Hace unos días un docente me describió el caso de un alumno que terminó Bachillerato, terminó después un grado superior en FP y se inscribió en otro grado superior. Un profesor le pidió que leyera en clase y descubrió que lo hacía a trompicones, casi silabeando. Es razonable pensar que hubiera pasado todos sus estudios obligatorios y superiores sin leer en público. Quizá leyó algún libro, aunque no muchos. La lectura privada, para tus adentros, ayuda a que leas con cierta fluidez en público. Sin duda, la falta de hábito lector provocó esa extraña escena. Durante sus estudios apenas tuvo que leer en público. Se le exigieron otras destrezas con las que más o menos salió airoso en el Bachillerato y el grado superior. Leyó y procesó de memoria los contenidos del libro de texto, expulsándolos en un examen y olvidándolos horas después. Seguro que no es mal trabajador, se defiende con destreza en el taller y tiene buena actitud y competencias para el trabajo en equipo. Nunca le exigieron leer en público como competencia esencial para conseguir un trabajo en la familia profesional que eligió, pero soluciona los problemas prácticos que se le plantean en clase. A ojos de sus profesores, es un alumno solvente, disciplinado y voluntarioso. Pero no sabe leer, y lo más probable es que más allá de una cierta incomodidad o vergüenza no le importe ni afecte en su futuro profesional.
Este perfil competencial quizá sea una rareza estadística, pero me ha hecho pensar en aquellas destrezas que la transformación tecnológica de los modelos de comunicación, conocimiento y trabajo ha alterado de forma más o menos drástica y que obligan al docente a repensar no solo sus formas de enseñar sino también la propia naturaleza y objetivos de su oficio.
No solo leer en público, el solo hecho de leer para sí, sin mediar obligación, es un hábito en desuso. Los docentes de Lengua y Literatura observan con resignación esta contundente y difícilmente corregible tendencia. El propio currículo ha cedido a esta distopía y ya no es tan exigente en cuanto a la prescripción lectora. Se centra más en la calidad de lectura y en el desarrollo de destrezas cognitivas asociadas a la lectura. Sin embargo, es una pescadilla que se mueve la cola: cuanto más se lee más se adquieren esas destrezas. Esta tendencia afecta también a la formación del profesorado, que igualmente centra sus esfuerzos en el desarrollo de destrezas y menos los conocimientos de su disciplina y la lectura académica.
Ahora bien, la tendencia a la que parecen conducirnos los avances tecnológicos en materia de IA no augura una mejora en los hábitos lectores, o por lo menos no en el sentido en el que hasta ahora creíamos adecuados. La IA generativa camina hacia un rápido y eficaz trasvase de texto a audio y vídeo, que agiliza el proceso previo de comprensión, esquematización, análisis y reconstrucción de contenidos. Leer largos textos no será necesario porque la IA puede evitarnos esa ardua tarea, simplificando el contenido, ofreciéndonos esquemas eficaces y resúmenes estructurados, incluso la posibilidad de convertir esos textos a un formato audiovisual atractivo para una presentación colectiva.
Sin duda, la escuela actual, a medio plazo se resistirá con razón a lo que interpreta como una peligrosa distopía, pero es más que previsible que futuras generaciones de docentes y las administraciones educativas que sostienen el sistema acaben modificando su percepción de las destrezas que hay que potenciar en el alumno porque el mundo que rodea a la escuela será diferente al que hoy observamos con perplejidad e inquietud. La lectura se concentrará en edades tempranas, para más pronto que tarde desarrollar otras capacidades que se adapten a los paradigmas de comunicación, acceso a las fuentes de conocimiento y capacitación laboral de su tiempo.
Incluso para el docente más reacio al cambio, poco a poco el libro de texto ha ido perdiendo preeminencia y está obligado a maridar con YouTube, los podcasts, el debate en el aula y las IA generativas
¿Puede desarrollarse el pensamiento crítico y la capacidad de análisis sin el arbitrio de la lectura? Sócrates diría que sí (con objeciones), pero este filósofo vivió una época donde la oralidad era el medio primordial de comunicación e intercambio de ideas, siendo la memoria un patrimonio esencial de transmisión de conocimientos. ¿Caminamos hacia un nuevo paradigma de aprendizaje donde la oralidad y los formatos audiovisuales cobren relevancia en el proceso de enseñanza? Existen signos que conducen a pensar que sí. El vehículo hegemónico para adquirir conocimientos y para aplicarlos está cambiando. El texto es cada vez menos recurrente en las aulas, a favor de otros formatos. Esto no significa que el texto desaparezca. Más bien se integra con la voz y la imagen, en un proceso constante de traducción que facilite la comprensión de los contenidos. Incluso para el docente más reacio al cambio, poco a poco el libro de texto ha ido perdiendo preeminencia y está obligado a maridar con YouTube, los podcasts, el debate en el aula y las IA generativas. Las tareas de deconstrucción ya no se limitan a replicar el texto originario que sirve de base al docente para que sus alumnos conozcan su disciplina. Esta tendencia no hará sino crecer y transformarse con más virulencia a raíz de la irrupción de la IA generativa.
Dos implementaciones facilitarán en breve esa transformación pedagógica: la generalización de la IA en las aplicaciones para móviles y su inserción en los workspaces de grandes empresas como Google o Microsoft. Gemini de Google está al caer y es la plataforma más usada por los alumnos españoles. Todas sus aplicaciones incluirán IA generativa multimodal y poco a poco impregnarán hábitos cotidianos de uso de la tecnología, y por extensión acabarán rebotando en la escuela. El alumno descubrirá más pronto que tarde que con un click podrá tener un resumen, esquema, presentación de cualquier contenido. Esta aclimatación está siendo muy lenta en la enseñanza secundaria, pero ya empieza a calar en la vida universitaria, donde el uso de Chat GPT facilita y en ocasiones sustituye el trabajo arduo de investigación.
