¿Todo Educa? Es la pregunta.
Es cierto que en la consolidación de los proyectos de vida de chicas y chicos influyen todos los agentes sociales: familia, escuela, medios de comunicación, Internet, amistades, sociedad, religión, actividades de ocio, actividades escolares y extraescolares, formales e informales, más o menos periféricas o ajenas a lo escolar.
Es cierto que todo lo vivido se asimila o se rechaza, influye, pues contribuye a ir configurándonos como personas individuales y sociales, bien por imitación, por asimilación, por rechazo o por búsqueda personal.
Pero a la pregunta «¿Todo educa?», la respuesta es no. No todo educa aunque se le incorpore el calificativo «educativo» o «educación para…». Ni adoctrinar, ni dogmatizar, ni manipular ni el consumir educan.
Desde el ámbito educativo reclamamos filtrar el uso del término educar y denunciamos como intrusismo el uso indiscriminado de este concepto.
Generar personas consumidoras es el objetivo de muchas propuestas que deseducan, bajo la falsa apariencia de ser «educativas».
Todo un entramado de intereses económicos se ponen en funcionamiento para formar consumidores y consumidoras, objetivo muy alejado de lo educativo.
El consumismo funciona generando nuevas necesidades que incitan a «consumir»; venden la creencia de que la compra de esa propuesta lleva a ser más feliz, a realizarse, a encontrarse mejor o, simplemente, determinan lo que se supone que es darse a la buena vida justificando, como necesidad personal, el deseo de acceder a ese producto. Para conseguirlo se generan complejas estrategias en torno a las ideas que la promueven hasta conseguir generalizarlas socialmente y elevarlas a deseables, arrasando para ello con lo que haga falta.
El consumismo del capitalísmo más radical ha puesto en grave riesgo los recursos naturales del planeta y, actualmente, va incorporado nuevas propuestas cuyo objeto depredador son las personas, los propios cuerpos, y vende como deseables cambios cosméticos y cirugías más o menos lesivas. Por repetición y publicidad se van normalizándo y consiguen que una gran parte de la población, desde luego de chicas y chicos, las vean como deseables, las asocien a claves de felicidad. Parece perverso asociar la inseguridad adolescente, las eternas dudas existenciales de la humanidad al consumismo de productos fármacos, cirugías o elementos consumibles. La verdadera educación ha de defender a la infancia y juventud de todo ello pues el cuerpo, la imagen, desde la infancia, han salido ferozmente al mercado como potente capital erótico.
¿Cómo discernir qué educa y qué deseduca, realmente?
No es suficiente que el tema propuesto sea de aparente interés educativo ya que la educación es necesaria en todos los ámbitos de nuestra vida personal y social.
La pregunta ha de llevar a analizar a fondo cada propuesta: cómo se plantea, qué propone, cómo se pone en práctica, en qué objetivos pretende ahondar, tanto explícitos como implícitos, intencionados u ocultos.
Podemos considerar que educar es precisamente formar para blindar a la persona de influencias degradantes o depredadoras. Educar supone enseñar a discernir, desarrollar criterio propio sobre razonamientos argumentados, posicionamientos éticos de alto nivel de desarrollo.
Supone desarrollar la autoconciencia, el compromiso consigo y con lo común, invitar a la acción prosocial y noviolenta tanto individual, como socialmente.
El objetivo de las propuestas que aceptemos habría de responder al sano desarrollo personal y un interiorizado bienestar individual, en armonía con el desarrollo y el bienestar común.
¿Cómo conseguirlo? Cuestionando y enseñando a cuestionar, reflexionando y enseñando a reflexionar, enseñando a tomar decisiones fundamentadas y responsables, y, en general, comprometiéndonos con el buentrato y cuidado a las personas y al entorno, enseñando al compromiso, al disfrute, a bientratar.
