Asalto a la Educación es el título genérico de la última campaña de Yo estudié en la Pública, integrada por un conjunto de piezas que ensambladas bien podrían constituir un pequeño documental. Su objetivo es alertar acerca de la creciente y voraz privatización de los sistemas educativos de medio mundo. La campaña, por tanto, va mucho más allá de la denuncia del insólito abandono de la educación pública en nuestro país y de la apuesta del Gobierno de España y de tantos gobiernos autonómicos por la educación privada -religiosa, fundamentalmente-. Lo que ahora nos mueve es denunciar otras formas de privatización tan omnipresentes, tan descaradas, tan revestidas de modernidad y hasta de filantropía que a veces acabamos por no verlas.
El primero de los vídeos de la campaña, aparecido hace unas semanas, arrancaba con lo obvio. Los brutales recortes en educación de los últimos años han abierto de par en par las puertas a la iniciativa privada. Empresas como ACS, Eulen, Microsoft o McDonald´s se han adueñado ya de centros de Educación Infantil, aulas de secundaria o campus universitarios.
El vídeo explica, además, cómo el capital privado, a través de fundaciones, está impulsando iniciativas que aparentemente no persiguen un retorno económico directo, aunque sí modelar el discurso en torno a la educación y establecer un marco que permita, a la larga, abrir hueco a las empresas y a la satisfacción de sus intereses. Este estrategia cuenta con la ventaja de despertar menos recelos y de facilitar su penetración, incluso, en la escuela pública. En España empezamos a verlo, por ejemplo, con la presencia de la Fundación Ashoka o Empieza por Educar, fundación presidida por Ana Patricia Botín e integrante de la extensa red Teach for All.
La primera «capta» para su red a profesionales o centros que destacan por prácticas vinculadas a lo que ellos llaman emprendimiento social. Su objetivo consiste, según recoge su página web y sostiene la directora de Ashoka en España, en abrir nuevas oportunidades de negocio a las multinacionales en sectores a los que hasta ahora han tenido difícil acceso. La segunda, Empieza por Educar, ofrece una formación exprés de cinco semanas a jóvenes y brillantes universitarios y pretende, sorteando las formas de acceso a la función pública docente, colocarlos en el corazón mismo de la escuela pública presentándolos como redentores en espacios de difícil desempeño. La imagen que una y otra promueven del profesorado es en gran medida coincidente. Solo faltaba el World Teacher Prize -una fundación privada, un premio de millón de dólares, un solemne acto en Dubái y una enorme proyección mediática- para apuntalar en el imaginario social un perfil docente que pone mucho más el foco en la superación individual de la adversidad que en la dimensión colectiva del quehacer educativo y el cuestionamiento crítico de un sistema que rema a favor de la desigualdad y la exclusión.
La rapidez de reflejos de empresas y multinacionales por aprovechar las evidentes debilidades de nuestro sistema educativo (y la dejación de funciones -o la connivencia- de las administraciones públicas), y los lentos -o nulos- reflejos de la comunidad educativa y la ciudadanía para detectar estas maniobras parecen augurar un paisaje no lejano en que el debate educativo se haya sustraído definitivamente de la esfera pública. Preocupa de manera especial que, apremiados todos por las urgencias del día a día, por las necesidades propias y las del entorno inmediato, y seducidos tal vez por reconocimientos y oportunidades que los poderes públicos no ofrecen, sean algunos de los profesionales y los centros más comprometidos quienes acaban sosteniendo la imagen de todas estas corporaciones privadas.
Nuestro segundo vídeo, que verá la luz en un par de meses, quiere ir un paso más allá. Durante los últimos años las grandes empresas y la nueva filantropía han ido adquiriendo un papel cada vez mayor a la hora de definir la agenda, enmarcar los debates e influir en el diseño de las políticas educativas. Si la filantropía tradicional se orientaba a apoyar programas o intervenciones particulares mediante donaciones, la nueva filantropía de riesgo (venture philantropy) lo que busca es incidir directamente en las políticas macroeducativas.
Ya en 2006, expertos educativos en Estados Unidos identificaban en una encuesta a Bill Gates como la persona más influyente en la política educativa americana durante la última década, por delante incluso de la secretaria de Estado de Educación. Si por aquel entonces el volumen de inversión en educación de las nuevas «tres grandes» (Fundación Gates, Fundación Walton y Fundación Broad) era cuatro veces superior al de la filantropía clásica (Verger, A.; Fontdevila, C.; Zancajo, A.), la inversión se ha multiplicado exponencialmente en los últimos años. A las llamadas big three se han sumado otras muchas fundaciones (Omidyar Network, Lego Foundation, Chan Zuckerberg Initiative, etc.). También en España asistimos a una creciente presencia de fundaciones privadas en el ámbito educativo (Telefónica, Endesa, Iberdrola, etc.).
