«Mi hermano mayor me había dicho que la ESO era mucho más difícil, que había mucho más trabajo, y por eso me daba un poco de miedo», recuerda Luis. «Los primeros días no conocía a nadie y por eso estaba nerviosa», añade la Sofía, algo como Jordi: «Lo que no conoces suele dar miedo». Todos ellos son alumnos de Segundo de ESO del instituto Menéndez Pelayo de Barcelona, y rememoran, ahora con tranquilidad, un salto de la Primaria a la Secundaria que para muchos suele ser un trance. Lo sabe la coordinadora de esta etapa en el centro, Marta Ponti. «Entran perdidos, con miedo, inseguros de si entenderán lo que les dice el profesor o de si lo tendrán todo bien organizado», explica.
El primer día en el instituto siempre impresiona. Esto no es un problema. Pero sí lo es, para muchos, todo lo que acompaña esta transición: compartir edificio con chavales que se acercan a la mayoría de edad, llenar más la mochila de deberes y de estudio, ver cómo la familia desconecta más del día a día del centro, tener que renovar amistades, paso a tener casi un profesor por asignatura… «Primero de ESO es casi el curso más importante de la Secundaria, es como nuestra cantera, los tenemos que cuidar mucho», argumenta Ponti . El éxito -o el fracaso- de los estudiantes que salen del instituto se empieza a gestar -o a prevenir- cuando entran con 12 o 13 años. Y mucho antes.
Es por eso que cuando cruzan la puerta del Menéndez Pelayo por primera vez en septiembre, los alumnos de Primero no son unos perfectos desconocidos para sus docentes. El año antes, los profesores, coordinadores y la directora del centro se han reunido con las 15 escuelas que hay en el barrio de Sant Gervasi para obtener información, uno por uno, de los que serán sus alumnos. «El objetivo es que, a pesar de cambiar de edificio, de profes y de horarios, sientan que tenemos un mismo talante, que trabajamos con las mismas metodologías, que hay una continuidad», subraya la coordinadora.
La preocupación por el salto a la ESO la comparten muchas familias, y tiene sus fundamentos. En el conjunto de España, es el curso donde se producen más repeticiones de alumnos -un 13% de repetidores, con datos del año 2013-.
Ponti explica que en su instituto seleccionan para Primero de ESO los docentes «más didácticos», un profesorado que tiene claro que no puede empezar el trimestre llenando las tardes de los chicos y chicas con deberes y preparaciones de exámenes. «Los exámenes, sobre todo al principio, no deben ir por nota, sino servir sobre todo como diagnóstico para saber qué necesitan los alumnos y qué tendremos que cambiar», añade Ponti. «Lo que no puede ser es que a los tres meses de entrar en el instituto, un alumno se vaya a casa por Navidad con seis insuficientes. Así yo también me iría», dice.
Según un estudio publicado en 2012, donde se encuesta 366 alumnos de este curso, el 66% de ellos consideraba que los maestros de Primaria explican de forma más lenta que los de Secundaria y de acuerdo con lo que necesitan. Sobre sus relaciones de confianza con los docentes, el 51% afirmaba que era mejor en Primaria; 46% aseguraban que era el mismo, y solo un 3% defendía que era mejor. En el Menéndez Pelayo seguro que están lejos de porcentajes como estos, pero lo que también está claro es que el sistema no les va a favor.
Una de las iniciativas desde la Administración catalana para eliminar este trance fue la creación de los Instituto Escuela, centros que aglutinan Primaria y Secundaria bajo un mismo techo y, sobre todo, bajo un mismo proyecto educativo. «Los Instituto Escuela permiten garantizar la continuidad en el método, en el currículo, en el funcionamiento del centro, en las amistades …», enumera Teresa Farrús, coordinadora de diversidad del Instituto Escuela Jacint Verdaguer, de Sant Sadurní d’Anoia. Su proliferación debía servir también para dar más valor a la escuela pública -las concertadas ya suelen integrar estas dos etapas, lo que tranquiliza muchas familias-, pero a pesar de su impulso a partir del año 2010 actualmente sólo se cuentan 19 en toda Cataluña. Esta es también una iniciativa que se ha realizado en otras comunidades como Castilla y León, por ejemplo.
¿Una nueva etapa intermedia?
Que algo fallaba en el desembarco de los alumnos en la ESO también lo detectaron los Jesuitas cuando, en el marco de su proyecto Horizonte 2020, descubrieron que los chicos y chicas «desconectaban», en palabras del director adjunto de la institución, Pepe Menéndez, a partir de los dos últimos años de Primaria. «Una desconexión más anímica que de resultados», esclarece Menéndez. ¿A qué se debía esto? Entre otros factores, a que la separación entre Primaria y Secundaria no responde exactamente a la maduración de los aprendizajes de los jóvenes.
Es aproximadamente a la edad de los 9 años cuando se finaliza el proceso de lectoescritura y de las operaciones matemáticas más básicas, y se abre una etapa en el desarrollo cognitivo donde se consolidan operaciones más concretas. Y no es hasta los 14 años, más o menos, cuando se es más permeable al pensamiento abstracto, según la investigación. «Visto esto, ya teníamos donde pasar la tijera», evoca Menéndez. Así fue como Jesuitas Educación idearon, y pusieron en marcha, lo que llaman Nueva Etapa Intermedia (NEI), que lo que conocemos como Quinto de Primaria hasta Segundo de ESO.
Menéndez reconoce algunos de los defectos citados en este reportaje sobre la Secundaria clásica, como el incremento de las tareas en casa o el cambio en el perfil de los docentes, que pasan «de estar mucho más atentos al progreso individual del alumno, con una mirada integral, a responsabilizarse solo de su asignatura «. Y añade otro más sutil incluso: «En la ESO se ha puesto siempre más acento, ya desde el primer día, en toda la información que tiene que ver con la disciplina, el orden, el cumplimiento de las normas «, describe.
¿Hay lugar en el instituto para las familias?
«Si vas al instituto ya eres grande». Tras este tópico se mezclan diferentes expectativas sobre los jóvenes. Que poco a poco vayan ganando autonomía -ir caminando con los amigos en clase, organizarse el trabajo- no quiere decir que necesiten menos acompañamiento familiar. Pero esto no impide que, en la Secundaria, padres y madres se alejen un poco más del centro (es una consecuencia, por ejemplo, que las AMPA tengan menos familias implicadas). «Es fundamental mantener una relación fluida con las familias, sobre todo al principio», expone Ponti, y explica que el Menéndez Pelayo hacen «varios talleres y fiestas a las que invitamos también a padres y madres».
«Las familias deberían sentirse implicadas con el centro hasta que termina la etapa obligatoria», reivindica el director adjunto de Jesuitas, pero a la vez admite que no se puede trabajar con ellas en la ESO igual como se hace en P -3. «Tenemos que buscar otras vías de participación, nos ha faltado mucha creatividad», afirma, y propone una participación más «ligada a la experiencia de los alumnos, a su orientación profesional, a su proyecto de futuro vital, no solo cuestiones técnicas» , argumenta. También Farrús, desde su Instituto Escuela, cree que se debe buscar una participación diferente. «Sí, en Secundaria cuesta dinamizar las familias en actividades fuera del horario escolar, pero a menudo tiene que ver con que cuesta animar a los niños y niñas en actividades programadas, porque lo que quieren es más libertad, más capacidad de decidir», sostiene.