En talleres con adolescentes es habitual escuchar posicionamientos radicales, a veces, irracionales, fruto de dogmatismos o adoctrinamientos invisibles que determinan esos posicionamientos excluyentes.
Una maraña deseducativa les confunde desde brumas conceptuales de palabras que favorecen posiciones muy cerradas, inamovibles y muchas veces sin bases ni argumentos sostenibles, sin verdadero arraigo en las alternativas, ni vínculo con las consecuencias.
Educar supone permeabilizar estos posicionamientos cerrados, generar argumentaciones de escucha, respeto, empatía, inclusión.
Somos seres autonormativizados que vivimos en sociedad. La escucha, la empatía y el respeto confluyen en el consenso sobre las normas y pautan las leyes que consolidan derechos y deberes; como referente tenemos la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Educar es ayudar a tomar conciencia de la ventaja que supone la defensa de estos principios universales, individual y socialmente y que cada decision individual forma parte del conjunto de las consecuencias globales, que podemos incidir en el mundo que queremos y cómo nos gustaría que fuera.
Educar supone dar herramientas al alumnado para desenmarañar el aborregamiento adoctrinante y asumir el propio compromiso ético, la empatía ante la desigualdad, la exclusión… Es contribuir al desarrollo de la solidaridad, del bien común, ojo, que en vez de para la «buena vida», hemos de educar para la «Vida Buena» como la denomina la filósofa Ana de Miguel en su tratado Ética para Celia.
Son numerosas las propuestas que actualmente llegan a los centros educativos con el sello de educativas. Se están ofreciendo una amplia gama de guías, talleres sobre temáticas diversas, de actividades tanto escolares como extraescolares por parte de asociaciones y empresas que las ofrecen cada curso escolar.
Cualquier propuesta que llegue a chavalas y chavales menores, sean internas o desde fuera del centro, ha de ser muy selecta desde el punto de vista educativo, cuidando que su objetivo sea coherente al Plan de Convivencia, dirigida al desarrollo de personas bientratantes con proyectos de vida sanos, plenos y solidarios.
Un ejemplo reciente, hay muchos, nos puede llevar a reflexionar sobre la necesidad de cuestionar lo que realmente educa a chicas y chicos, alertándonos sobre lo que podemos llamar intrusismo educativo.
Este pasado mes de agosto, saltaba a los medios la noticia de una polémica gynkana educativa que supuestamente trataba la tan necesaria educación sexual. Son muchos y loables los motivos que pueden explicar que una propuesta de educación sexual, lúdico-educativa sea bien recibida por entidades públicas o privadas con honesta intención educadora.
Estamos absolutamente a favor de la necesidad de educar en una sana sexualidad. En la misma medida estamos alerta ante la hipersexualización de menores y el consumismo sexual, pues los consideramos deseducadores.
No vamos a posicionarnos respecto a esta propuesta en concreto pues tan sólo conocemos detalles denunciados por los medios, que cuestionan el carácter «educador» de algunas actividades pues consideraban que no respondían a un objetivo «educativo». Según se publicó, una actividad consistió en poner, con la boca, un preservativo a un palo untado de nata y fresa.
La sexualidad es un tema importantísimo en nuestras vidas y es imprescindible abordarla de forma educadora en la educación obligatoria, es decir por la escuela y por las familias. Sin embargo, aún no es así y en pleno siglo XXI la sexualidad sigue siendo un tema tabú que propicia un silencio pedagógico que la ignora, como si no existiera, tanto en las familias como en los centros educativos.
Este silencio pedagógico actualmente está repercutiendo en tremendas consecuencias de acuerdo a los datos denunciados por contrastados informes y estudios científicos como el de Save the Children (Des)información sexual: pornografía y adolescencia, 2020.