Esta nueva filantropía se orienta no solo a apoyar económicamente determinadas iniciativas sino, cada vez en mayor medida, a crear marcos de opinión a través de estudios, informes y congresos cuyas conclusiones, sin necesidad de pasar por procesos rigurosos de selección y análisis, tienen una enorme incidencia política. Sus efectos, evidentemente, tienen un alcance transnacional y afectan de de manera muy directa a España. Este nuevo discurso educativo tuvo un peso extraordinario en la LOMCE y mucho nos tememos que su peso en el futuro «pacto» por la educación en nuestro país sea mucho mayor que la voz de la comunidad educativa y las organizaciones sociales. La democracia y la soberanía se ven hoy doblemente amenazadas.
Entre tanto, el tren sigue su marcha y nuestras escuelas asumen con una velocidad pasmosa las lógicas de funcionamiento de la empresa privada: liderazgo, competitividad, rankings, rendición de cuentas; rivalidad por captar más y mejores clientes, reinvención permanente, jornadas extenuantes, obsesión por las TIC, marketing. Privatización exógena y endógena son dos caras de la misma moneda: ambas se presentan de forma conjunta e interconectada, puesto que el objetivo último que persiguen es el de hacer la escuela más útil a las necesidades de la nueva economía. Ambas persiguen también convencer a las familias de que donde mejor pueden poner su dinero es en la educación de sus hijos e hijas, pues es el desembolso económico de hoy el que los posicionará en cabeza mañana en ese todos contra todos en que hemos convertido la vida en común. Qué lejos ya el concepto de educación como derecho universal y gratuito.
Organismos internacionales y corporaciones transnacionales apuestan por modelos más jerárquicos y menos democráticos, los currículums centralizados, los test estandarizados, las pruebas externas. Apuestan por modelos segregadores (cristalizados de manera palmaria en la LOMCE), en los que toda la responsabilidad se desplaza a lo individual olvidando lo estructural: Escuelas «de calidad» y escuelas «que fallan» a la hora de alcanzar los estándares impuestos; estudiantes «que se esfuerzan» y estudiantes «que fracasan» a los que mejor apartar del camino; profesorado «de éxito» y profesorado «mediocre». Se pretende obviar que el factor determinante en el rendimiento académico es el entorno sociocultural y económico del alumnado (silenciando la pavorosa ausencia de políticas sociales que combatan la exclusión y trabajen por la equidad), así como las condiciones -a menudo tan adversas en formación y recursos- en que los docentes han de desarrollar su trabajo. No es casual que todo este discurso se imponga en un contexto de crisis, recortes y dejación de políticas públicas. Encajan sin embargo bien en él las soluciones mesiánicas de las grandes empresas tecnológicas, que ven en la escuela no sólo un mercado en el que vender, difundir o promocionar sus productos con la promesa de que transformarán y curarán la educación, sino que además ven en ella un filón donde recabar una enorme cantidad de datos de menores cuya utilización posterior es, cuando menos, una incógnita.
El momento, en fin, no puede ser más propicio. Se aprovecha la existencia de un relativo consenso acerca de la necesidad de «modernizar» el obsoleto modelo educativo tradicional. Para promocionar su visión, todas estas grandes corporaciones recurren a conceptos neutros- creatividad, trabajo en equipo e interdisciplinar, nuevas tecnologías, etc.- en los que todos podríamos estar de acuerdo. Pero lo decisivo es quién está liderando esa transformación y si se está dirigiendo hacia un modelo educativo subordinado a las demandas de las grandes empresas y las exigencias del sistema económico actual, o hacia un modelo educativo emancipador que introduzca todos esos cambios con el objetivo de empoderar y formar una ciudadanía crítica con este mismo sistema, con las desigualdades y el expolio del planeta, y con el poder de las grandes corporaciones.
Si entendemos la democracia como una cuestión de equilibrio o igualdad en las relaciones de poder, quizá sea el momento de cuestionarse el excesivo poder que grandes filántropos o empresas están ejerciendo a la hora de definir lo público, lo que debería pertenecernos a todos, a todas. Y a la vista de lo que está pasando dentro y fuera de nuestras fronteras, nos van ganando por goleada. Hagamos algo.