Las herramientas no son buenas o malas, se usan bien o mal, según sea la función para la que están diseñadas. PISA es una herramienta para el análisis educativo, y mucho del ruido que genera es debido a que se emplea para discutir problemas para los que no está diseñada. Como sociólogo de la educación recibí PISA, hace ya quince años, con gran alegría, pues me permitía responder de forma sistemática a muchas preguntas que me hacía. No conozco ningún otro esfuerzo en ciencias sociales tan riguroso y sistemático para comparar un hecho social en tantos países. Es increíble el esfuerzo presupuestario y organizativo que se hace para que avancen las ciencias naturales, con grandes instalaciones científicas para recabar datos, pero que esta sea prácticamente la única operación estadística sistemática de tan amplio alcance.
Gracias a PISA podemos saber en qué países el alumnado muestra mejores y peores competencias, dónde influye más o menos el origen social o comparar con facilidad las instituciones educativas básicas de los diferentes países participantes. Pero son muchas las cuestiones que no permite investigar adecuadamente, aunque se esfuerce en ello. Por ejemplo, pregunta cuestiones didácticas, cuando el resultado en las competencias a los 15 años es tanto resultado del profesor que se tiene ese año como en años previos y, además, es posible que el profesorado adapte su didáctica al tipo de alumnado que tiene enfrente, por lo que no podemos extraer con facilidad conclusiones sistemáticas sobre esta cuestión.
Pero a medida que van pasando los años, veo con horror cómo el destornillador se emplea cada vez más para clavar clavos, es decir, cómo PISA se emplea para cuestiones que no debería. Algunas, a pesar de la propia OCDE. Por ejemplo, PISA no sirve para clasificar países como si fuese una competición deportiva. La educación no es una competición, por el sencillo hecho de que si más personas mejoran en matemáticas en un país, eso no perjudica a la adquisición de competencias en otro país. Además, las puntuaciones están sujetas a márgenes de error, por lo que las diferencias entre países en muchos casos se deben a ruido en las mediciones, no a diferencias sustantivas. Por otro lado, como ha señalado Carabaña, y sostiene PISA, aunque sin la debida coherencia, las competencias son resultado de múltiples procesos sociales, por lo que es absurdo atribuir las diferencias observadas a la calidad de las escuelas.
Lo peor es cómo se ha impuesto una mirada absurda de los sistemas educativos. Como ha señalado Popkewitz, un sistema educativo no se puede descomponer en una sucesión de hechos aislados, que son replicables en otro sistema educativo. La facilidad de explotar tantos datos ha llevado a una industria investigadora en que se descomponen las delicadas relaciones de sentido propias de cada país en una serie de artificios estadísticos, a los que luego los investigadores atribuyen mal que bien algún tipo de sentido. En ocasiones, esto puede ser una buena estrategia como herramienta de diagnóstico. Pero desde el punto de vista de la política educativa es una locura. Transmite el mensaje de que se puede intervenir sobre el sistema educativo de forma tecnocrática.
La LOMCE es resultado de esta ideología, la creencia de que se puede aplicar una política educativa sin hacer política, sin negociar, sin ganarse el apoyo de la comunidad educativa. Ya se acumulan muchas experiencias en reformas educativas como para saber algo tan sencillo como que la política educativa es eso, política, saber cómo influir en relaciones de poder, ganando apoyos de los diversos sectores de la comunidad educativa, que son los que luego tendrán que desarrollar toda la legislación. Estamos asistiendo a la paradoja de que el mismo partido que aprobó la reforma está procediendo a su desmantelamiento, por el sencillo procedimiento de poner al frente del Ministerio a un político, desplazando a un iluminado soberbio.
Otra cuestión un tanto absurda es la idea de que el resultado en PISA está relacionado con el crecimiento económico. Estudios económicos parecen evidenciar que es así. Pero imaginemos que en España consiguiésemos unos resultados excelentes. Si no se generan oportunidades laborales, esos jóvenes brillantes tendrían que irse a trabajar a otros países. Oh, espere, ahora que me doy cuenta, los resultados de España son tan buenos como los de EEUU desde hace décadas, y mientras allí importan jóvenes brillantes de todo el mundo, aquí expulsamos a los nuestros, y cuando nos llegaban inmigrantes era para ocupar puestos de trabajo de baja cualificación.
Quizá una forma sencilla de limitar los estragos que está causando PISA en la política educativa sería limitar su periodicidad. Los resultados de las diferentes evaluaciones se han mostrado más bien constantes en la mayoría de los países, y el plazo de tres años es demasiado breve para evaluar de forma atinada una reforma educativa. Cada diez años, un nuevo destornillador para ajustar tornillos, no para clavar clavos.