Ese vacío educativo en torno a la sexualidad provoca que no se trate ni en casa, ni en la clase, perdiéndose la oportunidad de hacerlo con objetivo educativo, es decir, de forma cuidadosa, continuada y progresiva, que se eduquen con unos contenidos acordes a las edades madurativas de niñas y niños. Es ésta una grave ausencia educadora que está impidiendo que chicos y chicas, desde su primera infancia, puedan integrarla en la educación en valores convivenciales, vinculándola a competencias impregnadas de respeto, empatía, buen trato… junto a una información adecuada.
Aún es peor, ese silencio pedagógico está siendo ocupado por espacios informales, con unos contenidos inadecuados, desajustados a las necesidades y edades, muchas veces violentos. Invaden imperceptiblemente la mente de niñas y niños cuando acceden, tan facilmente, a través de móviles, tablets u ordenadores, bien de forma casual o buscando respuesta a la curiosidad natural que ejerce la sexualidad en la naturaleza humana. El objetivo de esas páginas web, plataformas y chats no es educar, por supuesto; su objetivo es generar dinero, promover el consumo, ajenas al perverso efecto que la violencia y la cosificación de las personas. Ejercen y configuran el motivo de deseo, actitudes y actos muy cuestionables para una vida sana, saludable y satisfactoria.
Por todo ello, antes de aceptar una actividad, interna o ajena al claustro, al equipo docente, hemos de bucear en las causas y en las consecuencias educativas que conlleva; hemos de conocerla en su totalidad e indagar sobre qué valores la impregnan, qué curriculum subyace a la propuesta..
No podemos dejar de someter las propuestas que llegan a los centros a la mirada crítico-analítica, incluso aunque provengan de espacios supuestamente garantes; no podemos dar por sentado que por denominarse «educativa» lo sean y han de responder, al menos, a dos preguntas: ¿Realmente educa? ¿Qué valores promueve?
Hemos de comprobar que esté diseñada y desarrollada por personal cualificado para la docencia y que responda a planteamientos científicos en cuanto a la información que aportan, desechando propuestas irracionales, misóginas, creacionistas, integristas, xenófobas, tierraplanistas o negadoras de la biología humana. Debemos elegir aquellas avaladas por un contrastado respaldo científico unido a valores éticos, humanísticos, de incidencia proactiva y noviolenta, con objetivos que desarrollen planteamientos cuidadosos, inclusivos, respetuosos, empáticos, solidarios y bientratantes de la persona y su entorno.
Es imprescindible tomar perspectiva para discernir qué es educativo y qué no lo es. Hemos de generar estándares de calidad que eduquen en valores de convivencia positiva y así detectar la exigible calidad en los planteamientos, actividades y aseveraciones que llegan a chicos y chicas. Es posible y necesario establecer indicadores que, alejados de censoras o adoctrinamientos, permitan acceder, con garantía, a propuestas verderamente educadoras. Propuestas que contribuyan a cubrir necesides básicas de toda persona: saber relacionarse de forma igualitaria; aprender a afrontar situaciones conflictivas; detectar, intervenir y actuar contra el acoso; indagar en la gestión de sus propias emociones; evitar la exclusión; saber participar de forma consecuente y ética; responsabilizarse de sus decisiones, y conocer estrategias como la mediación y otras, competencias y saberes positivos para gestionar una convivencia que promueve esa «vida buena».
Por ello trabajamos dia a dia, desde estas páginas, desde nuestra revista Convives, desde nuestro blog, compartiendo argumentos, ideas, planteamientos y claves que faciliten análisis de calidad y contribuyan a filtrar lo realmente educativo, discernir lo que educa de lo que no.
En resumen, vamos a fomentar, desde todos los foros posibles, aquellas propuestas incluyentes y respetuosas que, frente a la postura de la exclusión, del consumo y la confrontación irracional, se centren en la Cultura de Paz, la Equidad, el Cuidado y el Entendimiento.
1 comentario
Carolina, he disfrutado mucho con tus reflexiones.
un abrazo muy fuerte y feliz Navidad.
cuídate mucho.
Amparo tomé