Cabe pensar sin equivocarnos que en un futuro no muy lejano la destreza protagonista no será la lectura -ya podemos encontrar síntomas relevantes de este cambio-, sino la pericia para extraer del contenido estructuras básicas que faciliten su comprensión y aplicación. Saber preguntar a la IA requiere de destrezas cognitivas que habrá que practicar. El concepto de lectura mutará hacia una multimodalidad en constante deconstrucción de significados y formas de comunicación y la aplicación práctica de lo aprendido durante ese proceso. Sin duda, en este cambio de paradigma perderemos destrezas y ganaremos otras. Solo las generaciones transicionales echarán de menos el modelo anterior. Las generaciones de alumnos y docentes educados en este nuevo ecosistema de aprendizaje no tendrán elementos comparativos sobre los que establecer una tabla de valores. Se adaptarán sin resistencia ni crítica al modelo con el que se criaron, como lo hicieron los que le precedieron. Si acaso existirá un rastro de nostalgia como forma de resistencia a las distopías que plantee ese nuevo paradigma, pero solo aplicable a hábitos cotidianos, no a la configuración de nuestras relaciones sociales, nuestro acceso a la información y la estructura del modelo productivo.
Hay que tener en cuenta que el concepto de lectura, independientemente de la voluntad colectiva del sistema educativo por concentrarlo en el formato de un libro, ha mutado en la vida personal y social de los ciudadanos, no solo entre los jóvenes, también en las generaciones adultas. Si entendemos lectura como un acto de comprensión e interpretación de códigos de lenguaje, hoy un alumno lee textos sobre todo en sinergia natural con formatos audiovisuales, incluyendo contenidos breves y fugaces, con una relación de significado indeterminada, sin criterios sobre los que establecer un juicio racional o crítico.
Cualquiera que haya pisado un aula sabe que la escuela no es ajena a la vida más allá de las paredes de un colegio o instituto. La configuración de la estructura social y económica, las formas de comunicarse y producir la determinan y obliga a repensarse
La IA facilita esta tendencia a la jibarización del contenido, desplazando a priori el proceso de análisis y deconstrucción hacia otras destrezas cognitivas, donde el uso y aplicación productiva de la información cobran mayor relevancia. Esta es la debilidad más preocupante del impacto de la IA sobre el proceso de aprendizaje, la tentación de reducir o anular el ejercicio de hábitos de comprensión, análisis y crítica de los contenidos en favor de un modelo pragmático que priorice la instrumentalización del conocimiento, entendido como mero dato. Sin embargo, este déficit competencial no es exclusivo de la revolución de las IA; hace décadas que venimos observándolo a pie de aula, parejo a la irrupción de las redes sociales en los hábitos de consumo de móviles entre niños y adolescentes.
Cualquiera que haya pisado un aula sabe que la escuela no es ajena a la vida más allá de las paredes de un colegio o instituto. La configuración de la estructura social y económica, las formas de comunicarse y producir la determinan y obliga a repensarse. La actitud defensiva de concebir la escuela como un reducto numantino contra la ignorancia y el desprecio por el conocimiento tiene las patas muy cortas y tarde o temprano se enfrenta al reto de cómo enseñar a alumnos que no leen libros, dedican más 4 horas diarias a interactuar con sus móviles y cuyos intereses y percepción y acceso al mundo son muy diferentes a los de la generación adulta. Más aún, una generación que será la primera en tener que enfrentarse a un cambio radical del modelo productivo, que fulmina el ascenso social, obliga a aprender competencias irrelevantes para el modelo tradicional de escuela y le avisa de que no tendrá iguales derechos y calidad de vida que sus progenitores. Un mundo donde la adaptabilidad productiva será una competencia relevante frente a la adquisición de conocimientos y destrezas críticas, especialmente si perteneces a una clase social vulnerable.
La pregunta es tan relevante como frustrante: ¿qué hacer desde la escuela para ofrecer un valor humano, digno, a este escenario que genera incertidumbre no solo en el alumnado y sus familias, sino también en el propio profesorado? ¿Cómo enseñar en la era de las IA? Los docentes de Primaria y Secundaria aún no hemos empezado siquiera a rumiar el posible impacto que esta revolución tecnológica tendrá sobre las formas de comunicación, aprendizaje y trabajo, porque su incidencia en la práctica cotidiana del aula es aún residual y el alumnado aún no ha incorporado de forma sistemática y habitual el uso de las IA en sus hábitos cotidianos y académicos. La comunidad educativa tan solo recibe un ruido mediático, a menudo polarizado, que presenta la IA como milagro fascinante o peligro inminente. Esto provoca una actitud acrítica, situada entre el desprecio y la fascinación. Es previsible que, como ya sucedió con la irrupción de internet o las redes sociales, el advenimiento sea previo a la reflexión, pillándonos éste ya metidos en plena tormenta. Por esta razón es necesario adelantarnos, intuir, testar, errar e imaginar cómo convertir el defecto en virtud, la distopía en oportunidad de un cambio que no se limite a adaptarse vegetativamente a la rueda tecnológica y productiva, sino rearmar desde la incertidumbre y la lucidez un nuevo humanismo.