«No quiero volver a mi casa. Cuando salí de allí estaba entera. La volví a ver y estaba destruida. No quiero volver a mi casa». Myrna es una niña iraquí de 11 años que vive en Harsham, uno de los 22 campos de refugiados que Unicef ha instalado en las inmediaciones de Mosul. Hoy por hoy, la ciudad, partida en dos por el Tigris, se encuentra dividida entre el lado oeste, gobernado por el ISIS, y el este, por el Gobierno iraquí.
A Myrna le gusta la poesía y, de la escuela, le gusta poder ver a sus amigas allí, además de aprender, sobre todo Ciencias, su asignatura favorita. Sueña con ser abogada o maestra de escuela. Tiene un hermano y, hasta hace dos años, la familia vivía en su casa, en la ciudad de Qaraqosh. Un vecino les alertó de que ISIS había entrado, y cuando comenzaron los bombardeos, huyeron al campo de refugiados.
Osama tiene 14. Él es de Mosul, también está en el campamento. Tiene 7 hermanos y 2 hermanas y toda la familia huyó de la ciudad porque «ISIS mataba a todo el mundo». Le gusta estudiar Inglés en el colegio, al que ha vuelto después de haber perdido un año de escolarización. «Estoy recuperando este tiempo». Quiere ser médico. «En mi vida me ha ayudado mucha gente y yo quiero ayudar».
Son dos de los testimonios de dos de los millones de niños a los que Unicef ayuda con su trabajo por todo el mundo. Se trata de desplazados internos de Irak que han tenido que huir por la violencia del ISIS. Pero también se trata de niñas y niños sirios, o de Yemen o de Chad, otros dos de los países en los que la organización está trabajando.
Para este 2017 tienen un reto y un objetivo, conseguir 3.300 millones de dólares, unos 3.000 millones de euros con los que poder dar cobertura a 45 millones de niñas y niños. Una parte muy grande y a la vez muy pequeña de esta cifra de 535 millones de niños que viven en lugares que sufren conflictos o algún tipo de desastre natural.
Acceso al agua, a los servicios sanitarios mínimos y a la educación son tres de los pilares de la acción humanitaria de Unicef. La creación de campos en los que miles de personas viven. Llevarles agua potable, acceso a medicinas, erradicar en la medida de lo posible los graves problemas nutricionales que tienen (sobre todo la infancia, en un intento, además, de evitar problemas que puedan ir a más, y que tengan efectos irreversibles en su desarrollo físico y mental) y darles acceso a la educación.
Esta es una de las claves según la organización. La educación, herramienta con la que podrán labrarse un futuro estas niñas y niños. Además de servir de espacio en el que compartir con otras niñas y niños de su edad.
La ayuda española en educación
Casi en paralelo, las organizaciones Alboan, Entreculturas y Fundación ETEA presentaron un informe sobre la ayuda española al desarrollo centrada en la educación. Un documento de análisis de los últimos 15 años de dicha ayuda, así como con la mirada puesta en el futuro yen la nueva Agenda hacia 2030, hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
La educación es, siempre, uno de los factores determinantes para el desarrollo de las sociedades, a pesar de lo cual, señala el informe, ha disminuido la ayuda destinada a la educación básica. Unesco asegura que hay un déficit de 22.000 millones de dólares si se pretende que en 2030 haya un primer ciclo de secundaria. 39.000 millones en el caso de pretender universalizar esta enseñanza.
En el marco de la crisis económica, España ha recortado el presupuesto en ayuda exterior, desde 2008 un 65%. De 4.762 millones de euros a 1.627, incumpliendo sus propios compromisos internacionales. Al principio de la crisis, el porcentaje de la ayuda a educación dentro del total de la ayuda española, ascendía el 5,6%. En 2015, es del 0,6%. «Podemos afirmar que España ha desaparecido de la comunidad de donantes».