Oumaina Chadi hacía casi tres años que esperaba que los servicios sociales de Manresa encontraran un espacio de refuerzo escolar para sus dos hermanos pequeños.
Así como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) local le encontró un techo cuando su derecho a la vivienda peligraba -estaba a punto de ser desahuciada con un bebé a su cargo-, este colectivo ha habilitado ahora los bajos de uno de sus edificios ocupados en la capital del Bages, propiedad de la Sareb, para cubrir el derecho a la educación socavado de muchos niños que, como los hermanos del Oumaina, no tienen a su alcance el acompañamiento o el material necesario para hacer deberes y repaso.
«Bienvenidos a la escuela popular de la PAH», está escrito en la pizarra que adorna el espacio, donde a partir de las 17 h las familias como la del Oumaina Chadi -que en su caso vive en el mismo edificio – se acercan de la mano de los pequeños a la espera de que los educadores los vengan a recibir en la puerta. Hoy la Jéssica Jiménez, estudiante de psicología y educadora voluntaria, ayuda a uno de ellos, el que hace Tercero de Primaria, a repasar los deberes de matemáticas. «A menudo lleva muchas fichas a casa, pero mis padres no siempre le saben echar una mano», explica sobre los deberes de sus hermanos esta manresana de origen magrebí que también es activista a la Obra Social de la PAH.
«Una de nuestras fijaciones es dar una función social a los edificios que ocupamos, y la escuela popular responde a una de las necesidades de un barrio con mucho paro, pobreza e inmigración», expresa Bernat Sorinas, portavoz de la Obra Social de la PAH. Quizás no son consideradas carencias graves, pero no tener una habitación en silencio a casa para estudiar o nadie a quien preguntarle las dudas desalientan poco a poco los niños. La pobreza pesa en la mochila escolar y los deberes lo pueden empeorar.
Tanto es así que en una asamblea el pasado mes de junio la PAH decidió poner en marcha este espacio de refuerzo. Abrieron un plazo para reunir la implicación de voluntarios, y logopedas, educadores y estudiantes de la ciudad respondieron con creces. En la Escuela Popular cuentan cada día con cuatro educadores voluntarios que atienden a ocho niños, en un ratio de dos alumnos por adulto que les permite «establecer un vínculo más personal», en palabras de Jéssica Jiménez, al que les puede ofrecer la escuela. También alternan los deberes con espacios de juego, todo ello en los escasos metros cuadrados de unos bajos que tuvieron que acondicionar a toda prisa.
Lo que no fue nada fácil fue responder a la amplia demanda por parte de las familias de la zona. La escuela, autogestionada por medio de una asamblea, optó por limitar el refuerzo escolar, al menos este curso, a alumnos de entre Tercero y Sexto de Primaria. Cuentan pues con una cuarentena de niños y niñas durante la semana, ocho diferentes cada día. Los hay que se han quedado fuera, pero de momento el espacio no da para más.
Nace una escuela, crece una comunidad
La escuela popular, aseguran sus impulsores, no es solo un refuerzo de deberes para los niños que no lo pueden pagar. «Lo primero que intentamos hacer es establecer un vínculo con la familia, interesarnos por cómo les va y que, a su vez, ellos se interesen más por cómo evoluciona su hijo con los estudios», expone la Jéssica. Lo que intentan también es mantener un contacto asiduo con las escuelas donde están matriculados estos niños, para coordinarse con sus maestros y saber en qué tienen que trabajar más.
Desde la asamblea están trabajando también en el modelo educativo y los posibles materiales didácticos que podrían generar. En este debate se encuentran inmersos ahora; todavía es pronto para hacer balance.
Otras ideas que se vislumbran en el horizonte serían las de abrir un espacio de formación para los padres y sobre todo las madres, conscientes de que los niveles de alfabetización de las protegitores suelen ser uno de los factores más determinantes para la futura formación de los hijos. «Se trata de generar espacios comunitarios, de apoyo mutuo», concluye Sorinas, convencido de que la tarea de la PAH en la lucha por el derecho a la vivienda evidencia «solo es la punta del iceberg de una estructura completamente desmontada».