. Algunas estrategias incluyen incorporar el análisis de medios y redes sociales en el currículo educativo, enseñando a identificar noticias falsas, sesgos informativos y estrategias de manipulación. También es clave promover espacios de debate plural y respetuoso, donde se puedan expresar sus inquietudes y confrontar ideas sin caer en la polarización. Además, fomentar la participación de los adolescentes y jóvenes en la vida política y social a través de proyectos de acción comunitaria y foros donde puedan canalizar su descontento de manera constructiva, así como reforzar la enseñanza de la historia contemporánea para comprender las consecuencias de los fascismos y los genocidios que han conllevado desde su aparición en los años 20 (desde el Holocausto judío hasta el genocidio palestino actual) y evitar la repetición de errores del pasado y del presente.
Más allá de la educación formal, que es solo una parte en la socialización de la juventud actual, la sociedad en su conjunto debe responder con propuestas que atiendan las preocupaciones legítimas de los jóvenes sin recurrir a discursos excluyentes. Algunas acciones incluyen: generar una sociedad que ofrezca oportunidades laborales dignas y accesibles, reduciendo la precarización y brindando estabilidad a las nuevas generaciones; impulsar políticas de inclusión y diversidad que combatan la discriminación y el racismo estructural; facilitar espacios de encuentro intergeneracional y cultural, donde los jóvenes puedan conocer y comprender realidades distintas a las suyas; y fomentar liderazgos juveniles progresistas que ofrezcan alternativas democráticas y justas frente a la radicalización de la extrema derecha.
El crecimiento de la ultraderecha entre los jóvenes no es un fenómeno aislado, sino un síntoma de un malestar social profundo, de una estructura desigual que perpetúa la precariedad y la desesperanza. En lugar de estigmatizar a quienes la apoyan, es imprescindible abrir espacios de diálogo, pero también reforzar alternativas políticas desde la izquierda con propuestas realmente transformadoras, que no solo se enfrenten discursivamente al neofascismo, sino que construyan un horizonte de justicia social real.
La lucha contra la ultraderecha no puede quedarse en llamados a la moderación o al equilibrio democrático; requiere un compromiso radical con la igualdad, la redistribución de la riqueza y la garantía de derechos fundamentales. Solo con una respuesta firme y estructural desde la educación, la movilización social y la acción política podremos frenar este avance reaccionario y construir un futuro basado en la solidaridad, la emancipación y la justicia social.